6 / LA GRACIA ÚLTIMA (4)
La sofisticación del
humor del conjunto de imágenes infantiles, cuando está imbuida de un idóneo
traslado mitológico de doctrina metafísica, emerge con magnificencia en uno de
los grandes mitos mejor conocidos del mundo oriental: la relación hindú de la
batalla primordial entre los titanes y los dioses por el licor de la inmortalidad.
Un antiguo ser de la tierra, Kashyapa, el “Hombre Tortuga”, se había casado con
tres de las hijas de un patriarca demiúrgico todavía más antiguo, Daksha, “Señor
de la Virtud”. Dos de estas hijas, de nombre Diti y Aditi, habían dado vida
respectivamente a los titanes y a los dioses. En una interminable serie de
batallas familiares, muchos de estos hijos de Kashyapa fueron muertos. Pero después
el gran sacerdote de los titanes, por medio de grandes austeridades y
meditaciones, ganó el favor de Shiva, Señor del Universo. Shiva le enseñó un
conjuro para revivir a los muertos. Esto dio a los titanes una ventaja que los
dioses notaron rápidamente en la siguiente batalla. Confundidos, se retiraron
para celebrar una consulta y se dirigieron a las altas divinidades Brahma y
Vishnú. (151) Se les aconsejó que pactaran con sus hermanos enemigos una paz
temporal, durante la cual los titanes deberían ayudarlos a extraer la
mantequilla del Océano de Leche de la vida inmortal: Amrita (a, no; mrita,
mortal) “el néctar de la inmortalidad”. Halagados por la invitación, que vieron
como una aceptación de su superioridad, los titanes participaron encantados y
así empezó la trascendental aventura cooperativa al principio de las cuatro
edades del ciclo del mundo. El monte Mandara fue seleccionado como batidora.
Vasuki, el Rey de las Serpientes, consintió en convertirse en cuerda para
moverla. Vishnú mismo, en forma de tortuga, se echó en el Océano de Leche para
sostener con su espalda la base de la montaña. Los dioses tomaron una punta de
la serpiente, después de haberla atado alrededor de la montaña, y los titanes
la otra. Juntos batieron durante mil años.
Lo primero que se levantó
de la superficie del mar fue un humo negro y ponzoñoso, llamado Kalakuta, “Cima
Negra”, o sea la más alta concentración de la fuerza de la muerte. “Bebedme”,
dijo Kalakuta, y la operación no pudo seguirse hasta encontrar a alguien capaz
de hacerlo. Se dirigieron a Shiva que estaba sentado aparte y con expresión
indiferente. Con magnificencia, dejó su posición de profunda meditación
interior y se acercó a la escena donde se batía el Océano de Leche. Puso el
líquido de la muerte en una taza, se lo tragó de un golpe y por medio de su
fuerza yoga lo retuvo en su garganta. La garganta se le puso azul. Desde
entonces, Shiva es llamado “Cuello Azul”, Nilakhanta.
Entonces siguieron
batiendo y empezaron a salir de las profundidades inagotables formas preciosas
de fuerza concentrada. Aparecieron Apsarases (ninfas), Lakshi, la diosa de la
fortuna, el caballo blanco como la leche llamado Uchchaihsravas, “El que
Relincha Fuerte”; la perla de las gemas, Kaustubha, y otros objetos bajo el número
de trece. El último en aparecer fue el diestro médico de los dioses,
Dhanvantari, llevando en su mano la luna, que es la taza del néctar de la vida.
De nuevo empezó una gran
batalla por la posesión de la valiosa bebida. Uno de los titanes, Rahu, se las
arregló para robar un trago, pero fue decapitado antes de que el licor pasara
por su garganta; su cuerpo murió, pero su cabeza permaneció inmortal. Y esta
cabeza va por los cielos en eterna persecución de la luna, tratando de
alcanzarla. Cuando la alcanza, la taza entra por su boca y sale por su garganta;
por esa razón tenemos eclipse de luna.
Pero Vishnú, temiendo que
los dioses perdieran sus ventajas, se transformó en una hermosa doncella
danzarina. Y mientras los titanes, que eran sensuales, quedaban enmudecidos de
asombro ante los encantos de la joven, ella tomó la taza-luna de Amrita, jugó
con ellos un momento y repentinamente se la entregó a los dioses. Vishnú se
transformó en seguida en un poderoso héroe, se unió a los dioses en contra de
los titanes y los ayudó a perseguir al enemigo hasta los abismos y oscuros
cañones del mundo inferior. Ahora los dioses se alimentan de Amrita, dentro de
sus hermosos palacios, en la cima de la montaña central del mundo, el monte Sumeru.
