domingo

LAS LLAVES DE LA VERDAD - HUGO GIOVANETTI VIOLA


para Richard Arce

Se nace para perder.
Se pierde para nacer.
JERÓNIMO RABÍ

Si él me sigue soñando
princesaré hasta el fin.
DULCINEA DEL TOBOSO


1

Cuando Abel Rosso irrumpió a las zancadas en la vidriería Lepanto una niña muy rubia le señaló un billete que se le acababa de caer en la vereda y el hombre casi viejo se metió la mano rabiosamente en el bolsillo murmurando:

-Carajo. Otra vez me puse el short descosido.

-Y por qué no se lo cose -preguntó la dueña del local sin dejar de prensar entre dos cristales un proyecto de vitral crístico torresgarciano. -Perdone, pero me atrasé un poco porque Varinia se encaprichó en que le fotocopiara la lámina. ¿A usted no le molesta?

-Cómo va a molestarme -se puso en el bolsillo de la camisa el billete que le alcanzó la niña de exuberante resplandor klimtiano Abel. -Gracias, Varinia.

-Yo le pedí a mamá que le sacara dos fotocopias porque quiero colgar una en mi cuarto y regalarle otra a mi catequista. Es un cura brasilero.

-Y cuándo tomás la comunión.

-Este año. Y ayer fuimos al museo Torres García con el colegio. ¿Este cuadro lo pintó él?

-No. Lo pintó un integrante del taller que se llamaba Hugo Giovanetti.

-Es divino.

-Mire que todavía voy a demorar bastante -prendió un porrito la mujer gorda que usaba un vestido hindú alamparado por el sudor y tenía una mirada mucho menos dorada que la de su hija. -¿Para qué hora me dijo que lo precisaba?

-Lo antes posible. Se lo quiero regalar a una guitarrista amiga que vive en Viena y tiene que estar en el aeropuerto a las tres. Ya debe haber llegado a casa.

-Bueno, vamos a andar muy justos. Pero usted vive cerca. Vaya tranquilo que apenas lo termine le mando un mensaje. Anóteme su número.

-Va a tener que llamarme por el teléfono de línea porque todavía no me decidí a comprarme un celular -explicó el hombre de calva y barba cézannianas. -A mí los aparatos nuevos me enloquecen. Me costó años aprender a domar la computadora.

-Pa. Y yo encima pidiéndole que aprenda a coserse el traje de baño. Me acuerdo que en El libro de los abrazos Galeano dice que Dios se le cayó por un agujerito del bolsillo.

Entonces la chiquilina que parecía esculpida en oro largó una carcajada:

-Pero lo que tendría que coserse ese tipo es el corazón. Porque cambiar de short se puede, pero de corazón no creo.

Durante unos segundos se oyó nada más que el tránsito aglomerado a la altura de Rivera y Soca, hasta que la mujer gruñó apagando el porro:

-Ya empezamos con las pavadas. La culpa es de ese cura brasilero, señor Rosso. El otro día me dijo que Varinia es la única alumna de la clase que piensa como Dios y no como los hombres.

-Pero mire que lo que acaba de decir su hija es genial, señora.

-¿Genial? ¿Que Galeano tenía el corazón agujereado?

-Y vos también tendrías que cosértelo, mamá -gritó la chiquilina señalando la lámina constructiva. -Porque nunca vas a entender a Jesús pero decís que te gusta este cuadro como si fuera un puzzle hecho para divertirse.


2

Polí Rabí bajó de un coche en la esquina de Lepanto y Méndez Núñez con la valija pronta para ir al aeropuerto, y el taximetrista todavía joven le agradeció la propina señalando una foto de dos adolescentes que llevaba pegada al lado de la Virgen del Perpetuo Socorro:

-Cómo me gustaría ver ese Cristo geométrico que le va a regalar su amigo el escritor. Mire: estos son mis hijos. Murieron en un accidente hace diez años y diez días.

La diminuta muchacha treintona que parecía escapada de un cuadro de Gauguin contempló el retrato con más compasión que horror y el hombre sonrió:

-¿En Viena también piensan que los que escribieron sobre la resurrección y la ascensión a los cielos eran todos unos mentirosos delirantes?

