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RICARDO AROCENA - EL GRITO / VERSIÓN COMPLETA Y DEFINITIVA (10)


(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)

En Capilla Nueva de Mercedes mucho es el movimiento, prácticamente se ha convertido en un lugar de peregrinación. La localidad crece cada día con la llegada de nuevos contingentes de rebeldes, que son repartidos en campamentos. La mayor parte están armados solamente de facón. Y hay hasta quienes no lo tienen.

-Mirá, ese trae una macana de coronilla, pero es muy diestro para jugarla -comenta Carmela admirada.

-Todos hacen el servicio con liberalidad y suma obediencia al que los manda -le responde su amiga Camila Barbosa, entusiasmada.

-¡La paga que solo exigen es yerba y tabaco…! -admira Carmela con respeto.

Desde hace un tiempo notan su presencia. Es una mujer mayor y viste de fino luto. Nadie la conoce, pero la ven cada amanecer rumbear para la Iglesia. Durante los recorridos por la Villa cubre su cara con un género oscuro, que solamente retira cuando reza a la hora de la misa. Una vez finalizado el rito, invariablemente recorre el prolijo camposanto que rodea a la Capilla, pero lo que a todos llama la atención, es que cada día solloza durante horas ante un sepulcro diferente. Antes de retirarse deja una flor, a la que besa con fruición. Han visto su carromato cerca del Arroyo Dacá, pero la mayoría no tiene muy claro adónde está parando. Entrometidas, algunas devotas se le han arrimado, pero siempre les responde con monosílabos. Cierto día, que recogió la caperuza con que resguarda su cabeza más de lo que por lo general suele hacerlo, pudo notarse debajo de sus doradas y encanecidas trenzas, un rostro avejentado pero de extraña belleza, de una belleza diferente a la común en los pagos. Como nadie conoce su verdadero nombre, desde ese día la llaman “La Gringa”. De cuando en cuando antes de dirigirse al camposanto, llega hasta donde mendiga la nuera de Vega para dejarle alguna moneda. Pero esta vez parece más acabada que otras veces y la limosnera se anima a preguntarle, desde su propio dolor, qué es lo que la lleva al frecuente peregrinaje. La Gringa contesta en el más puro español que su único hijo yace enterrado en el cementerio que visita cada día, pero como nadie ha sabido decirle con exactitud cuál es su tumba, las visita todas. En algún momento estará ante la de su hijo o quizás ya lo estuvo. Para aquella mujer, no hay peor dolor que no poder honrar adonde yacen sus restos.

***

José Maldonado está preocupado. Las angustias no cesan: además de regresar a duras penas a la ciudad luego de la escaramuza de Monte de Asencio, además de ser detenido al día siguiente por los insurgentes luego de la caída de Capilla Nueva, ahora también resulta que la casa de su hermana, Doña Rafaela Maldonado, mujer de Don Anselmo Crespo, fue saqueada y los muebles y otros enseres han desaparecido. Vehemente, discursea ante Hilda López, su señora, que lo escucha con disimulada paciencia.

-A la entrada de los insurgentes en la casa de Crespo, a la hora de salir el sol del miércoles veintiocho de febrero, yo la había abandonado junto con los españoles que estaban reunidos en ella. Entraron a discreción robando cuanto hallaron a mano, sin oposición por estar todas las puertas abiertas y porque le habían ofrecido el saqueo…

Camina nervioso. Muchas residencias fueron desvalijadas durante el asalto a la ciudad. Los hechos son de extrema gravedad y en su opinión la situación tiene que quedar despejada, sobre todo por razones familiares.

-Después del acto de saqueo, como a las ocho y media de la mañana, pasé a dar queja a Pedro Viera que hacía de Comandante de los insurgentes, que fue a la casa de Crespo y contuvo el robo, cerrando la puerta de la sala y la del escritorio encargando de las llaves al Alférez de Blandengues, que ya estaba hecho cargo de la seguridad de la casa como Comandante del pueblo.

Su mujer lo mira. Lo conoce. Sabe que necesita descargarse. La precisa para que lo baje a tierra. Y por eso lo escucha. Luego de aligerarse queda resignado y manejable y hace lo que ella tiernamente le insinúa.

-Las demás puertas del comedor, cuartos y cocina quedaron abiertos al arbitrio de los insurgentes y de la guardia que pusieron en la misma casa. Cuando se hicieron los inventarios, se vendieron en pública almoneda los muebles, ropas y cuanto encontraron en la casa de mi hermana Rafaela.