(152)
El humor es la piedra de
toque de lo verdaderamente mitológico comparado con el ambiente más literal y
sentimental de lo teológico. Los dioses como íconos no son fines en ellos
mismos. Sus divertidos mitos transportan la mente y el espíritu no hasta ellos,
sino más allá de ellos, hasta el vacío que está detrás; desde esta
perspectiva, los más pesados dogmas teológicos aparecen sólo como recursos
pedagógicos y su función es enderezar el intelecto desencaminado por una
acumulación concreta de hechos y de acontecimientos hacia una zona
comparativamente ratificada, en donde, como una dádiva final, toda existencia
-ya sea celestial, terrena o infernal- pueda por fin verse transmutada en la
apariencia de un sueño pasajero, periódico e infantil de dicha y de temor. “Desde
un punto de vista todas las divinidades existen -contestó recientemente un lama
tibetano a la pregunta de un enterado visitante occidental-; desde otro,
ninguna es real. (153) Esta es la enseñanza ortodoxa de los antiguos Tantras: “Todas
las bondades visualizadas no son sino símbolos que representan los diferentes
sucesos que ocurren el Camino”; (154) del mismo modo que en la doctrina de las
escuelas psicoanalíticas contemporáneas. (155) Y la misma penetración meta
teológica parece ser lo que sugieren los versos finales de Dante, cuando el
viajero iluminado alcanza finalmente a elevar sus ojos valerosos por encima de la
beatífica visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, hasta la Luz Eterna.
(156)
Los dioses y las diosas
deben entenderse por lo tanto como encarnaciones y custodios del elixir del Ser
Imperecedero, pero no como lo Último en su estado primario. Lo que el héroe busca
en sus relaciones con ellos, no son ellos mismos, por lo tanto, sino su gracia,
esto es, la fuerza de su sustancia sustentante. Esta milagrosa
energía-sustancia y sólo ella es lo Imperecedero; los nombres y las formas de
las deidades, que en todas partes la encarnan, la distribuyen y la representan,
van y vienen. Esta es la milagrosa energía de los rayos de Zeus, de Yavé y del
Supremo Buddha, la fertilidad de la lluvia de Viracocha, la virtud anunciada
por la campana que se hace sonar en la Misa en el momento de la consagración,
(157) y la luz de la iluminación última del santo y del sabio. Sus guardianes
se atreven a entregarla solamente a aquellos que han sido debidamente probados.
Notas
(150) En la literatura
psicoanalítica publicada, las fuentes de los símbolos en los sueños son
analizadas, tanto en su significado latente en el consciente como los efectos
de sus operaciones sobre la psique; pero pasa por alto el hecho ulterior de que
los grandes maestros los han empleado conscientemente como metáforas; la
suposición tácita es la de que los grandes maestros del pasado eran neuróticos
(exceptuando, por supuesto, un grupo de griegos y romanos) que equivocaban sus
libre fantasías con revelaciones. Con el mismo espíritu las revelaciones del
psicoanálisis son tomadas por muchos legos como el producto de la “mente salaz”
del doctor Freud.
(151) Brahma, Vishnú y
Shiva, respectivamente el Creador, el Protector y el Destructor constituyen una
trinidad en el hinduísmo, como tres aspectos de la operación de una sola sustancia
creadora. Después del siglo VII a. C. Brahma perdió importancia y se convirtió
solamente en el agente creador de Vishnú. Así el hinduísmo está dividido hoy en
dos campos principales, uno dedicado en forma primaria al creador-preservador
Vishnú, el otro a Shiva, el destructor del mundo, que une el alma con el
eterno. Pero ellos son uno en última instancia. En el presente mito, es a través
de su operación en conjunto como se obtiene el elixir de la vida.
(152) Ramayana,
1.45; Mahabharata, 1.18; Matsya Purana, 249-251, y muchos otros
textos. Ver Zimmer, Myths
and Symbols in Indian Art and Civilizatiion, pp. 105 ss.
(153) Marco Pallis, Peaks and Lamas (4ª edición;
Londres, Casell and Co., 1946), p. 324.
(154) Shri-Chakra-Sambhara
Tantra, traducción del tibetano por el alma Kazi Dawa-Samdup, editado por
Sir John Woodroffe (seudónimo, Arthur Avalon), vol. VII de “Tantric Texts”
(Londres, 1919), p. 41. “Si surgieran dudas con respecto a la divinidad de
estas tres deidades -continúa el texto- uno debiera decir: ‘Esta diosa no es el
recuerdo del cuerpo’, y debéis recordar que las deidades constituyen el camino”
(loc. cit.) Sobre Tantra, cf. Supra., p. 108, nota 32, y pp.
158-159 (Budismo tántrico).
(155) Comparar, por ejemplo, con C. G. Jung, The Integration
of the Personality, cap. III: “Arquetipos del inconsciente
colectivo.” “Hay tal vez muchos -escribe el Dr. J. C. Flügel- que todavía
retienen la noción de un Padre-Dios casi antropomórfico, como una realidad
extra-mental, aunque se haya hecho aparente el origen puramente mental de tal
Dios.” (The Psychoanalytic Study of the Family, p. 236)
(156) “Paraíso”, XXXIII,
82 ss.
(157) Ver supra,
p. 159.
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