-Bueno, yo vivo allá hace ocho años pero no sabría contestarle -sacudió la melena azabache Poli. -Qué calor infernal. Van a llover pingüinos.

Y antes de enfrentarse al portero eléctrico del edificio donde vivía Abel Rosso levantó un tiernísimo brazo de despedida en dirección al taxi, hasta que un hombre que fumaba sentado en el escalón de la casa lindera le advirtió:

-Creo que esos timbres volvieron a romperse, señorita. Son una maldición.

La guitarrista hundió varias veces un botón y al final sacó el celular de la riñonera para llamar a Abel y resopló aplastándose el sudor:

-No me contesta. Es raro. ¿Por casualidad usted no conoce al vecino del apartamento 2, señor?

-Yo lo vi salir hace un rato vestido como para hacer los mandados -prendió otro cigarrillo el vecino, que tenía una flacura de hundimiento enfermizo. -Debe estar por venir.

-Pero yo no tengo mucho tiempo para esperarlo -se abanicó el rostro de mamushka Poli.

-¿Y por qué no se acomoda en la sombrita del escalón? No se olvide que hay alerta amarilla y mucha gente no se anima ni a bajar a la playa.

-Tiene razón. Y lo peor es que el sombrero que traigo en el bolso es de lana, porque mañana tengo que enterrarme en la nieve. Yo vivo en Austria.

-¿No le gusta la nieve?

-Lo que no me gusta es volver a una ciudad donde oscurece a las cuatro de la tarde y uno tiene que vivir todo el invierno con ganas de no haber nacido. Perdón, estoy un poco histérica.

-Mire, ahí viene el vecino.

Abel llegó dando zancadas por la vereda de baldosas muy desparejas y la muchacha pareció iluminarse.

-Me imaginé que ya debías estar aquí -jadeó el hombre chorreante. -Pero todavía no terminaron de enmarcarme la lámina. ¿Cómo andás?

-Más o menos. Las visitas a mi familia siempre son catastróficas.

-Las que son catastróficas son las familias -sacó tres llaves doradas del bolsillo de la camisa Abel y cargó la valija de Poli. -Bienvenida al cuartel artiguista de la calle Lepanto.

-Así que vivo al lado de un cuartel artiguista y nunca me avisaron -se quedó murmurando el vecino de lentes enturbiados por el calor y el humo.


3

-Uh. Aquí está el famoso vitral torresgarciano que yo veía colgado en lo de mi tío -sonrió la guitarrista al entrar al viejo apartamento de paredes carcomidas por la humedad endémica. -Tenés cuadros preciosos.

Y al ver la foto de una muchacha-niña que resplandecía amieladamente sobre un Sena invernal en el cubrepantallas de la computadora hizo tintinear una risita pícara:

-Wow. No me digas que esta es la famosa Bénédicte que te cambió la vida cuando fuiste a la guerra.

-Ouais. Y ahora que llevo tres años separado de la chamaca puedo tenerla a la vista. El pobre Dante tuvo que conformarse con adorar imaginariamente a Beatrice, pero yo salí favorecido por la tecnología.

-Mirá vos. Jerónimo siempre me decía que la mujer de tu vida era ella, aunque no hayan tenido más que un enganche platónico. ¿Y nunca más se vieron?

-La localicé hace unos meses en Facebook después de cuarenta años -sacó un pomelo light del frigobar Abel. -Vive desde los 90 en Montreal y es una maravillosa docente y escritora de cuentos para niños que está traducida a más idiomas que yo.

-Increíble. Che, me imagino que vos te acordás que tengo que salir dentro de una hora para el aeropuerto.

-Tranqui. Dios no se olvida de los que lo precisan.

-A mí no me hables de Dios, por favor. Yo lo que vine a buscar es la reproducción de este cuadro que veía en Atlántida cuando era chica y me hacía sentir la misma paz que Bach. ¿Te molesta que toque un poco mientras charlamos?

