(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)
En Capilla Nueva de
Mercedes mucho es el movimiento, prácticamente se ha convertido en un lugar de
peregrinación. La localidad crece cada día con la llegada de nuevos
contingentes de rebeldes, que son repartidos en campamentos. La mayor parte
están armados solamente de facón. Y hay hasta quienes no lo tienen.
-Mirá, ese trae
una macana de coronilla, pero es muy diestro para jugarla -comenta Carmela admirada.
-Todos hacen el
servicio con liberalidad y suma obediencia al que los manda -le responde su
amiga Camila Barbosa, entusiasmada.
-¡La paga que solo
exigen es yerba y tabaco…! -admira Carmela con respeto.
Desde hace un
tiempo notan su presencia. Es una mujer mayor y viste de fino luto. Nadie la
conoce, pero la ven cada amanecer rumbear para la Iglesia. Durante los
recorridos por la Villa cubre su cara con un género oscuro, que solamente
retira cuando reza a la hora de la misa. Una vez finalizado el rito,
invariablemente recorre el prolijo camposanto que rodea a la Capilla, pero lo
que a todos llama la atención, es que cada día solloza durante horas ante un
sepulcro diferente. Antes de retirarse deja una flor, a la que besa con
fruición. Han visto su carromato cerca del Arroyo Dacá, pero la mayoría no tiene
muy claro adónde está parando. Entrometidas, algunas devotas se le han arrimado,
pero siempre les responde con monosílabos. Cierto día, que recogió la caperuza con
que resguarda su cabeza más de lo que por lo general suele hacerlo, pudo
notarse debajo de sus doradas y encanecidas trenzas, un rostro avejentado pero
de extraña belleza, de una belleza diferente a la común en los pagos. Como
nadie conoce su verdadero nombre, desde ese día la llaman “La Gringa”. De
cuando en cuando antes de dirigirse al camposanto, llega hasta donde mendiga la
nuera de Vega para dejarle alguna moneda. Pero esta vez parece más acabada que
otras veces y la limosnera se anima a preguntarle, desde su propio dolor, qué
es lo que la lleva al frecuente peregrinaje. La Gringa contesta en el más puro
español que su único hijo yace enterrado en el cementerio que visita cada día,
pero como nadie ha sabido decirle con exactitud cuál es su tumba, las visita
todas. En algún momento estará ante la de su hijo o quizás ya lo estuvo. Para aquella
mujer, no hay peor dolor que no poder honrar adonde yacen sus restos.
***
José Maldonado
está preocupado. Las angustias no cesan: además de regresar a duras penas a la
ciudad luego de la escaramuza de Monte de Asencio, además de ser detenido al
día siguiente por los insurgentes luego de la caída de Capilla Nueva, ahora
también resulta que la casa de su hermana, Doña Rafaela Maldonado, mujer de Don
Anselmo Crespo, fue saqueada y los muebles y otros enseres han desaparecido. Vehemente,
discursea ante Hilda López, su señora, que lo escucha con disimulada paciencia.
-A la entrada de
los insurgentes en la casa de Crespo, a la hora de salir el sol del miércoles
veintiocho de febrero, yo la había abandonado junto con los españoles que
estaban reunidos en ella. Entraron a discreción robando cuanto hallaron a mano,
sin oposición por estar todas las puertas abiertas y porque le habían ofrecido
el saqueo…
Camina nervioso. Muchas
residencias fueron desvalijadas durante el asalto a la ciudad. Los hechos son
de extrema gravedad y en su opinión la situación tiene que quedar despejada, sobre
todo por razones familiares.
-Después del acto
de saqueo, como a las ocho y media de la mañana, pasé a dar queja a Pedro Viera
que hacía de Comandante de los insurgentes, que fue a la casa de Crespo y
contuvo el robo, cerrando la puerta de la sala y la del escritorio encargando
de las llaves al Alférez de Blandengues, que ya estaba hecho cargo de la
seguridad de la casa como Comandante del pueblo.
Su mujer lo mira.
Lo conoce. Sabe que necesita descargarse. La precisa para que lo baje a tierra.
Y por eso lo escucha. Luego de aligerarse queda resignado y manejable y hace lo
que ella tiernamente le insinúa.
-Las demás puertas
del comedor, cuartos y cocina quedaron abiertos al arbitrio de los insurgentes
y de la guardia que pusieron en la misma casa. Cuando se hicieron los
inventarios, se vendieron en pública almoneda los muebles, ropas y cuanto
encontraron en la casa de mi hermana Rafaela.
