miércoles

EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (72) - JOSEPH CAMPBELL


6 / LA GRACIA ÚLTIMA (3)


La gracia suprema deseada para el Cuerpo Indestructible es la ininterrumpida residencia en el Paraíso de la Leche que Nunca se Agota. “Regocíjate, Jerusalén. Vosotros, los que la amáis, sea ella vuestra gloria. Llenaos con ella de alegría los que con ella hicieseis duelo. Para mamar hasta saciaros la leche de sus consolaciones, para mamar con delicia a los pechos de su gloria. Porque así dice Yavé: ‘Voy a derramar sobre ella la paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente desbordado. Y sus niños serán llevados a la ladera, y acariciados sobre las rodillas.’” (147) Alimento del alma y del cuerpo, tranquilidad en el corazón es la dádiva del pezón inagotable, que “todo lo cura”. El Monte Olimpo se levanta hasta los cielos, los dioses y los héroes tienen en él banquetes de ambrosía. En el salón de la montaña de Wotan, cuatrocientos treinta y dos mil héroes consumen la carne que no disminuye de Sachrimnir, el Jabalí Cósmico, y la toman con la leche que sale de las ubres de la cabra Heidrun, aumentada de las hojas de Yggdrasil, el Fresno del Mundo. En las colinas de las hadas de Erin, la inmortal Tuatha de Danaan consume los siempre renovados cerdos de Manannan y bebe copiosamente del licor de Guibne. En Persia, los dioses del jardín de la montaña en el monte Hara Berezaiti beben la inmortal haoma, destilada del árbol Gaokerena, el árbol de la vida. Los dioses japoneses beben sake, los polinesios ave, los dioses aztecas beben la sangre de hombres y doncellas. A los redimidos de Yavé, en su jardín les es servida la carne deliciosa e inagotable de los monstruos Behemoth, Leviatán y Ziz, mientras que beben los licores de los cuatro ríos dulces del Paraíso. (148)

Es obvio que las fantasías infantiles que todavía acariciamos en el inconsciente, están continuamente en juego en el mito, en el cuento de hadas y en las enseñanzas de la Iglesia como símbolos del ser indestructible. Esto es útil, porque la mente se siente como en su casa con las imágenes y le parece recordar algo ya conocido. Pero esta circunstancia es también un obstáculo, porque los sentimientos se apoyan en los símbolos y resisten violentamente todo esfuerzo para sobrepasarlos. El golfo prodigioso entre esas multitudes infantilmente felices que llenan el mundo de piedad y los verdaderamente libres se abre en la línea donde los símbolos desaparecen y son trascendidos. “¡Oh vosotros -escribe Dante al salir del Paraíso terrenal-, que, deseosos de escucharme, habéis seguido en una pequeña barca tras de mi bajel que navega cantando, virad para ver de nuevo vuestras playas! No os internéis en el piélago, porque quizá, perdiéndome yo, quedaríais perdidos. El agua por donde sigo no fue jamás recorrida, Minerva sopla en mi vela, Apolo me conduce y las nueve musas me enseñan las Osas.” (149) Esta es la línea que el pensamiento no trasciende; detrás de ella todos los sentimientos mueren verdaderamente: como la última estación de la vía que lleva a una montaña, donde empiezan a trepar los alpinistas y a la que a veces vuelven para conversar con aquellos que aman el aire de la montaña pero no pueden arriesgarse a las alturas. La inefable enseñanza de la beatitud que sobrepasa la imaginación viene a nosotros envuelta necesariamente en figuras que recuerdan la imaginada beatitud de la infancia; de aquí el engañoso infantilismo de los cuentos. De aquí también la inadecuación de las lecturas meramente psicológicas. (150)


Notas

(147) Isaías, 66:10-12
(148) Ginzberg, op cit., vol I, pp. 20, 26-30. Ver las extensas notas sobre el banquete mesiánico, vol. V, pp. 43-46.
(149) Dante, “Paraíso”, II, 1-9.
(150) En la literatura psicoanalítica publicada, las fuentes de los símbolos en los sueños son analizadas, tanto en su significado latente en el consciente como los efectos de sus operaciones sobre la psique; pero pasa por alto el hecho ulterior de que los grandes maestros los han empleado conscientemente como metáforas; la suposición tácita es la de que los grandes maestros del pasado eran neuróticos (exceptuando, por supuesto, un grupo de griegos y romanos) que equivocaban sus libres fantasías con revelaciones. Con el mismo espíritu las revelaciones del psicoanálisis son tomadas por muchos legos como el producto de la “mente salaz” del doctor Freud.

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