-Faltaba más -desenfundó su modesta Yamaha el escritor que se ganaba la vida dando clases de guitarra desde los diecinueve años. -Ya me dijo Olga que te volviste una estudiosa compulsiva.

-Pero eso recién pasó cuando me escapé dos semanas a Córcega a estudiar tango grelero con Ciro Pérez, cosa que a Olga no la hace nada feliz.

-Yo creo que lo que verdaderamente la revienta es que uses púa, nomás. Y a mí lo que tienen colgado en youtube tocando en Liechtenstein con el violinista argentino me parecen legítimas joyas pierristas. Y hasta te diría que la Fuga y Misterio rockeada al estilo de Il Giardino Armonico te sale más polentosa que a Piazzolla.


-Andá a cagar, manijero -se puso muy colorada la muchacha de facciones tahitianas. -¿Y no vas a preguntarme si el violinista ciego es mi pareja?

-Eso se nota, hermana.

-Nos pensamos casar y yo quiero tener un hijo que se llame Jerónimo.

-Fijate lo que pegué al lado de la foto del Negro Jefe -señaló Abel los recortes y las fotos que llenaban la puerta que daba al dormitorio. -Los versos preferidos de tu santo tío, morocha.

-No preciso leerlos. El problema no es tu horror ni mi horror, hermano. El problema es aceptar que uno está enamorado de la vida -sonrió Poli con la hondura azabache sedosamente húmeda.


4

Y después que la muchacha tocó su arreglo personal de Oblivion se oyeron dos golpecitos en la puerta y Abel le abrió a una mujer obesa que jadeó mientras se abanicaba con una capelina playera:

-Perdón que lo moleste, Rosso. ¿Pero usted fue el que llamó al electricista para que arreglara los timbres?

-No, Chocha. Fue la señora del 1, que hoy debe estar en Maldonado.

-Qué desastre, Dios mío. Vamos a tener que mandar cambiar la caja de fusibles entera porque ya no se puede vivir así -vichó a Poli con un interés chusma y admirativo la vecina del 3. -Hace cinco minutos que estoy parada aquí porque no me animaba a interrumpir esa música milagrosa.

-Adelante. ¿No quiere un poco de pomelo light? Ella es Poli Rabí, la mejor guitarrista de tango que hay en Viena.

-Te felicito, mija -avanzó apenas un paso Chocha, contemplando con una sola ojeada el proyecto de vitral torresgarciano y la foto de la infanta que sonreía en el cubrepantallas. -¿Aquella es su hija?

-No. Es una muchacha que conocí en París hace casi medio siglo.

-Parece que tuviera a la Virgen adentro.

-No me lo diga a mí.

-Bueno, yo me voy a almorzar a Solymar con mi hermana. Y no te deseo que tengas suerte porque la suerte no existe, Poli. Pero te puedo asegurar que lo que tocás está lleno de Espíritu Santo.

-Olga Pierri piensa lo mismo -le hizo una guiñada Abel a la muchacha, que había vuelto a ponerse color geranio.

-Ah, con razón: es alumna de Olga Pierri. Esa mujer no es de este mundo. Nosotros íbamos con mi marido a escucharla tocar en la fonoplatea de Radio Ariel cuando éramos novios. ¿Todavía vive?

-Tiene cien años y sigue enseñando como si tal cosa.

-No me extraña -se encasquetó la capelina la mujer elefantiásica. -A mí una vez mi hermana me llevó a visitarla y charlamos horas sobre Shirley MacLaine, me acuerdo. Es esa clase de persona que nace sabiendo que todo lo que nos va a pasar ya está escrito, aunque la mayoría de las veces no nos demos cuenta.

-Ella siempre se da cuenta.

-Y qué difícil es hacerle entender esas cosas a la gente sin que nos traten de locos. Chau, queridos. La paz con ustedes.

-Coño, qué personaje -se sirvió más pomelo Poli cuando quedaron solos. -Y yo que sigo sin darles la menor pelota a esos bolazos de las sincronías y las causalidades y la arquitectura divina. ¿No te animás a llamar a la vidriería, Abel? Mirá que si llego a perder este vuelo se me puede armar un quilombo catastrófico.

