(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)
Varios de los
presentes protestan que es hora de centrarse en el asunto para el que fueron
convocados. Viera, apurado, entonces dirige la palabra al circunstancial auditorio.
-Llamo para tratar
si son los españoles prisioneros de guerra o no y si se deben largar para que
vayan a sus casas.
Inmediatamente
toma la palabra uno de los presentes. Es evidente que no habla solamente a
título personal, sino que por su boca lo hacen todos los del Ayuntamiento.
-No son
prisioneros de guerra, pues estos hombres tomaron las armas en la creencia que
eran ladrones. Y unos hombres cargados de familia y de intereses deben cuidar
sus casas o defender una cosa y otra.
Entonces pide la
palabra el Alférez Correa. Le cuesta ponerse en pie, es notoria su debilidad,
producto de sus dolencias. Con voz baja y grave señala, mirando a los ojos de
Viera:
-No me parece que
deba dar usted ese paso, pues la libertad de esos hombres ya no está en manos
de usted, sino de la superior Junta a quien se le ha dado parte de todo lo
obrado y ella sabrá resolver, sobre el particular, lo que guste conveniente.
Ínterin nada podemos determinar porque sería un delito.
Es un argumento
contundente que va más allá de la conveniencia o no de que se los libere.
Calcula que está en minoría y por eso recurre a las potestades de un mando
superior, ante el cual todos deben someterse. Conoce bien la peligrosidad de
los cautivos y cada una de sus provocaciones, el clima de guerra que impusieron
y no olvida las amenazas de que personalmente fue objeto, por eso agrega a su
argumento principal, aludiendo a quien había hablado, pero en plural, mientras
mira a cada uno de los presentes:
-No sé cómo a
estos señores les parece que no son prisioneros de guerra estos españoles,
cuando desde el momento que se instaló la junta de Buenos Aires les hemos
conocido como enemigos declarados de ella y últimamente nos declararon la
guerra, en cuya ocasión los hemos preso con las armas en la mano…
Con desfachatez lo
interrumpe uno de los comerciantes convocados.
-¡No se canse Sr.
Alférez que su parecer es solo contra el de tantos!
La reunión
finaliza a la una de la mañana. El malestar por la enfermedad que padece y el
disgusto por el altercado, doblan su espalda. Pese al calor siente chuchos de
frío y no le es fácil recorrer la distancia para llegar a su casa. Cuando llega
encuentra a su mujer durmiendo y se recuesta con cuidado a su lado.
-Quieren liberar a
los prisioneros, ahora lo están consultando por todo el pueblo -lo despierta la
mujer con la noticia. Correa ha dormido hasta bien entrada la mañana. La luz le
da en la cara y lo hace pestañar.
-Dicen que no son
peligrosos… -responde Viera, con sarcasmo.
***
Durante todo el
día continúan las consultas entre los vecinos más destacados. Correa no ha
querido salir. Su salud ha empeorado. En sus ojos hay fiebre y los dolores lo
atenazan. Apenas es consciente de lo que lo rodea. Alternativamente está
agitado, ansioso, temeroso o deprimido. Las palabras que le dirige su mujer le
parecen lejanas y no consigue seguirle la conversación. De todo desconfía,
escucha ruidos extraños y le parece que las oscuridades cobran vida y lo están
amenazando. Está recostado y su mujer le pone paños fríos, pero por momentos
cae en un profundo sueño. Es un sueño vivo, enloquecedor. Está en la plaza
principal, rodeado por los españoles prisioneros, que lo insultan en forma
denigrante, mientras dan vivas a Montevideo. Uno de ellos lo amenaza. Es el
Comandante hispánico Agustín de la Rosa. Los rostros de los españoles están
crispados, no parecen rostros, más bien parecen máscaras, como que está en el
centro de un desfile fantasmal. Correa despierta a medias, sobresaltado, pero entre
los crepúsculos del ensueño, el horror continúa. Imagina que Viera se le acerca
con una sonrisa y le repite, como lo hizo muchas veces: “son hombres
alucinados, llenos de error y perturbadores del común sosiego”. Pero sigue con
ellos. Y ríe. Y carcajea. Correa le responde: “es bien constante que desde el
momento que se instaló la Junta de Buenos Aires, no fue de la aprobación de
ninguno de los españoles europeos…” A Viera parece no importarle. Correa lo
mira perderse entre el sanguinolento baile de máscaras y grita, mientras se ve
a sí mismo alzado por los peninsulares. “¡Averígüese ahora, qué motivo hubo
para que de una hora a otra renuncien de un hombre, que con su conocimiento se
promovió toda la revolución y que por sus instrucciones se estaba dirigiendo
toda la gente, tal vez sea porque su consejo no se mezcla ni con intereses ni
con amistades, sino solo trataba de la seguridad de una obra de tanto bulto y
bien general de la Patria!”. Delira. Por momentos está retraído y somnoliento,
por momentos agitado. Habla en forma desorganizada. La mujer lo mira espantada.
Ese no es su marido. Finalmente el hombre cae en un sueño insondable, salvador.
