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DANTE, VIRGILIO Y BEATRIZ: TRES FIGURAS DE UNA TORMENTA EXISTENCIAL (3)


Dante ansiaba ese viaje, lo necesitaba para salvarse de su propia autodestrucción.  Entonces su mente debe haberle provisto de herramientas, acudiendo a su rescate. En algún lejano lugar de su conciencia deben haber resonado los ecos de Abu Al-`Alá` Al-Ma’arri en su viaje al Paraíso y los infiernos. También las luchas de Ulises contra los peores monstruos y tentaciones, en ese viaje de reencuentro con sus raíces. Y la determinación de Eneas, y su capacidad de salvar los peores obstáculos para fundar una nación. Y ante ese bombardeo de ansias y memorias, su corazón late al ritmo de los versos que le exigen la presencia de un ángel redentor, capaz de unir todas las piezas y armar el rompecabezas con una imagen de paz para su nueva vida.

Le viene la idea de plasmar ese viaje en una obra literaria. Por eso la Divina Comedia se inicia con un Dante víctima de sus propios tormentos, perdido en un bosque oscuro y acechado por tres fieras que son símbolos de sus culpas, demonios personales, sus pecados de incontinencia: lujuria (simbolizada por el puma), avaricia (representada por la loba demacrada y hambrienta) y la soberbia (bajo la figura del león altivo). ¿Cuántas tentaciones le hicieron pecar? ¿Por qué fue tan orgulloso durante su vida? ¿Será un fraude? … preguntas… auto flagelación que se hace Dante antes de penetrar el mismísimo infierno.


Dice Carl Jung, que “el símbolo es una expresión percibible por los sentidos de una vivencia interior”[5]. “Los símbolos son los hechos vivos de la vida (…) El intento de comprender los símbolos no nos confronta solo con ellos, sino también con el conjunto del individuo que produce símbolos.”[6].


Y entonces el poeta crea a un personaje con su propio nombre, una figura[7] que simboliza al alma pecadora en búsqueda de redención. Pero la figura creada por el poeta, no solo simbolizará al alma conflictiva de un hombre, sino que, tal y como lo señala Ángel Crespo, también será el mismo escritor que muchas veces se dirige a los lectores para hacer referencias históricas sobre su vida:


“El propio Dante, en cuanto tal, ha sido considerado como símbolo alegórico del hombre que busca su perfección espiritual por medio de Dios. Pero Dante no es sólo esto, sino también el propio escritor que se dirige repetidas veces a sus lectores y que, en la misma Comedia, recuerda momentos importantes de su vida y proporciona datos sobre sus antepasados. (…) Es pues un personaje tan vivo y complejo como los de Virgilio y Beatriz y, en realidad, como los demás del poema que, por el hecho de figurar en él, son tenidos por históricos en concepto de su autor, aunque algunos sean legendarios; error, fecundo poéticamente, en el que incurrían con frecuencia los hombres de su tiempo”[8].


La figura de Dante es protagonista de una obra que tiene que ser comedia y no tragedia, porque las tragedias no tienen finales felices.  ¿Pero se puede en penumbras encontrar el camino correcto? ¿Acaso Dante conocía el mundo de las almas penitentes y el de las almas condenadas?


Necesitaba de un guía para no perderse en el universo de ultratumba, alguien que conociera el infierno y también el purgatorio, un iluminado. La figura de Dante iniciará ese viaje de exploración. Y para iluminar las rutas el poeta crea un segundo símbolo, la figura de Virgilio, el sabio que trae consigo las antorchas. Virgilio se convierte así en símbolo del conocimiento, la guía de la razón. Virgilio, el poeta que unió al mundo de la Grecia Clásica con la Roma de César Augusto, para cantarle a los valores supremos de la existencia, a través del viaje fundacional de un héroe desterrado.


Virgilio, maestro del bello lenguaje: “Eres mi maestro” –exclamó Dante– “y mi autor, eres el único de quien he podido adoptar el noble estilo a quien debo el honor” (I, 85-87). Notemos este apóstrofe, pues nada ha sido escrito inútilmente. Este guía era un maestro del noble estilo, llamado también en aquella época lenguaje cerrado (…)


“Deberás seguir otra vía”, dice Virgilio, “si quieres salvarte. […] creo y pienso, pues, que para ti lo mejor consiste en seguirme. Y seré tu guía para sacarte de aquí hacia un lugar eterno, donde podrás oír los gritos desesperados, donde verás el duelo de las almas antiguas que gimen por la segunda muerte. Más allá, verás a aquellos que están contentos incluso en pleno fuego y que esperan alcanzar un día el coro de los bienaventurados” (I, 91 y 112-120).


Dante replicó: “Condúceme allí donde acabas de decirme, a fin de que pueda ver la puerta de san Pedro y a aquellos tan afligidos de los que me has hablado” (I, 132-135). Siguiendo a su guía paso a paso Dante penetra en el secreto: “Entonces partió y seguí sus pasos” (I, 136)”[9].


La figura de Virgilio, además de ser una alegoría a la sabiduría, para Ángel Crespo, representa también el símbolo del profeta y también del compañero, que en el camino siente emociones muy humanas.


