3 / LA CARTA
Esa es la carta que me dictó Kurdyokov, un muchacho de nuestra expedición. Merece
ser salvada del olvido. La transcribo sin agregarle nada, así que es, palabra
por palabra, idéntica al original.
“Mi querida mamá, Eudoxia Fiodorovna: desde las primeras líneas de esta
carta me apresuro a hacerle saber que, gracias al Señor, estoy vivo y con buena
salud, y espero que usted pueda decir lo mismo sobre la suya. Me inclino ante
usted profundamente desde la blanca frente a la húmeda tierra (1)… (Sigue una
enumeración de parientes, padrinos, compadres. Las omito y pasamos al segundo
párrafo).
Querida madre Eudoxia Fiodorovna, me apresuro a escribirle a usted que
estoy en la Caballería Roja del camarada Budionni, y que también se halla aquí
el compadre de usted, Nikon Vasilich, que es en la actualidad un héroe del
Ejército Rojo. Me ha llevado con él a la expedición de la sección política
desde donde enviamos al frente literatura y periódicos: Izvestia del
Comité Central Ejecutivo de Moscú, la Pravda de Moscú y nuestro querido
e implacable El Jinete Rojo, que todo combatiente de primera línea
quiere leer para batir luego con ánimo heroico a los insolentes nobles… por
todo lo cual lo paso divinamente con Nikon Vasilich.
Mi madre querida, Eudoxia Fiodorovna. Envíeme usted lo que pueda según sus
fuerzas y posibilidades. Le ruego que mate al cerdo manchado y me haga un envío
a la Sección Política del camarada Budionni, para Vasili Kurdyukov. Cada día
que pasa me acuesto sin comer y sin abrigo para cubrirme, así que paso un frío
terrible. Escríbame una carta sobre mi caballo Stepa, dígame si vive aun o no;
le ruego que lo tenga bajo su cuidado y escríbame si tiene todavía aquel
defecto o lo ha superado, y también sobre la matadura en la pata delantera, y
si lo han herrado ya o no. Haga el favor, querida madre Eudoxia Fiodorovna de
lavarle la para con el jabón que le dejé detrás de los íconos y si papá gastó
el jabón, compre otro en Krasnodar, que Dios se lo pagará. Puedo decirle
también que esta tierra es muy pobre, los mujiks huyen con sus caballos a los
bosques para ocultarse de nuestras Águilas Rojas. Los campesinos siembran
centeno y avena. El lúpulo crece aquí en estacas, lo que el da un aspecto bien
parejo. Con él hacen aguardiente.
En las siguientes líneas de mi carta me apresuro a hablarle sobre padre,
que hace un año mató a mi hermano Fiodor Timoféievich Kurdyukov. Nuestra
brigada roja, la del camarada Paulitshenko, avanzaba hacia la ciudad de Rostov
cuando en nuestras filas se produjo una traición. Y padre, en ese momento,
estaba como comandante de compañía en Denikin. Gente que lo vio dice que
llevaba su medalla como en tiempos del antiguo régimen. A consecuencia de
aquella traición nos tomaron prisioneros a todos, y padre echó la vista encima
de mi hermano Fiodor Timoféievich. Entonces padrecito empezó a darle a Fedia
con el sable, mientras gritaba: “Basura, perro rojo, hijo de perra”, hasta que
se hizo de noche y mi hermano Fiodor Timoféievich cayó muerto. En aquel momento
le escribí a usted una carta diciendo que su Fedia estaba enterrado sin cruz.
Pero padre me pilló la carta y me dijo: “Hijos de su madre, que han salido de
su misma puta calaña, yo preñé a vuestra madre y la preñaré de nuevo, mi vida
camina hacia su fin, pero en nombre de la Verdad voy a exterminar a mi propia
simiente…”, y mucho más dijo todavía. Yo acepté ese sufrimiento que me venía de
él como hizo Jesucristo, nuestro Salvador.
Pronto pude escapar de padre y volví a alistarme en las tropas del camarada
Paulitschenko. Nuestra brigada recibió la orden de dirigirse a la ciudad de Voronezh
para reorganizarse, y allí nos dieron caballos, mochilas, armas y todo lo que
nos hacía falta. Sobre Voronezh, puedo decirle, querida madre Edudoxia
Fiodorovna, que es una ciudad magnífica, tal vez más grande que Krasnodar. La
gente es muy linda y el río as apto para bañarse. Nos han dado pan, dos libras
diarias, una media libra de carne y de azúcar; no está mal, porque así al
levantarnos y hasta por la noche, hemos tomado té dulce y hemos olvidado el
hambre. A mediodía fui a casa de mi hermano Simeón Timoféievich, donde había
tortas y carne de ganso. Después me fui a dormir. En aquellos días, por su
valentía, todo el regimiento quería tener a Simeón Timoféievich como
comandante. El camarada Budionni dictó la orden y Simeón Timoféievich recibió
dos caballos, una vestimenta magnífica, un carro para sus cosas y la orden de
la Bandera Roja. Y yo, como hermano suyo, me he quedado con él. Hoy día, si
cualquier vecino nos ofendiese, Simón Timoféievich podría hacerle cortar la
cabeza. Después, empezamos a perseguir al general Denikin, matamos a miles de
sus hombres y los acosamos hasta el Mar Negro, pero no veíamos a padre por
ninguna parte, y eso que Simón Timoféievich lo ha buscado en todos los puestos
de combate porque le dolía mucho lo de su hermano Fedia. Usted, madre querida,
conoce bien a padre y sabe lo testarudo que es. Se había teñido tranquilamente
de negro su barba roja y andaba vestido de paisano en la ciudad de Maikop,
donde nadie podía saber que era un guardia rural del antiguo régimen. Pero la verdad
siempre se abre paso. Su compadre Nikon Vasiliévich lo vio por casualidad en
una cabaña de la ciudad y le escribió una carta a Simeón Timoféievich. Montamos
a caballo y recorrimos a toda marcha doscientos kilómetros, yo, mi hermano
Simeón y unos cuantos mozos voluntarios.
