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EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (61) - JOSEPH CAMPBELL


4 / LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE (12)

No hay palabra que explique ni se hace mención alguna de la sospechosa apuesta con Satán descrita en el capítulo I del Libro de Job; sólo una demostración entre truenos y relámpagos del hecho de los hechos, o sea que el hombre no puede medir la voluntad de Dios, que deriva de un centro fuera del alcance de las categorías humanas. Las categorías, por supuesto, quedan totalmente destruidas por el Todopoderoso en el Libro de Job, y al final, permanecen destruidas. Sin embargo, para Job la revelación significó la satisfacción del alma. Él era el héroe que, por su valor en la prueba tremenda y su falta de voluntad para someterse y ceder ante la concepción popular del Altísimo, había demostrado ser capaz de enfrentar una revelación mayor que aquella que satisfacía a sus amigos. No podemos interpretar sus palabras del último capítulo como las de un hombre meramente intimidado. Son las palabras de quien ha visto algo que sobrepasa cualquier cosa que se haya dicho a modo de justificación. “Sólo de oídas te conocía, mas ahora te han visto mis ojos. Por todo me retracto y hago penitencia entre el polvo y la ceniza.” (80) Los que lo han consolado piadosamente quedan humillados; Job es recompensado con una nueva casa, con nuevos sirvientes, con nuevos hijos e hijas. “Vivió Job después de esto ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos hasta la cuarta generación, y murió Job anciano y colmado de días.” (81)

Para el hijo que ha llegado a conocer al padre verdaderamente, las agonías de la prueba pasan con rapidez; el mundo ya no es un valle de lágrimas, sino la perpetua y bendita manifestación de la Presencia. Contrasta con la ira de Dios airado que da a conocer Jonathan Edwards a su grey, la siguiente poesía llena de ternura de los miserables ghettos de Europa oriental en ese mismo siglo:

Oh, Señor del Universo
He de cantarte una canción.
¿Adónde puede encontrársete?
Dondequiera que paso allí estás Tú.
Donde me quedo, allí también estás.
Tú, Tú, y nadie sino Tú.

Si todo va bien, es gracias a Ti.
Si va mal, también es gracias a Ti.

Tú eres, Tú has sido y Tú serás.
Tú has reinado, Tú reinas y Tú reinarás.

Tuyo es el Cielo, Tuya es la Tierra.
Tú llenas las más altas regiones
y Tú llenas las regiones más bajas.
Dondequiera que me vuelvo, Tú, oh, Tú estás allí. (82)


Notas

(80) Ibid, 40: 7-14.
(81) Ibid. 42: 16-17.
(82) Leon Stein, “Hassidic Music”, The Chicago Jewish Forum, vol. II, nº 1 (otoño, 1943), p. 16.

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