martes

JOSEPH CAMPBELL EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (7 y 8)


6 / LA GRACIA ÚLTIMA (4)


La sofisticación del humor del conjunto de imágenes infantiles, cuando está imbuida de un idóneo traslado mitológico de doctrina metafísica, emerge con magnificencia en uno de los grandes mitos mejor conocidos del mundo oriental: la relación hindú de la batalla primordial entre los titanes y los dioses por el licor de la inmortalidad. Un antiguo ser de la tierra, Kashyapa, el “Hombre Tortuga”, se había casado con tres de las hijas de un patriarca demiúrgico todavía más antiguo, Daksha, “Señor de la Virtud”. Dos de estas hijas, de nombre Diti y Aditi, habían dado vida respectivamente a los titanes y a los dioses. En una interminable serie de batallas familiares, muchos de estos hijos de Kashyapa fueron muertos. Pero después el gran sacerdote de los titanes, por medio de grandes austeridades y meditaciones, ganó el favor de Shiva, Señor del Universo. Shiva le enseñó un conjuro para revivir a los muertos. Esto dio a los titanes una ventaja que los dioses notaron rápidamente en la siguiente batalla. Confundidos, se retiraron para celebrar una consulta y se dirigieron a las altas divinidades Brahma y Vishnú. (151) Se les aconsejó que pactaran con sus hermanos enemigos una paz temporal, durante la cual los titanes deberían ayudarlos a extraer la mantequilla del Océano de Leche de la vida inmortal: Amrita (a, no; mrita, mortal) “el néctar de la inmortalidad”. Halagados por la invitación, que vieron como una aceptación de su superioridad, los titanes participaron encantados y así empezó la trascendental aventura cooperativa al principio de las cuatro edades del ciclo del mundo. El monte Mandara fue seleccionado como batidora. Vasuki, el Rey de las Serpientes, consintió en convertirse en cuerda para moverla. Vishnú mismo, en forma de tortuga, se echó en el Océano de Leche para sostener con su espalda la base de la montaña. Los dioses tomaron una punta de la serpiente, después de haberla atado alrededor de la montaña, y los titanes la otra. Juntos batieron durante mil años.

Lo primero que se levantó de la superficie del mar fue un humo negro y ponzoñoso, llamado Kalakuta, “Cima Negra”, o sea la más alta concentración de la fuerza de la muerte. “Bebedme”, dijo Kalakuta, y la operación no pudo seguirse hasta encontrar a alguien capaz de hacerlo. Se dirigieron a Shiva que estaba sentado aparte y con expresión indiferente. Con magnificencia, dejó su posición de profunda meditación interior y se acercó a la escena donde se batía el Océano de Leche. Puso el líquido de la muerte en una taza, se lo tragó de un golpe y por medio de su fuerza yoga lo retuvo en su garganta. La garganta se le puso azul. Desde entonces, Shiva es llamado “Cuello Azul”, Nilakhanta.

Entonces siguieron batiendo y empezaron a salir de las profundidades inagotables formas preciosas de fuerza concentrada. Aparecieron Apsarases (ninfas), Lakshi, la diosa de la fortuna, el caballo blanco como la leche llamado Uchchaihsravas, “El que Relincha Fuerte”; la perla de las gemas, Kaustubha, y otros objetos bajo el número de trece. El último en aparecer fue el diestro médico de los dioses, Dhanvantari, llevando en su mano la luna, que es la taza del néctar de la vida.


De nuevo empezó una gran batalla por la posesión de la valiosa bebida. Uno de los titanes, Rahu, se las arregló para robar un trago, pero fue decapitado antes de que el licor pasara por su garganta; su cuerpo murió, pero su cabeza permaneció inmortal. Y esta cabeza va por los cielos en eterna persecución de la luna, tratando de alcanzarla. Cuando la alcanza, la taza entra por su boca y sale por su garganta; por esa razón tenemos eclipse de luna.

Pero Vishnú, temiendo que los dioses perdieran sus ventajas, se transformó en una hermosa doncella danzarina. Y mientras los titanes, que eran sensuales, quedaban enmudecidos de asombro ante los encantos de la joven, ella tomó la taza-luna de Amrita, jugó con ellos un momento y repentinamente se la entregó a los dioses. Vishnú se transformó en seguida en un poderoso héroe, se unió a los dioses en contra de los titanes y los ayudó a perseguir al enemigo hasta los abismos y oscuros cañones del mundo inferior. Ahora los dioses se alimentan de Amrita, dentro de sus hermosos palacios, en la cima de la montaña central del mundo, el monte Sumeru. (152)