***
Rumores y más
rumores. Intermitentes, verídicos, mentirosos, ciertos, inciertos, pegajosos,
preocupantes, graves, buenos, malos. Que aceptan, que no lo hacen, que
esconden. De padres a hijos, de madres a hijas, de hermanos a hermanas, de
hermanas a hermanos, de hijos a padres. Rumores. De liberaciones y motines.
Rumores… Siete de marzo: toda la pólvora que hay en la ciudad es recogida para
hacer cartuchos, parten emisarios a todos los pueblos de la campaña y arriban
hasta el Cordón, a un paso de Montevideo, pero contradictoriamente, el Comandante,
Don Agustín de la Rosa, es liberado para que pase con su familia a la estancia
de Francisco Haedo. Todo es nerviosismo, objeciones, movimiento. Marchas y
contramarchas. Tal vez porque así debe ser la revolución. Es el día ocho.
Benavidez parte con cien hombres, para encontrarse con otros tantos que salen
de Soriano. El objetivo es atacar la estancia de Villalba, en la costa del
Uruguay.
-Tiene reunido
sobre ciento cincuenta hombres armados y dos cañoncitos con el fin de
reconquistar los pueblos que sujetaron al gobierno de Buenos Aires los hijos
del país, así que le lleguen refuerzos de Montevideo -Cecilio, que se había
adelantado, le informa a Benavidez ni bien llega al lugar.
Desde donde están
ven a los hombres de Villalba atrincherados.
-Manden un
parlamentario -ordena Benavidez.
Algo sale mal. Hay
tiros. Cecilio llega al galope adonde está Benavidez.
-El parlamentario
fue bien recibido pero mal despedido, porque al dar vuelta para irse le pegaron
dos balazos y lo mataron.
Benavidez reacciona
en el acto:
-Mande a Mercedes
a pedir auxilio de más gente y un cañón, porque en la disposición en que está
Villalba no podemos atacar con las fuerzas que tenemos.
Parece llegado el
momento de la confrontación. Los criollos esperan los refuerzos. A Benavidez le
llega el rumor, que luego confirma Cecilio:
-Embarcó Villalba
y toda la gente que tiene en su casa y se fue a Montevideo en tres lanchas que
había en su puerto.
La expectativa desaparece.
Benavidez y sus hombres rezongan, han sido burlados.
***
Dudas.
Incertidumbres. Desconfianzas. Todo puede ser o puede no ser. Nadie confía. En
nada se confía. El enemigo puede estar al lado. Puede estar conspirando. Puede
ser el que aparenta ser amigo. Un enviado del pueblo de Colla llega a Mercedes
a ofrecerle a Viera los servicios de cien hombres armados, pero éste duda,
recela: el que está a la cabeza es español. No quiere rechazarlos del todo para
que no cambien de bando. Es el día 9 de marzo.
-No hace falta
gente, consérvese en su partido que a su tiempo se les llamará -le contesta
Viera al enviado.
La liberación de Don
Benito Chain para que se retire a su estancia, impacta en la población. Fue
detenido por Francisco Bicudo hace apenas dos días. El militar es todo un
símbolo, a partir de que la Junta de Buenos Aires adhirió a posturas
revolucionarias ofreció sus servicios a Francisco Javier de Elío, a quien le
propuso un vasto plan contrarrevolucionario que fue desechado por irrealizable,
pero igualmente a la cabeza de más de doscientos hombres combatió contra el
ejército patriota. Los habitantes de Mercedes lo conocen bien ya que está
vinculado a esos pagos desde hace décadas. En 1790 sirvió en la compañía de
vecinos a las órdenes del Capitán Pedro Ramos, estuvo a cargo del Estanco de
Capilla Nueva y en 1803 edificó en la ciudad su primer cuartel, para el que
contribuyó con cien pesos. No vaciló en utilizar el poder militar para
favorecer sus actividades ganaderas. En sus negocios, tanto legales como
clandestinos siempre tuvo mucho éxito, aunque los habitantes más viejos de Mercedes
recuerdan el decomiso que sufrió hacia fines del siglo anterior. Es que Benito
Chain creció al amparo del poder español, tanto así que pudo comprar el extenso
predio de San Javier, lindero al Río Uruguay, una zona de macizos montes e
incontables aguadas que tiene arrendada y le aporta suculentas ganancias. Es un
hombre fiero, duro, cruel, al cual la corona le otorgó el Marquesado de las
islas del Río Uruguay y cuenta con el apoyo incondicional del Virrey, que lo
considera un “benemérito oficial”. Por eso su liberación cayó como un balde de
agua helada.
-No se sabe si lo
soltaron bajo palabra de honor o juramentado -repiten en el poblado los
vecinos.
Y corre otra vez
el cuchicheo. La población anda sin sombra, está con el alma en un hilo. En los
espíritus más débiles el rumor nutre suspicacias, perplejidades y vacilaciones.
Para los más experimentados los vaivenes políticos se producen porque no existe
una conducción unificada, recia, pujante y capaz. Es el 10 de marzo de 1811 y
hay preocupación, pese a que en la ciudad están reunidos más de quinientos
paisanos voluntarios.
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