domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (99)


En ese momento entró Bianchon.

-He encontrado a Cristóbal y me ha dicho que va a buscar un coche.

Después miró al enfermo, le levantó con dificultad los párpados, y los dos estudiantes pudieron ver un ojo frío y empañado ya.

-No creo que vuelva en sí -dijo Bianchon tomándole el pulso y colocando una mano sobre el corazón-. La máquina sigue adelante; pero, en la situación en que se halla, esto es una desgracia; sería preferible que se muriese.

-Sí, sería mejor -dijo Rastignac.

-Pero, ¿qué tienes? Estás pálido como un muerto.

-Amigo mío, acabo de oír quejas y gritos… ¡Hay un Dios! ¡Oh, sí, hay un Dios que nos procurará un mundo mejor que esta maldita tierra! Si esyo no hubiera sido tan trágico, lloraría como un niño; pero no puedo hacerlo, porque mi corazón y mi estómago están horriblemente contraídos.

-Bueno, dime, vamos a necesitar muchas cosas. ¿De dónde sacaremos el dinero?

-Toma, empéñalo enseguida -dijo Rastignac sacando su reloj-. No quiero detenerme en el camino, porque temo perder un minuto. Espero a Cristóbal y, como no tengo un céntimo, tendré que pagat el coche a la vuelta.

Rastignac se precipitó escaleras abajo y se encaminó a la casa de la señora de Restaud. Por el camino, su imaginación, impresionada por el horrible espectáculo que acababa de presenciar, caldeó su indignación. Cuando llegó a la antesala y preguntó por la señora de Restaud, le respondieron que no recibía a nadie.

-Es que vengo de parte de su padre, que se muere -le dijo al ayuda de cámara.

-No interesa, hemos recibido severas órdenes del señor conde.

-Si el señor de Restaud está, dígale el estado en que se encuentra su suegro, y adviértale que necesito hablarle un momento.

Eugenio esperó durante largo rato.

“Acaso se está muriendo en este instante”, pensaba.

El ayuda de cámara introdujo al estudiante en el primer salón, donde el señor de Restaud lo recibió de pie sin decirle que se sentase.

-Señor conde -le dijo Rastignac-, su suegro expira en este momento en una infame pocilga sin tener siquiera un céntimo para leña y desea ver a su hija.

-Caballero -le respondió con frialdad el conde de Restaud-, ya habrá podido usted ver el poco cariño que siento por el señor Goriot. Él formó el carácter de la señora de Restaud, ha sido la desgracia de mi vida y veo en él al enemigo de mi reposo. Me es completamente indiferente que viva o que muera. Estos son los sentimientos que me animan respecto de él. El mundo podrá vituperarme; pero no me importa, yo desprecio la opinión. Ahora tengo que hacer cosas más importantes que pensar en lo que opinarán de mí los estúpidos o los indiferentes. Respecto de la señora de Restaud, no está ahora en situación de salir. Dígale usted, pues, a su padre que tan pronto como haya cumplido sus deberes conmigo y con sus hijos, irá a verlo. Si ella quiere a su padre, puede estar libre dentro de algunos instantes.

-Señor conde, usted es dueño de su mujer y no me toca a mí juzgar su conducta, pero, ¿puedo contar con su lealtad? Pues bien, si es así, prométame únicamente decirle que a su padre no le queda un día de vida y que la ha maldecido al ver que no estaba a la cabecera de su cama.

-Dígaselo usted mismo -respondió el señor de Restaud sorprendido por los sentimientos de indignación que denotaba el acento de Eugenio.

Rastignac, conducido por el conde, entró en el salón donde estaba habitualmente la condesa, a la que encontró anegada en lágrimas y sepultada en una poltrona como mujer que deseara morir. A Eugenio le dio lástima. Antes de mirar a Rastignac, Anastasia dirigió a su marido tímidas miradas que denotaban una postración completa, agotadas sus fuerzas a causa de una tiranía moral y física. El conde hizo una inclinación de cabeza, y entonces la condesa dijo:

-Caballero, lo he oído todo. Dígale a mi padre que si conociese la situación en que me encuentro, me perdonaría. No contaba con este suplicio, que es superior a mí, pero resistiré hasta el fin -le dijo a su marido-, porque soy madre. Dígale a mi padre que mi conducta con él es irreprochable, a pesar de las apariencias -le gritó con desesperación al estudiante.

Eugenio saludó a los dos esposos, y adivinando la horrible situación en que se encontraba aquella mujer, se retiró estupefacto. El tono del señor de Restaud le demostró la inutilidad de su paso, y comprendiendo que Anastasia no era libre, corrió entonces a la casa de la señora de Nucingen, a la que encontró en su cama.

-Amigo mío, estoy enferma y espero al médico. Tomé frío al salir del baile, y temo tener un fuerte catarro.

-Aunque tuviese usted la muerte en sus labios, tiene que venir al lado de su padre -le dijo Eugenio interrumpiéndola-. Si pudiera usted oír el más ligero de sus gritos, ya no se sentiría usted enferma.

-Eugenio, mi padre no está tal vez tan enfermo como usted dice; pero de todos modos, no quiero aparecer culpable ante sus ojos y haré lo que usted desea. Ya sé que se morirá de pena si mi enfermedad se agravara con esta salida. Pero no importa, iré tan pronto como haya venido mi médico. ¡Ah! ¿Por qué no lleva usted mi reloj? -dijo no viendo la cadena.

Eugenio se puso colorado.

-Eugenio, Eugenio, me disgustaría mucho saber que lo ha vendido o perdido.

El estudiante se inclinó sobre la cama de Delfina y le dijo al oído:

-¿Quiere usted saberlo? Pues bien, sépalo, su padre no tiene con qué comprarse el sudario que ha de cubrir esta noche su cadáver. Como no tenía dinero, el reloj está empeñado.

Delfina saltó de la cama, cprrió a su secreter, tomó de él su portamonedas y se lo entregó a Rastignac.

Llamó y gritó:

-¡Oh, voy, voy al instante, Eugenio, deje que me vista! El no ir sería una monstruosidad. Vaya usted delante, que yo lo alcanzaré. Teresa -dijo a su camarera, dúgale usted al señor de Nucingen que deseo hablarle al instante.

Eugenio, satisfecho de poder anunciart al moribundo la presencia de una de sus hijas, llegó casi alegre a la calle Nueva de Santa Genoveva y echó mano a la bolsa para pagar inmediatamente al cochero. El portamonedas de aquella mujer tan joven, tan rica y tan elegante sólo contenía setenta francos.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+