Ahora está más tranquilo. La presencia de su esposa lo contiene. Con voz más baja, agrega.

-En las almonedas compraron ropa de todas clases, de poco o mucho valor, diferentes transeúntes, como oficiales y soldados, que después caminaron por esos destinos.

Maldonado se siente responsable. La residencia sirvió como sitio de mando, para que la comandancia española, orientara a sus tropas.

-De los distintos robos que hicieron los insurgentes en diferentes casas y tiendas, fueron encontrados algunos géneros y efectos, que conducidos a la casa de Crespo, los encerraron con sus muebles por vía de depósito y a la reclamación de algunos, fueron entregados a sus dueños por Pedro Viera.

Hilda medita. No confía en Rafaela, con la que no tiene el mejor relacionamiento.  Considera a su cuñada una persona cómoda e interesada, que nunca la quiso en la familia, Rafaela siempre dijo que hubiera preferido alguien mejor para su hermano. Pero además la tiene como una mujer retorcida, capaz hasta de acusarlos por lo que pudiera haber faltado de la vivienda. En tal caso le cantaría cuatro frescas.

***

Entre los españoles corre el rumor que Mariano Vega y su familia están involucrados en los saqueos sufridos en Mercedes.

-En el tiempo que estuvieron las llaves de la sala de Crespo en poder de Don Mariano Vega, entraron su mujer, suegra y cuñadas y después le han visto algunas alhajitas, como aros para las orejas, zarcillos o caravanas, o alguna otra brujería de cuello, o alfileteros de plata o trajes más decentes -comenta ofuscado Maldonado. Necesita a como sea encontrar un culpable, para tranquilizar a su hermana.

-Los oficiales insurgentes estuvieron haciendo burla a la mujer, suegra y familia por haber reconocido varias alhajas que tenían puestas y según escuché decir eran de la casa de Crespo -agrega el soldado español Jaime Vidal.

-Lo único que puedo decir es que la suegra y cuñada han sido siempre sostenidas por la piedad de los vecinos de Mercedes, con motivo de su notoria pobreza -completa Nicolás de Vrraza.

Vega es un mozo que no llega a los treinta años, pero con experiencia militar ya que peleó durante las invasiones inglesas y en la posterior defensa de Buenos Aires. Es una persona instruida, que ofició de escribiente del Tribunal Mayor de Cuentas, pero al que no le está yendo bien ya que enfrenta problemas laborales y familiares. En su familia no faltan los que lo acusan de que muchas de las desdichas por las que están pasando, están relacionadas con su casi fanática vocación, porque si hay algo que lo arrebata, que lo aparta de todo lo demás, es su pasión por ordenar, clasificar y archivar todo lo que encuentra. Para disgusto de su mujer que en el fondo desea que dedique sus esfuerzos a algo más lucrativo, suele atiborrar de escritos todos los lugares adonde ha vivido. Porque no hay caso, a Vega Lo enloquece el papel y la tinta, si pudiera trabajaría como archivero: no hay publicación que no quiera almacenar, sean hojas sueltas, libros, periódicos u oficios. En su opinión cada documento tiene un lugar y debe haber un lugar para cada documento, y por eso disfruta cuando están metódicamente organizados y sufre cuando no. En lo más íntimo imagina su futuro entre estanterías colmadas, pero en el presente la vida no le está siendo fácil. La verdad es que su familia está cansada de verlo garabatear incesantemente por las noches a la luz de una vela, porque cuando no está organizando papeles, está entregado a la fructifica pasión de la lírica. La mala alimentación y sus esotéricos oficios le han conferido un talante romántico y místico que no ha impedido la descalificación de que está siendo objeto. Con el frenesí propio de la juventud, desestima los señalamientos. No está dispuesto a perder el tiempo en minucias, ya no es un simple juez comisionado en Mercedes, ahora tiene una nueva pasión, a la que está dedicado metódica y escrupulosamente: la revolución. Es un momento de excesos. Todo está permitido cuando de ella se trata y todo sacrificio es poco. Y él y sus hombres están ahora a su entera disposición.

Mirándolos Vega inspirado declama con voz entonada y empalagosa palabrería:

-¡El yugo del tirano habéis sacudido con valor! ¡No permitáis que esos viles protervos os lo vuelvan a poner: sois libres, pues a las armas patricios que este pueblo siempre es el primero en cubrirse de gloria!

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