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Y PERSONAJE EN LA ACTIVIDAD ESTÉTICA (9)
(1 / 1) Cuando observo a un hombre íntegro, que
se encuentra afuera y frente a mi persona, nuestros horizontes concretos y
realmente vividos no coinciden. Es que en cada momento dado, por más cerca que
se ubique frente a mí el otro, que es contemplado por mí, siempre voy a ver y a
saber algo que él, desde su lugar y frente a mí, no puede ver: las partes de su
cuerpo inaccesibles a su propia mirada (cabeza, cara y su expresión, el mundo
tras sus espaldas, toda una serie de objetos y relaciones que me son accesibles
a mí e inaccesibles a él). Cuando nos estamos mirando, dos mundos diferentes se
reflejan en nuestras pupilas. Para reducir al mínimo esta diferencia de
horizontes, se puede adoptar una postura más adecuada, pero para eliminar la
diferencia es necesario que los dos se fundan en uno, que se vuelvan una misma
persona.
Este excedente de mi visión que siempre
existe con respecto a cualquier otra persona, este sobrante de conocimiento, de
posesión, está determinado por la unicidad y la insustituibilidad de mi lugar
en el mundo: porque en este lugar, en este tiempo, en estas circunstancias yo
soy el único que me coloco allí; todos los demás están fuera de mí. Esta extraposición
concreta de mi persona frente a todos los hombres sin excepción, que son los
otros para mí, y el excedente de mi visión (determinada por la extraposición)
con respecto a cualquier otro (con esta situación está vinculada la bien
conocida deficiencia que consiste en el hecho de que precisamente aquello que
yo veo en el otro, en mí mismo lo puede distinguir únicamente el otro, pero
aquí esto no es importante, porque en la vida real la correlación que existe
entre el yo y el otro es irreversible), se superan mediante el conocimiento, el
cual construye un mundo único y universalmente válido, absolutamente
independiente de aquella situación única y concreta que ocupa uno u otro
individuo; para el conocimiento, la relación entre el yo y el otro, en tanto
que es ideada, es una relación relativa y reversible, puesto que el sujeto
cognoscente como tal no ocupa un lugar determinado y concreto en el ser. Pero
este único mundo del conocimiento no puede tomarse por la totalidad concreta y
única, que está llena de múltiples cualidades del ser, así como percibimos un
paisaje, una escena dramática, un edificio, etc., porque una percepción real de
la totalidad concreta presupone un lugar muy determinado para el espectador: su
unicidad y su encarnación; mientras que el mundo del conocimiento y cada momento
suyo tan sólo pueden ser ideados. Igualmente, una vivencia interna y una
totalidad interna pueden vivirse concretamente (percibirse internamente) o
dentro de la categoría yo-para-mí, o bien dentro de la categoría otro-para-mí,
es decir, ora como vivencia, ora como la vivencia de este otro determinado y
único.
La contemplación estética y el acto ético no
pueden ser asbtraídos de la unicidad concreta del lugar dentro del ser ocupado
por el sujeto de este acto y de la contemplación artística.
El sobrante de mi visión con respecto al otro
determina cierta esfera de mi actividad excepcional, o sea el conjunto de
aquellos actos internos y externos que tan sólo yo puedo realizar con respecto
al otro y que son absolutamente inaccesibles al otro desde su lugar: son actos
que completan al otro en los aspectos donde él mismo no puede completarse.
Estos actos pueden ser infinitamente heterogéneos porque dependen de la
heterogeneidad infinita de las situaciones vitales en las que tanto yo como el
otro nos ubicamos en determinado momento; pero en todas partes, siempre y en
todas las circunstancias, este sobrante de mi actividad existe, y su estructura
tiende (se aproxima) a cierta constancia estable. Aquí no nos interesan las
acciones que con su sentido interno nos abarcan a mí y al otro en un solo y
único acontecimiento del ser y que están orientadas hacia un cambio real de tal
acontecimiento y del otro, en tanto que es un aspecto del acontecimiento: estas
son acciones puramente éticas. Ahora nos interesan las acciones contemplativas
(porque la contemplación es activa y productiva), que no rebasan los
límites del otro sino que tan sólo unen y ordenan la realidad; son acciones contemplativas
que vienen a ser consecuencia del excedente de la visión interna y externa del
otro, y su esencia es puramente estética. El excedente de la visión es un
retoño en el cual duerme la forma y desde la cual esta se abre como una flor.
Pero, para que el retoño se convierta en la flor de la forma conclusiva, es
indispensable que el excedente de mi visión complete el horizonte del otro
contemplado sin perder su carácter propio. Yo debo llegar a sentir a este otro,
debo ver su mundo desde dentro evaluándolo como él lo hace, debo colocarme en
su lugar y luego, regresando a mi propio lugar, completar su horizonte mediante
aquel excedente de visión que se abre desde mi lugar, que está fuera del suyo;
debo enmarcarlo, debo crearle un fondo conclusivo del excedente de mi visión,
mi conocimiento, mi deseo y sentimiento.
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