-Calma y fe.

-No me jodas con eso.


5


-Okey -informó Abel enseguida de colgar. -La señora de la vidriería está fumadísima pero me aseguró que en diez minutos me llama para que vaya a buscar el cuadro. Y queda muy cerca. Hay que cruzar Rivera, nomás.

Y cuando le contó lo que había dicho Varinia sobre el vaciamento religioso de Eduardo Galeano la guitarrista festejó la ocurrencia con saña aunque terminó alisándose encorvadamente la melena:

-A lo mejor lo que a mí también me hace falta es coserme el agujero por donde se me cae eso que llaman fe, loco.

Entonces Abel señaló el resplandor de hornacina que derramaba Bénédicte sobre el Pont Neuf y confesó:

-Vos no te imaginás las veces que me he sentado frente a la computadora preguntándome qué carajo habría sido de mi vida si no hubiese encontrado a esta criatura en París. Fue igual que si me abrieran una ventana por donde me quedé viendo para siempre lo que hay Over the rainbow.

-A mí las únicas personas que me provocaron esa adoración fueron Jerónimo y Olga -empezó a arpegiar Oración por todos Poli. -Pero el otro día me di cuenta de golpe que en los dos primeros años que pasé en Viena Álvaro Pierri me trituró el alma.

-Es lo mismo que me pasó a mí con Onetti, por más genios que sean. Hay maestros que no pueden creer en Dios y necesitan hacerse idolatrar. Y de paso te castran.

La muchacha preguntó dónde quedaba el baño y al volver con la cabeza empapada murmuró a quemarropa:

-¿Y qué significaría aceptar que uno está enamorado de la vida? ¿Vos nunca dudás de eso? ¿Mi tío nunca dudaba?

-Jerónimo una vez me dijo que hasta al mismísimo San Juan de la Cruz esa aceptación ciega debió colgarle apenas como un hilo de oro indestructible. Y que para alcanzar esa unión tenés que aprender a volar en alteza de oscura fe. Pase lo que te pase. Y confiar incondicionalmente en el misterio. Lo que es casi imposible. Aunque es posible. Y esa es la vocación de eternidad que te metieron en los huesos Jerónimo y Olga y trató de triturarte el gran Álvaro, morocha.

-Mierda, cómo preciso ese Cristito -se asomó Poli a la ventana del patio interior. -Mirá que en cualquier momento se nos viene un diluvio. ¿Tenés un buen paraguas?

-Sí, es pasable.

Entonces sonó el teléfono y después de recibir el okey para ir a buscar el cuadro el hombre se puso las llaves en el bolsillo izquierdo de la camisa y sentenció:

-Te puedo asegurar que Bach también sabía que todo estaba escrito.

-Bueno, andá y no jodas más con las chilipiorcas junguianas -abrió la puerta que daba al corredor anubarrado por la humedad la muchacha-mamushka. -Tengo miedo.

-De qué.

-No sé de qué.

Y justo cuando Abel abrió la puerta de calle reventó un chaparrón con fuerza de tsunami.


6

Hacía años que Abel Rosso vivía rezando mentalmente Avemarías y Padrenuestros ad infinitum, aunque cuando estaba solo los murmuraba transcreados tanto por una mayor fidelidad al original griego como por la rigurosísima estética coloquial que reglamentaba su literatura:

-Alegrate María / estás llena de gracia / el Señor es contigo / bendita vos sos entre todas las mujeres / y bendito es el fruto de tu vientre / Jesús / Santa María / madre de Dios / rogá por nosotros pecadores / ahora y en la hora de nuestra muerte / Amén. // Padre nuestro que estás en el cielo / santificado sea tu nombre / venga tu reino / hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo / danos hoy el pan nuestro de cada día / y perdoná nuestras ofensas / así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden / no nos dejes caer en la tentación / y liberanos del mal / porque tuyo es el reino y el poder y la gloria / por los siglos de los siglos / Amén.