¿Y qué encontramos en la ciudad de Maikop? Vimos que la retaguardia no
simpatizaba para nada con el frente y que por todos lados acechaba la traición.
La ciudad estaba llena de judíos como en el antiguo régimen. Y Simeón
Timoféievich discutió con ellos que no querían soltar a padre, y lo tenían en
la cárcel bajo cerrojo. Decían que había llegado orden del camarada Trotski de
no matar a los prisioneros; que ellos mismos iban a juzgarlo y que no nos
enfadásemos porque ya recibiría su merecido. Pero Simón Timoféievich les
demostró que era comandante de un regimiento y que había recibido del camarada
Budionni la Bandera Roja. Amenazó con apalear a todos los que disputaran la
persona de padre y no quisieran entregarlo, y los cosacos de nuestra ciudad
también los amenazaron. Pero solo Simeón obtuvo a padre, y en cuanto salió,
Simeón Timoféievich comenzó a darle de latigazos, y según corresponde a la
ordenanza militar, apostó en el patio a todos los soldados. Entonces Simeón
echó agua sobre la barba de nuestro padre Timofei Radionitsch y la tintura
corría barba abajo. Entonces le pregunté a padre:
-¿Le gusta estar entre mis manos, padre?
-No -respondió padre-, la voy a pasar mal.
Y entonces preguntó Simeón:
-¿Y a Fedia le gustaba estar entre sus manos cuando lo mató usted a golpes?
-No -contestó padre-, Fedia lo pasó mal.
Entonces Simeón volvió a preguntar:
-¿Y pensó usted, padre, que también lo iba a pasar mal alguna vez?
-No -contestó padre-, no pensé que algún día iba a pasarlo mal.
Entonces Simeón se dio vuelta hacia el pueblo y dijo:
-Creo que si cayera en vuestras manos no iba a andar con miramientos
conmigo. De modo que, padrecito, vamos a terminar…
Entonces Timofei Rodionitsch empezó con total descaro cosas horribles de mi
hermano, de la madre de mi hermano y de la madre de Dios, y a pegarle en plena
cara. Entonces Simeón Timoféievich me hizo salir del patio, y por eso, querida
madre Eudoxia Fiodorovna, no puedo describirle de qué manera terminó sus días
padre, ya que me habían sacado del patio.
Después de esto fuimos acantonados en la ciudad de Novorossisk. De esta
ciudad se puede decir que detrás de ella no existe la tierra seca, porque lo
único que hay es agua, pura agua, el Mar Negro; y nos quedamos allí hasta mayo,
luego fuimos al frente polaco donde le estamos dando una zurra a la nobleza
polaca…
Quedo de usted, su querido hijo Vasili Timoféievich. Madrecita, eche una mirada
de vez en cuando a Stiopa y Dios se lo pagará.”
Esta es la carta de Kurdiokov. No he cambiado una sola palabra. Cuando la
terminé, tomó la hoja escrita y se la metió debajo de la camisa, pegada a su
pecho.
-Kurdiukov -le pregunté-, ¿era malo tu padre?
-Mi padre era un perro -me contestó, en un tono sombrío.
-¿Y tu madre es mejor?
-Tal para cual. Toma, si quieres, aquí tienes a nuestra familia.
Y me alargó una fotografía rota. Allí se veía a Timofei Kurdyokov, un
sargento de caballería, ancho de hombros, con gorra de uniforme, barba muy
peinada, pómulos salientes y los ojos fijos, descoloridos y sin expresión. A su
lado, en un modesto sillón de bambú, estaba sentada una campesina pequeña, con
la blusa que le caía sobre la falda, unos rasgos marchitos, claros y humildes.
Y contra la pared, sobre el miserable fondo de la fotografía de provincia, con
flores y palomas, estaban dos mozos enormes, obtusos, de caras anchas y grandes
ojos, firmes como soldados, los dos hermanos Kurdyokov: Fiodor y Simeón.
Notas
(1) Se trata de fórmulas rituales con que la gente de pueblo iniciaba sus
cartas.
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