1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
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Cuando se terminó el
frasco con el remedio volvió al médico. El hombre dejó el humo en el cenicero y
lo obligó a desnudarse el pecho y sentarse en la camilla.
-Dónde -le preguntó.
-En algún lado de la
espalda, debe estar por ahí.
-Sí, está aquí. Es una
mancha rara, de verdad. ¿Cómo se la descubrió, teniéndola tan en la espalda?
-La primera vez que la vi
no estaba allí. Se mueve. Una vez me apareció en el pecho, y otras en el hombro
o abajo del brazo.
El médico lo miró.
-No estoy loco, si es lo
que está pensando.
-No. No estoy pensando
eso.
Volvió a su lugar,
levantó el cigarro y le sopló más humo en la cara.
-Llegaron sus exámenes
-carraspeó, y la nube de humo se quebró casi imperceptiblemente. -No se puede
entender. Lo único que se puede saber es que está enfermo.
-Eso ya lo sé.
-Pero no sabemos de qué.
Los libros no me dicen nada, hicimos todos los exámenes posibles, consulté con
colegas, investigué en otros libros -le lanzó lo que parecía una mirada triste
del otro lado de los lentes. -Y no sé.
-¿Y entonces qué me
sugiere que haga?
-Puede consultar a otros
médicos, si quiere. Es lo mejor en estos casos. Aunque no creo que consiga una
opinión muy diferente.
-No, no quiero ir a otros
médicos. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
-Vivir. Siga como hasta
ahora. La pulmonía está curada, aunque no tengo seguridad de que no le pueda
volver en cualquier momento. Cuídese. Coma bien, descanse lo máximo que pueda,
nada de alcohol y sobre todo no piense demasiado. Y dese una vuelta una vez por
mes por aquí, para ver cómo anda.
No quiso preguntar sobre
el adelgazamiento ni sobre las abejas en los pulmones, porque se dio cuenta que
el otro tampoco sabía nada y sería una pérdida de tiempo. Y entonces cerró los
ojos y repitió:
-No puedo dormir, no
tengo hambre, no le siento el gusto a la comida.
-Sí, yo sé. Pero quiero
que entienda que estamos en presencia de algo desconocido. No fue detectado ni
tiene nombre, no sabemos de dónde viene ni para dónde lo lleva. Simplemente, no
sabemos.
Lo miró, y después miró
el recipiente vacío del remedio sobre la mesa de vidrio, donde también se
reflejaban la nube del cigarro y los lentes del médico.
-¿Y este remedio? ¿Qué
hago con él?
-Siga tomándolo.
-Hace más de un mes que
lo tomo y no parece estar haciéndome ningún efecto.
-Nunca se sabe en qué
momento puede empezar a actuar. Y además siempre es mejor que nada. Le voy a
dar una receta para el próximo mes -y se inclinó sobre el recetario.
-Lamentablemente, tiene que tener paciencia.
-Paciencia tengo. Lo que
no sé es cuánto tiempo me queda.
El otro lo miró, y por
primera vez levantó el brazo para apartar el humo de su cara. Y otra vez pudo
detectarle la duda en los ojos, la ausencia desolada y vacía de cualquier forma
de seguridad.
-No sé.
Salió caminando por la
calle desierta, el viento arrastrando basura por el suelo, y fue en ese momento
que los huesos helados perdieron toda esperanza. Todo y todos trabajaban para
su destrucción, ahora creía entenderlo. Hasta el doctor, que sin saber las
respuestas, acababa de lapidarlo con su ignorancia. Hasta aquella enfermera que
nunca había visto antes y que dejó caer su remedio y lo miró desconsolada, sin
saber qué decirle y él hasta le tuvo pena, teniéndose pena también, ahora lo
sabía, porque se supo condenado. Y también sentía pena por su propia lejana
memoria que lo había arrastrado hasta aquella ciudad por motivos fantasmales o
tan débiles que ya no le importaban ni comprendía, recordándolos con una mezcla
de rabia, asco e indiferencia.
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