Y cuando el hombre parecido a Cézanne llegó a la zona de baldosas amarillentas que emparchaban la segunda mitad de la cuadra frenó de golpe para tantearse varias veces la camisa y el short y se agachó bajo el paraguas con los ojos cerrados mientras sustituía el mantra cotidiano por la primera frase del salmo que invocaba durante sus angustias de muerte:

-De profundis clamavi ad te, Domine.

-¿Pero qué le habrá pasado? -se le desorbitó un oro vangoghiano a Varinia, que lo esperaba junto con su madre atrás de la puerta vidriada del negocio. -¿Y ahora qué está haciendo?

-Debe estar buscando algo que se le volvió a caer por el maldito bolsillo del short -sacudió la cabeza con más desprecio que compasión la mujer maloliente. -Y estoy segura que son las llaves. La primera vez que vino a enmarcar un Cristo me contó que las había perdido en la cancha de Bohemios y terminó llamando a un cerrajero desde el farmashop a las doce de la noche. Porque él no soporta los celulares.

-Pobrecito.

-¿Pobrecito? Es un soñador boludo, nomás. Pero no se le pueden haber caído muy lejos.

Ahora el hombre gateaba entre el diluvio y después que fue tanteando baldosa por baldosa empezó a registrar el cordón de la vereda y metía la cabeza abajo de cada uno de los autos estacionados en la cuadra.

-¿Y por qué no llamás a la casa para avisarle a la guitarrista, por lo menos?

-Yo la llamo, pero lo más seguro es que ella tampoco pueda destrancar la puerta de calle. Y si no hay nadie más en el edificio y tienen que llamar a un cerrajero se pierde el viaje. Joder.

En ese momento Abel empezaba a revisar otra vez las baldosas y al final se agachó frente a la puerta de su casa murmurando:

-No permitas que se me rompa el hilo de oro, Señor.

Entonces la niña pareció haberlo escuchado a una cuadra de distancia y acarició suavemente la lámina que había mandado fotocopiar para su catequista.


7

-¿Que perdió las llaves? -gritó Poli en el teléfono. -Pero si antes de irse yo lo vi cómo se las ponía en el bolsillo de la camisa para que no se le cayeran.

-Pero usted está olvidándose de que los místicos son como niños -paladeó morbosamente una humareda la vidrierista. -Debe haber hecho un movimiento mecánico después de cerrar la puerta abajo del chaparrón y chau cordura: se las metió en el short.

-Y lo peor es que las únicas dos vecinas que tenemos a mano están afuera. Dios mío.

-¿Usted también cree que si Dios existiera se pasaría cuidando a los que no se cuidan?

-Yo lo único que sé es que si no tomo este avión me pierdo una gira por Bratislava y mi novio me mata -apagó el teléfono con violencia la muchacha, y antes de salir corriendo hasta la puerta de calle observó implorantemente a la madonna parisina y al proyecto de vitral crístico que iluminaban el cuartel artiguista de la calle Lepanto.

En ese momento Abel vio salir al vecino a fumar frente a la lluvia que ahora producía un sonido de granizo y se paró sosteniendo los jirones que le quedaban al paraguas para preguntar:

-Usted puede creer que antes de llegar a la esquina me di cuenta que se me cayeron las llaves y llevo diez minutos sin poder encontrarlas.

-¿Las buscó bien? -se atoró un poco el hombre de pómulos resecos.

-Llevo mucho rato tanteando baldosa por baldosa y revisando los cordones y la parte de abajo de los autos pero es como si se hubieran esfumado.

-¿Y no había nadie en la vuelta?

-No entiendo.

-¿No se cruzó con nadie? Porque cuando pasan estas cosas hay gente que pone lo que encuentra en los antepechos de las ventanas.

Entonces el hombre grotescamente envejecido que seguía sosteniendo en alto el paraguas deshecho se dio cuenta que Poli lo observaba apoyando la cabeza en un ventanuco más de la puerta de calle y se acercó a hacerle una seña desesperada:

-Te dejé presa, hermana. Debo tener Alzheimer.

La muchacha no contestó, aunque las hilachas de las salpicaduras hacían imposible distinguir si estaba llorando.