El humor es la piedra de toque de lo verdaderamente mitológico comparado con el ambiente más literal y sentimental de lo teológico. Los dioses como íconos no son fines en ellos mismos. Sus divertidos mitos transportan la mente y el espíritu no hasta ellos, sino más allá de ellos, hasta el vacío que está detrás; desde esta perspectiva, los más pesados dogmas teológicos aparecen sólo como recursos pedagógicos y su función es enderezar el intelecto desencaminado por una acumulación concreta de hechos y de acontecimientos hacia una zona comparativamente ratificada, en donde, como una dádiva final, toda existencia -ya sea celestial, terrena o infernal- pueda por fin verse transmutada en la apariencia de un sueño pasajero, periódico e infantil de dicha y de temor. “Desde un punto de vista todas las divinidades existen -contestó recientemente un lama tibetano a la pregunta de un enterado visitante occidental-; desde otro, ninguna es real. (153) Esta es la enseñanza ortodoxa de los antiguos Tantras: “Todas las bondades visualizadas no son sino símbolos que representan los diferentes sucesos que ocurren el Camino”; (154) del mismo modo que en la doctrina de las escuelas psicoanalíticas contemporáneas. (155) Y la misma penetración meta teológica parece ser lo que sugieren los versos finales de Dante, cuando el viajero iluminado alcanza finalmente a elevar sus ojos valerosos por encima de la beatífica visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hasta la Luz Eterna. (156)


Los dioses y las diosas deben entenderse por lo tanto como encarnaciones y custodios del elixir del Ser Imperecedero, pero no como lo Último en su estado primario. Lo que el héroe busca en sus relaciones con ellos, no son ellos mismos, por lo tanto, sino su gracia, esto es, la fuerza de su sustancia sustentante. Esta milagrosa energía-sustancia y sólo ella es lo Imperecedero; los nombres y las formas de las deidades, que en todas partes la encarnan, la distribuyen y la representan, van y vienen. Esta es la milagrosa energía de los rayos de Zeus, de Yavé y del Supremo Buddha, la fertilidad de la lluvia de Viracocha, la virtud anunciada por la campana que se hace sonar en la Misa en el momento de la consagración, (157) y la luz de la iluminación última del santo y del sabio. Sus guardianes se atreven a entregarla solamente a aquellos que han sido debidamente probados.


Notas

(150) En la literatura psicoanalítica publicada, las fuentes de los símbolos en los sueños son analizadas, tanto en su significado latente en el consciente como los efectos de sus operaciones sobre la psique; pero pasa por alto el hecho ulterior de que los grandes maestros los han empleado conscientemente como metáforas; la suposición tácita es la de que los grandes maestros del pasado eran neuróticos (exceptuando, por supuesto, un grupo de griegos y romanos) que equivocaban sus libre fantasías con revelaciones. Con el mismo espíritu las revelaciones del psicoanálisis son tomadas por muchos legos como el producto de la “mente salaz” del doctor Freud.

(151) Brahma, Vishnú y Shiva, respectivamente el Creador, el Protector y el Destructor constituyen una trinidad en el hinduísmo, como tres aspectos de la operación de una sola sustancia creadora. Después del siglo VII a. C. Brahma perdió importancia y se convirtió solamente en el agente creador de Vishnú. Así el hinduísmo está dividido hoy en dos campos principales, uno dedicado en forma primaria al creador-preservador Vishnú, el otro a Shiva, el destructor del mundo, que une el alma con el eterno. Pero ellos son uno en última instancia. En el presente mito, es a través de su operación en conjunto como se obtiene el elixir de la vida.


(152) Ramayana, 1.45; Mahabharata, 1.18; Matsya Purana, 249-251, y muchos otros textos. Ver Zimmer, Myths and Symbols in Indian Art and Civilizatiion, pp. 105 ss.

(153) Marco Pallis, Peaks and Lamas (4ª edición; Londres, Casell and Co., 1946), p. 324.

(154) Shri-Chakra-Sambhara Tantra, traducción del tibetano por el alma Kazi Dawa-Samdup, editado por Sir John Woodroffe (seudónimo, Arthur Avalon), vol. VII de “Tantric Texts” (Londres, 1919), p. 41. “Si surgieran dudas con respecto a la divinidad de estas tres deidades -continúa el texto- uno debiera decir: ‘Esta diosa no es el recuerdo del cuerpo’, y debéis recordar que las deidades constituyen el camino” (loc. cit.) Sobre Tantra, cf. Supra., p. 108, nota 32, y pp. 158-159 (Budismo tántrico).

(155) Comparar, por ejemplo, con C. G. Jung, The Integration of the Personality, cap. III: “Arquetipos del inconsciente colectivo.” “Hay tal vez muchos -escribe el Dr. J. C. Flügel- que todavía retienen la noción de un Padre-Dios casi antropomórfico, como una realidad extra-mental, aunque se haya hecho aparente el origen puramente mental de tal Dios.” (The Psychoanalytic Study of the Family, p. 236)

(156) “Paraíso”, XXXIII, 82 ss.

(157) Ver supra, p. 159.

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