domingo

RICARDO AROCENA - EL GRITO / VERSIÓN COMPLETA Y DEFINITIVA (9)


(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)

Varios de los presentes protestan que es hora de centrarse en el asunto para el que fueron convocados. Viera, apurado, entonces dirige la palabra al circunstancial auditorio.

-Llamo para tratar si son los españoles prisioneros de guerra o no y si se deben largar para que vayan a sus casas.

Inmediatamente toma la palabra uno de los presentes. Es evidente que no habla solamente a título personal, sino que por su boca lo hacen todos los del Ayuntamiento.

-No son prisioneros de guerra, pues estos hombres tomaron las armas en la creencia que eran ladrones. Y unos hombres cargados de familia y de intereses deben cuidar sus casas o defender una cosa y otra.

Entonces pide la palabra el Alférez Correa. Le cuesta ponerse en pie, es notoria su debilidad, producto de sus dolencias. Con voz baja y grave señala, mirando a los ojos de Viera:

-No me parece que deba dar usted ese paso, pues la libertad de esos hombres ya no está en manos de usted, sino de la superior Junta a quien se le ha dado parte de todo lo obrado y ella sabrá resolver, sobre el particular, lo que guste conveniente. Ínterin nada podemos determinar porque sería un delito.

Es un argumento contundente que va más allá de la conveniencia o no de que se los libere. Calcula que está en minoría y por eso recurre a las potestades de un mando superior, ante el cual todos deben someterse. Conoce bien la peligrosidad de los cautivos y cada una de sus provocaciones, el clima de guerra que impusieron y no olvida las amenazas de que personalmente fue objeto, por eso agrega a su argumento principal, aludiendo a quien había hablado, pero en plural, mientras mira a cada uno de los presentes:

-No sé cómo a estos señores les parece que no son prisioneros de guerra estos españoles, cuando desde el momento que se instaló la junta de Buenos Aires les hemos conocido como enemigos declarados de ella y últimamente nos declararon la guerra, en cuya ocasión los hemos preso con las armas en la mano…

Con desfachatez lo interrumpe uno de los comerciantes convocados.

-¡No se canse Sr. Alférez que su parecer es solo contra el de tantos!

La reunión finaliza a la una de la mañana. El malestar por la enfermedad que padece y el disgusto por el altercado, doblan su espalda. Pese al calor siente chuchos de frío y no le es fácil recorrer la distancia para llegar a su casa. Cuando llega encuentra a su mujer durmiendo y se recuesta con cuidado a su lado.

-Quieren liberar a los prisioneros, ahora lo están consultando por todo el pueblo -lo despierta la mujer con la noticia. Correa ha dormido hasta bien entrada la mañana. La luz le da en la cara y lo hace pestañar.

-Dicen que no son peligrosos… -responde Viera, con sarcasmo.

***

Durante todo el día continúan las consultas entre los vecinos más destacados. Correa no ha querido salir. Su salud ha empeorado. En sus ojos hay fiebre y los dolores lo atenazan. Apenas es consciente de lo que lo rodea. Alternativamente está agitado, ansioso, temeroso o deprimido. Las palabras que le dirige su mujer le parecen lejanas y no consigue seguirle la conversación. De todo desconfía, escucha ruidos extraños y le parece que las oscuridades cobran vida y lo están amenazando. Está recostado y su mujer le pone paños fríos, pero por momentos cae en un profundo sueño. Es un sueño vivo, enloquecedor. Está en la plaza principal, rodeado por los españoles prisioneros, que lo insultan en forma denigrante, mientras dan vivas a Montevideo. Uno de ellos lo amenaza. Es el Comandante hispánico Agustín de la Rosa. Los rostros de los españoles están crispados, no parecen rostros, más bien parecen máscaras, como que está en el centro de un desfile fantasmal. Correa despierta a medias, sobresaltado, pero entre los crepúsculos del ensueño, el horror continúa. Imagina que Viera se le acerca con una sonrisa y le repite, como lo hizo muchas veces: “son hombres alucinados, llenos de error y perturbadores del común sosiego”. Pero sigue con ellos. Y ríe. Y carcajea. Correa le responde: “es bien constante que desde el momento que se instaló la Junta de Buenos Aires, no fue de la aprobación de ninguno de los españoles europeos…” A Viera parece no importarle. Correa lo mira perderse entre el sanguinolento baile de máscaras y grita, mientras se ve a sí mismo alzado por los peninsulares. “¡Averígüese ahora, qué motivo hubo para que de una hora a otra renuncien de un hombre, que con su conocimiento se promovió toda la revolución y que por sus instrucciones se estaba dirigiendo toda la gente, tal vez sea porque su consejo no se mezcla ni con intereses ni con amistades, sino solo trataba de la seguridad de una obra de tanto bulto y bien general de la Patria!”. Delira. Por momentos está retraído y somnoliento, por momentos agitado. Habla en forma desorganizada. La mujer lo mira espantada. Ese no es su marido. Finalmente el hombre cae en un sueño insondable, salvador.

