martes

GARDEL: EL ALMA QUE CANTA (7) - HUGO GARCÍA ROBLES


Afinación


La afinación en Gardel era perfecta y en los casos en los cuales cantaba nota contra sílaba ello es perfectamente comprobable. No cabe en estas interpretaciones el recurso del “portamento” en busca de la nota y, sin embargo, su voz acierta plenamente, de tal modo que en algunos casos pone en evidencia la afinación insegura o, decididamente, la desafinación de algún acompañamiento. El violín de Antonio Rodio, por ejemplo.

Esta importante condición de su canto se nota en los comienzos de algún tango, cuando recurre a largas frases con calderón y algún melisma, que en una curva melódica muy libre, a veces con intervalos de octava, funcionan como fantasía que introduce la melodía. En esos casos, de todos modos las notas no se apartan de la afinación correcta, infalible, por muy libre y caprichosa que sea la aludida frase inicial. “Mi noche triste”, en la versión de 1930, es un buen ejemplo de este hecho. Cuando en el empleo de su sentido interpretativo se permite intervalos, saltando de pronto a una octava aguda, resulta impactante la limpieza con que aborda la noche superior, sin asomo de desafinación, ni una coma.

El fraseo, “tempo giusto” y “rubato”

Existe una prueba práctica muy simple para apreciar el manejo que hace Gardel del ritmo y de los “tempi”, aludidos en la cita de Lauro Ayestarán. Tratemos de cantar al mismo tiempo que él, intentando superponernos a su voz y veremos que es muy arduo. Normalmente quien emprenda esta prueba, al hacerlo descubrirá que se anticipa a Gardel o, por el contrario, se demora. En otras palabras, el que trata de calcarse sobre su canto llega antes o después que Gardel, difícilmente coincide con él.

Ello se debe al recurso del “tempo giusto” y “tempo rubato”, a la flexibilidad de su sentido del ritmo, a los calderones y suspensiones del compás que por las exigencias de su respeto al texto eran instrumentos a los cuales acudía frecuentemente.

Si escuchamos con atención detectamos cuántas veces el acompañamiento de las guitarras se calla, a la espera de su voz, que se silencia en una pausa o se prolonga en un melisma cuyo destino final sólo el cantor gobierna. Todo ello “a tiempo”, pero obligando a las guitarras, que básicamente se limitan a hacer acordes y ritmos, a guardar silencio, aguardándolo a la espera del momento en el cual retoma la melodía.

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