-¿Pero usted está seguro de que no se cruzó con nadie durante todo el tiempo que las estuvo buscando? -insistió el vecino, impávido.

-Yo no vi a nadie.

-Busque en los antepechos, por las dudas.

-Lo que voy a hacer es cruzar hasta la vidriería para llamar a un cerrajero y a aprender de una vez a tirar la ropa vieja. La putísima madre que me recontra mil parió.

Abel no se animó a mirar a Poli y empezó a chancletear con un paso muy derrengado hasta que después de cruzar tres casas vio las llaves brillando sobre una mocheta blanca y las recogió sonriendo en estado de éxtasis:

-Las encontré, maestro.

Pero cuando miró para atrás el vecino ya no estaba soplando humo hacia la lluvia.


8

-Se solucionó todo junto -les dio un beso Poli a la vidrierista y a la niña después que cruzaron Rivera con la valija a cuestas. -Porque a los cinco minutos de que aparecieran las llaves dejó de llover y ahora hay hasta un arcoiris.

-Un milagro -besó la lámina Varinia. -Y lo increíble es que el vecino haya tenido tanta fe.

-Bueno -cabeceó Abel. -Ese hombre sufre de una enfermedad pulmonar que se llama enfisema y sale a fumar a cada rato a la puerta. Le hace mucho mal, pero dice que no le importa. Yo ni siquiera sé cómo se llama.

-Mire: lo que ustedes tuvieron fue pura suerte -resopló una humareda jedionda la dueña del local. -Y ahora deje de usar ese traje de baño, señor Rosso. Por favor. Y cómprese un buen Samsung.

-¿Te acordás que la vecina del 3 me dijo que no me deseaba suerte porque la suerte no existe? -le escrutó las rodillas muy lastimadas la muchacha al hombre de ropa todavía goteante. -Lo que decía mi tío es que la gente no puede salvarse sola.

-Claro. Hay que saber esperar la ayuda del universo.

-¿Y si el universo nos abandona, señor Rosso?

-¿Cómo va a abandonarnos si nos hace nacer? -se contorsionó gatunamente para observar el arcoiris Varinia.

-¿Vamos a terminar con la pavada? -se fastidió su madre, ajustándose el vestido demasiado transparente. -¿Usted cómo puede estar seguro de que no había nadie en la vereda si con la lluvia oscureció de golpe?

-Pero nosotras tampoco vimos a nadie, mamá.

-Nosotras recién nos dimos cuenta de lo que había pasado cuando el señor se puso a gatear como una criatura -trató de hacer reír a Poli la vidrierista que olía más a sudor que a marihuana. -¿Y por qué no puede haber sido el mismo vecino suicida el que le puso las llaves a escondidas en la ventana?

-Imposible, señora. Yo estaba ahí.

-Bueno, las llaves no suben solas a las ventanas.

-¿Vos sabés que ahora tengo la sensación de que todo esto estaba escrito, loco? -recogió la lámina enmarcada Poli como si levantara a un bebé. -Y si me explicaran que el dueño de la casa donde encontraste las llaves llegó rajando de la esquina porque no tenía paraguas y cuando las vio las puso en la ventana sería lo mismo. No me importa que me hablen de la suerte ni del misterio ni de los milagros ni de la arquitectura divina, y ahora me parece que entiendo lo que debés haber sentido cuando conociste a Bénédicte. Porque lo que me queda clarísimo es que si no se armaba todo este bolonqui yo hubiera demorado mucho en llegar a sentirme tan feliz como me siendo en este momento. Ahora veo el resplandor que hay arriba del arcoiris, te juro.

Entonces Varinia se acercó a mostrarle un tajo que tenía en la mano y le explicó, muy seria:

-¿Vos te creés que si Dios no nos hubiera puesto hubiera defensas en el cuerpo estas lastimaduras se cicatrizarían solas?



Cuartel artiguista de la calle Lepanto / 2019

1 comentario:

Nelson Guerra dijo...

Realmente me fascina tu habilidad para retratar personajes mediante un diálogo de apariencia inocente. Hay mucha creación en eso, o mejor, platónicamente, poiesis. Abrazos

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