***

Rumores y más rumores. Intermitentes, verídicos, mentirosos, ciertos, inciertos, pegajosos, preocupantes, graves, buenos, malos. Que aceptan, que no lo hacen, que esconden. De padres a hijos, de madres a hijas, de hermanos a hermanas, de hermanas a hermanos, de hijos a padres. Rumores. De liberaciones y motines. Rumores… Siete de marzo: toda la pólvora que hay en la ciudad es recogida para hacer cartuchos, parten emisarios a todos los pueblos de la campaña y arriban hasta el Cordón, a un paso de Montevideo, pero contradictoriamente, el Comandante, Don Agustín de la Rosa, es liberado para que pase con su familia a la estancia de Francisco Haedo. Todo es nerviosismo, objeciones, movimiento. Marchas y contramarchas. Tal vez porque así debe ser la revolución. Es el día ocho. Benavidez parte con cien hombres, para encontrarse con otros tantos que salen de Soriano. El objetivo es atacar la estancia de Villalba, en la costa del Uruguay.

-Tiene reunido sobre ciento cincuenta hombres armados y dos cañoncitos con el fin de reconquistar los pueblos que sujetaron al gobierno de Buenos Aires los hijos del país, así que le lleguen refuerzos de Montevideo -Cecilio, que se había adelantado, le informa a Benavidez ni bien llega al lugar.

Desde donde están ven a los hombres de Villalba atrincherados.

-Manden un parlamentario -ordena Benavidez.

Algo sale mal. Hay tiros. Cecilio llega al galope adonde está Benavidez.

-El parlamentario fue bien recibido pero mal despedido, porque al dar vuelta para irse le pegaron dos balazos y lo mataron.

Benavidez reacciona en el acto:

-Mande a Mercedes a pedir auxilio de más gente y un cañón, porque en la disposición en que está Villalba no podemos atacar con las fuerzas que tenemos.

Parece llegado el momento de la confrontación. Los criollos esperan los refuerzos. A Benavidez le llega el rumor, que luego confirma Cecilio:

-Embarcó Villalba y toda la gente que tiene en su casa y se fue a Montevideo en tres lanchas que había en su puerto.

La expectativa desaparece. Benavidez y sus hombres rezongan, han sido burlados.

***

Dudas. Incertidumbres. Desconfianzas. Todo puede ser o puede no ser. Nadie confía. En nada se confía. El enemigo puede estar al lado. Puede estar conspirando. Puede ser el que aparenta ser amigo. Un enviado del pueblo de Colla llega a Mercedes a ofrecerle a Viera los servicios de cien hombres armados, pero éste duda, recela: el que está a la cabeza es español. No quiere rechazarlos del todo para que no cambien de bando. Es el día 9 de marzo.

-No hace falta gente, consérvese en su partido que a su tiempo se les llamará -le contesta Viera al enviado.

La liberación de Don Benito Chain para que se retire a su estancia, impacta en la población. Fue detenido por Francisco Bicudo hace apenas dos días. El militar es todo un símbolo, a partir de que la Junta de Buenos Aires adhirió a posturas revolucionarias ofreció sus servicios a Francisco Javier de Elío, a quien le propuso un vasto plan contrarrevolucionario que fue desechado por irrealizable, pero igualmente a la cabeza de más de doscientos hombres combatió contra el ejército patriota. Los habitantes de Mercedes lo conocen bien ya que está vinculado a esos pagos desde hace décadas. En 1790 sirvió en la compañía de vecinos a las órdenes del Capitán Pedro Ramos, estuvo a cargo del Estanco de Capilla Nueva y en 1803 edificó en la ciudad su primer cuartel, para el que contribuyó con cien pesos. No vaciló en utilizar el poder militar para favorecer sus actividades ganaderas. En sus negocios, tanto legales como clandestinos siempre tuvo mucho éxito, aunque los habitantes más viejos de Mercedes recuerdan el decomiso que sufrió hacia fines del siglo anterior. Es que Benito Chain creció al amparo del poder español, tanto así que pudo comprar el extenso predio de San Javier, lindero al Río Uruguay, una zona de macizos montes e incontables aguadas que tiene arrendada y le aporta suculentas ganancias. Es un hombre fiero, duro, cruel, al cual la corona le otorgó el Marquesado de las islas del Río Uruguay y cuenta con el apoyo incondicional del Virrey, que lo considera un “benemérito oficial”. Por eso su liberación cayó como un balde de agua helada.

-No se sabe si lo soltaron bajo palabra de honor o juramentado -repiten en el poblado los vecinos.

Y corre otra vez el cuchicheo. La población anda sin sombra, está con el alma en un hilo. En los espíritus más débiles el rumor nutre suspicacias, perplejidades y vacilaciones. Para los más experimentados los vaivenes políticos se producen porque no existe una conducción unificada, recia, pujante y capaz. Es el 10 de marzo de 1811 y hay preocupación, pese a que en la ciudad están reunidos más de quinientos paisanos voluntarios.

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