“Se podría, en consecuencia, hablar de figuras y, en este sentido, Virgilio podría serlo del profeta que ilumina a los seguidores del arte poético el camino de la sabiduría. Hay que tener en cuenta, para comprenderlo, que una tradición patrística medieval asegura que su famosa Égloga IV es una profecía de la inminente venida de Cristo al mundo, en vista de lo cual se le tuvo por muchos como el último de los profetas y, por lo tanto, como el que gozó del privilegio, aun siendo pagano, de que su profecía cristológica estuviese separada de su cumplimiento por un espacio de tiempo más corto. Eso le dio una especial autoridad que, en ocasiones, se transformó en veneración e incluso en culto litúrgico. Creemos, por lo tanto, que esto, más aún que el «bello estilo» que dio honor a Dante, es lo que decidió a éste a elegirle para el papel de guía; y contribuye a confirmarnos en esta opinión, ya sostenida por algunos estudiosos, el hecho de que Estacio, en uno de los cantos del Purgatorio, declare que fueron las obras de Virgilio las que le encaminaron hacia su conversión legendaria, por supuesto, pero real para Dante al cristianismo.


No negamos con ello que haya en Virgilio aspectos de alegoría simple, pero creemos que su caracterización figural es aún más acentuada en cuanto predecesor del profeta que Dante quiere ser al escribir la Comedia.


Si en principio es Virgilio un personaje histórico, a lo largo de la acción de las dos primeras cantigas tiene una actuación que le caracteriza como un personaje de tipo realista, dada la adecuación de sus reacciones a las diferentes situaciones que se van presentando en la trama del poema, y que van desde la ternura y la paciencia hasta la ira, la inquietud e incluso el miedo. Su relación con Dante no es la fría y puramente racional de un personaje alegórico ni la lejana de una figura, sino la de un compañero experimentado y dispuesto siempre a ayudar, no sólo con consejos, sino con acciones (…)”[10]


¿Pero puede un alma aturdida, golpeada en su honra y presa de la soledad convocar a un gigante como Virgilio? Dante el poeta necesita darle coherencia a su historia, algún un elemento que cohesione la invocación de esa figura. Necesita otro símbolo, una tercera figura, un espíritu salvador que le provea del guía anhelado. Asegurarse que el viaje le permita a Dante encontrarse con su destino, los ojos de un ángel.  Y en esa mirada angelical estará el reflejo de Jesucristo, para que el alma redimida pueda unirse finalmente con el espíritu santo en una comunión definitiva.
Notas

[5] JUNG, Carl G. Escritos sobre la espiritualidad y la trascendencia. Editorial Trotta. 2016. Pág. 63.
[6] Ídem. Págs. 70 -71
[7] Leamos ahora lo que dice Ángel Crespo en su libro “Dante y su obra” (El Acantilado. 1999. Pags.110-111) del concepto de “figura”: “Para entender rápidamente el concepto de “figura”, pensemos en Isaac conducido al monte por su padre para ser sacrificado por orden de Dios, y llevando a hombros la leña con la que ha de encenderse la hoguera sacrificial. Un cristiano no puede dudar de la historicidad de lo narrado en Génesis, xxii, pero lo que nos importa desde el punto de vista simbólico es una serie de coincidencias entre esta historia y la pasión de Cristo. Ambos, Isaac y Jesús, suben a un monte conducidos por su padre (Dios Padre, en el caso del segundo) para ser sacrificados por deseo del Altísimo y llevando a hombros, uno la leña, el otro la cruz, en los dos casos la madera sobre la que ha de ser ofrecido y consumado el sacrificio. Y lo es interpretado por la exégesis medieval en el sentido de que Isaac es figura de Cristo. No importa que el resto de la vida del patriarca no guarde un paralelismo tan claro como el indicado con la de Cristo: para ser figura de alguien o de algo basta con un acto o una circunstancia lo suficientemente claros como para que se pueda fundamentar esta especie de paralelismo. Los medievales leían el Antiguo Testamento como un conjunto de alegorías y figuras (…)
A partir de aquí, comprenderemos dos cosas fundamentales: la primera es que todos y cada uno de los personajes que aparecen en la Comedia son citados, no por el conjunto de sus vidas, sino por un acto o circunstancia que los convierte en figura de algo o de alguien, sobre todo de alguien; y en segundo lugar que, para el caso, lo mismo pueden ser citados personajes bíblicos, que históricos en sentido profano o pertenecientes a la historia mítica pagana. (…) Claro está que la figura es una forma de alegoría, pero notablemente distinta de la que podríamos llamar típica, entre otras cosas porque los personajes de ésta son invenciones de los poetas, mientras las figuras son personajes reales, histórica o literariamente, en los que el poeta descubre la característica que les permite serlo. Digamos, además, que mientras la alegoría típica es una invención pagana, la figura es una creación puramente cristiana y, para Dante, que fue su máximo perfeccionador, relativamente moderna”
[8] Ídem. Pág. 122-123
[9] Ver: http://www.arsgravis.com/?p=185
[10] Ídem Págs. 120 -121

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