Afinación
La afinación en Gardel era perfecta y en los casos en los cuales cantaba
nota contra sílaba ello es perfectamente comprobable. No cabe en estas interpretaciones
el recurso del “portamento” en busca de la nota y, sin embargo, su voz acierta
plenamente, de tal modo que en algunos casos pone en evidencia la afinación
insegura o, decididamente, la desafinación de algún acompañamiento. El violín
de Antonio Rodio, por ejemplo.
Esta importante condición de su canto se nota en los comienzos de algún
tango, cuando recurre a largas frases con calderón y algún melisma, que en una
curva melódica muy libre, a veces con intervalos de octava, funcionan como
fantasía que introduce la melodía. En esos casos, de todos modos las notas no
se apartan de la afinación correcta, infalible, por muy libre y caprichosa que
sea la aludida frase inicial. “Mi noche triste”, en la versión de 1930, es un
buen ejemplo de este hecho. Cuando en el empleo de su sentido interpretativo se
permite intervalos, saltando de pronto a una octava aguda, resulta impactante
la limpieza con que aborda la noche superior, sin asomo de desafinación, ni una
coma.
El fraseo, “tempo giusto” y “rubato”
Existe una prueba práctica muy simple para apreciar el manejo que hace
Gardel del ritmo y de los “tempi”, aludidos en la cita de Lauro Ayestarán.
Tratemos de cantar al mismo tiempo que él, intentando superponernos a su voz y
veremos que es muy arduo. Normalmente quien emprenda esta prueba, al hacerlo
descubrirá que se anticipa a Gardel o, por el contrario, se demora. En otras
palabras, el que trata de calcarse sobre su canto llega antes o después que
Gardel, difícilmente coincide con él.
Ello se debe al recurso del “tempo giusto” y “tempo rubato”, a la
flexibilidad de su sentido del ritmo, a los calderones y suspensiones del
compás que por las exigencias de su respeto al texto eran instrumentos a los
cuales acudía frecuentemente.
Si escuchamos con atención detectamos cuántas veces el acompañamiento de
las guitarras se calla, a la espera de su voz, que se silencia en una pausa o
se prolonga en un melisma cuyo destino final sólo el cantor gobierna. Todo ello
“a tiempo”, pero obligando a las guitarras, que básicamente se limitan a hacer
acordes y ritmos, a guardar silencio, aguardándolo a la espera del momento en
el cual retoma la melodía.
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