3. MAGIA CONTAMINANTE (5)
La magia puede ser proyectada además sobre un hombre simpatéticamente; no
sólo por intermedio de sus ropas o partes separadas de su propio cuerpo, sino
también por medio de las impresiones o huellas dejadas por el mismo en la arena
o en la tierra. En particular, es una superstición muy extendida la de que
dañando la huella dejada por los pies, se dañará al pie que la hizo. Así, los
nativos del sureste australiano piensan que pueden enojar a una persona
colocando trozos cortantes de cuarzo, hueso, vidrio o carbón sobre sus huellas.
Con frecuencia atribuyen a esta causa los dolores reumáticos. Viendo el Dr.
Howitt a un hombre tlatungolung muy cojo, le preguntó qué le acontecía y este
le contestó: “Alguno ha puesto botella en
mi pie”. Estaba sufriendo de reumatismo, pero creía que algún enemigo había
encontrado su rastro y enterrado en él un casco de botella cuya influencia
mágica se había metido en su pie.
Prácticas similares prevalecen en diversos lugares de Europa. Así, en
Mecklenburgo, si se introduce un clavo en una pisada, quedará cojo el que la
hizo; en ocasiones se requiere que el clavo haya sido cogido de un féretro. Se
recurre a parecida manera de dañar a un enemigo en algunos lugares de Francia.
Se dice que hubo una anciana que acostumbraba frecuentar Stow en Suffolk, y que
era bruja; si mientras ella pasaba, alguien iba tras ella e hincaba un clavo o
un cuchillo en una de las huellas que dejaba en el polvo, la mujer se quedaba
sin poder dar un paso hasta que la sacaban. Entre los eslavos meridionales, la
muchacha enamorada hace un hoyo en una de las improntas dejadas por el pie del
hombre que ama y coloca en un tiesto la tierra que saca; después planta en el
tiesto una caléndula, cuya flor creen que no se marchita. Y si sus dorados
capullos se abren, florecen y no se marchitan, el amor de su novio crecerá y
florecerá del mismo modo y jamás se marchitará.
Así, el conjuro de amor actúa sobre el hombre por intermedio de la
tierra que él holló. Una antigua costumbre danesa de cerrar tratos se basaba en
la misma idea de la simpatética conexión entre una persona y sus pisadas
impresas; cada uno de los contratantes salpicaba las huellas de otro con su
propia sangre, dando así prenda de su lealtad. Supersticiones de la misma clase
creemos que eran corrientes en la antigua Grecia, pues se pensaba que si un
caballo herido pisaba sobre la pista de un lobo, aquel se sobrecogía todo
aterido, y una máxima que se atribuye a Pitágoras prohíbe al pueblo hincar un
clavo o un cuchillo en las improntas de los pies de una persona.
La misma superstición la aprovechan los cazadores en muchas partes del
mundo para atrapar la pieza. Así, un montero alemán clavará un clavo cogido de
un féretro en la huella fresca del rastro, creyendo que esto impedirá escapar
al animal. Los aborígenes de Victoria colocaban ascuas encendidas en las pistas
de los animales que perseguían. Los cazadores hotentotes tiran al aire un puñado
de arena tomada de las pisadas que dejó la caza, creyendo que esto atraerá al
animal para ser cazado. Los indios thompson solían dejar amuletos sobre el
rastro del ciervo herido; hecho esto, consideraban superfino seguir
persiguiendo al animal ese día, pues hallándose hechizado, no podrá ir muy
lejos y pronto morirá.
Así, también los indios ojebway colocaban “medicina” en la pista del primer
oso o ciervo que encontraban, suponiendo que se sentiría atraído por ella hasta
dejarse ver, aunque se hubiera alejado dos o tres jornadas, pues esta
hechicería tenía poder para reducir varios días de marcha a unas pocas horas.
Los cazadores ewe del África Occidental hincan en las huellas de la pieza que
cazan un palo aguzado con el designio de manquear la caza y poder hacerse de
ella. Aunque las huellas de los pies no son las únicas impresiones hechas por
el cuerpo a cuyo través puede obrar la magia sobre una persona, son las más
claras. Los aborígenes del sureste de Australia creen que un hombre puede ser
herido enterrando fragmentos de cuarzo, vidrio y otras cosas así en las huellas
que dejó su cuerpo acostado; la mágica virtud de estas cosas aguzadas penetra
en su cuerpo y ocasiona dolores agudos que los ignorantes europeos achacan al
reumatismo. Ahora podemos entender nosotros por qué fue una máxima de los
pitagóricos que al levantarse del lecho se debe borra la impresión que deja el
cuerpo en las ropas de la cama. La regla es una precaución antigua contra la
magia y formaba parte de un código completo de máximas supersticiones que la
Antigüedad atribuyó a Pitágoras, aunque indudablemente eran familiares a los
bárbaros antepasados de los griegos mucho tiempo antes de la época del
filósofo.
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