Ahora está más
tranquilo. La presencia de su esposa lo contiene. Con voz más baja, agrega.
-En las almonedas
compraron ropa de todas clases, de poco o mucho valor, diferentes transeúntes,
como oficiales y soldados, que después caminaron por esos destinos.
Maldonado se
siente responsable. La residencia sirvió como sitio de mando, para que la
comandancia española, orientara a sus tropas.
-De los distintos
robos que hicieron los insurgentes en diferentes casas y tiendas, fueron
encontrados algunos géneros y efectos, que conducidos a la casa de Crespo, los
encerraron con sus muebles por vía de depósito y a la reclamación de algunos,
fueron entregados a sus dueños por Pedro Viera.
Hilda medita. No
confía en Rafaela, con la que no tiene el mejor relacionamiento. Considera a su cuñada una persona cómoda e interesada,
que nunca la quiso en la familia, Rafaela siempre dijo que hubiera preferido
alguien mejor para su hermano. Pero además la tiene como una mujer retorcida,
capaz hasta de acusarlos por lo que pudiera haber faltado de la vivienda. En
tal caso le cantaría cuatro frescas.
***
Entre los
españoles corre el rumor que Mariano Vega y su familia están involucrados en
los saqueos sufridos en Mercedes.
-En el tiempo que
estuvieron las llaves de la sala de Crespo en poder de Don Mariano Vega,
entraron su mujer, suegra y cuñadas y después le han visto algunas alhajitas,
como aros para las orejas, zarcillos o caravanas, o alguna otra brujería de
cuello, o alfileteros de plata o trajes más decentes -comenta ofuscado
Maldonado. Necesita a como sea encontrar un culpable, para tranquilizar a su
hermana.
-Los oficiales
insurgentes estuvieron haciendo burla a la mujer, suegra y familia por haber
reconocido varias alhajas que tenían puestas y según escuché decir eran de la
casa de Crespo -agrega el soldado español Jaime Vidal.
-Lo único que
puedo decir es que la suegra y cuñada han sido siempre sostenidas por la piedad
de los vecinos de Mercedes, con motivo de su notoria pobreza -completa Nicolás
de Vrraza.
Vega es un mozo
que no llega a los treinta años, pero con experiencia militar ya que peleó
durante las invasiones inglesas y en la posterior defensa de Buenos Aires. Es
una persona instruida, que ofició de escribiente del Tribunal Mayor de Cuentas,
pero al que no le está yendo bien ya que enfrenta problemas laborales y familiares.
En su familia no faltan los que lo acusan de que muchas de las desdichas por
las que están pasando, están relacionadas con su casi fanática vocación, porque
si hay algo que lo arrebata, que lo aparta de todo lo demás, es su pasión por
ordenar, clasificar y archivar todo lo que encuentra. Para disgusto de su mujer
que en el fondo desea que dedique sus esfuerzos a algo más lucrativo, suele
atiborrar de escritos todos los lugares adonde ha vivido. Porque no hay caso, a
Vega Lo enloquece el papel y la tinta, si pudiera trabajaría como archivero: no
hay publicación que no quiera almacenar, sean hojas sueltas, libros, periódicos
u oficios. En su opinión cada documento tiene un lugar y debe haber un lugar
para cada documento, y por eso disfruta cuando están metódicamente organizados
y sufre cuando no. En lo más íntimo imagina su futuro entre estanterías colmadas,
pero en el presente la vida no le está siendo fácil. La verdad es que su
familia está cansada de verlo garabatear incesantemente por las noches a la luz
de una vela, porque cuando no está organizando papeles, está entregado a la
fructifica pasión de la lírica. La mala alimentación y sus esotéricos oficios le
han conferido un talante romántico y místico que no ha impedido la descalificación
de que está siendo objeto. Con el frenesí propio de la juventud, desestima los
señalamientos. No está dispuesto a perder el tiempo en minucias, ya no es un
simple juez comisionado en Mercedes, ahora tiene una nueva pasión, a la que
está dedicado metódica y escrupulosamente: la revolución. Es un momento de
excesos. Todo está permitido cuando de ella se trata y todo sacrificio es poco.
Y él y sus hombres están ahora a su entera disposición.
Mirándolos Vega
inspirado declama con voz entonada y empalagosa palabrería:
-¡El yugo del
tirano habéis sacudido con valor! ¡No permitáis que esos viles protervos os lo
vuelvan a poner: sois libres, pues a las armas patricios que este pueblo
siempre es el primero en cubrirse de gloria!
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