LAS CARTAS DE MOZART COMO ESPEJO DE SU POSICIÓN FRENTE AL MUNDO
REALISMO
AUTROPRESERVACIÓN (14)
Mozart no es un
hipocondríaco que siga recordando las dificultades sufridas; con violencia se
libera de las penas en descomposición. Casi nos resulta imposible creer en el
dominio de sí mismo, usado como autodefensa, a la muerte de su madre. Solo en
París, infinitamente alejado de su casa, debe asumir la misión de comunicar al
padre la muerte de su madre. Con tierno cuidado, que no tiene parangón, decide
engañarlo, y algunas horas después de la muerte de la madre le escribe una
carta en la que solemnemente habla de la enfermedad. Sólo a su amigo Bullinger
le confía simultáneamente la verdad. Pero tampoco en esa carta notamos estallidos
de desesperación o pedidos de auxilio. Sólo habla de su dolor con palabras contenidas.
¡Acompáñeme
usted en sentimiento, amigo mío! Este ha sido el día más triste de mi vida
-esto lo escribo a las 2 de la mañana- tengo que decírselo, ¡mi madre, mi
querida madre ya no es! -Dios la ha llamado a su seno- Él la quería, eso se veía
a las claras, y por eso, yo me he allanado al deseo de Dios.
Con su precisión
realista, que ya nos es conocida, cuenta cómo se desarrollaron los
acontecimientos:
…y
hoy a las 5 y 21 horas se estremeció y perdió enseguida el conocimiento y el
sentido -yo le apreté la mano y le hablé- pero ella no me vio, no me oyó y no
me sintió; así estuvo hasta que murió, 5 horas después, a las 10 y 21 horas.
Una y otra vez trata de
convencerse de que ocurrió lo que Dios había querido. No se queda alelado por lo
inconsolable, sino que piensa prácticamente qué es lo que debe hacerse para
preparara delicadamente al padre y a la hermana.
…le
ruego, querido amigo, que sostenga a mi padre, dele ánimo para que no reciba el
impacto con demasiada dureza cuando le comunique lo peor. Le recomiendo también
a mi hermana de todo corazón. (1)
Al mismo tiempo envía a
su padre la carta en la que lo prepara para la mala nueva. Describe los
cuidados que prodiga a la madre gravemente enferma y deja traslucir sus
temores, y exhorta a tener confianza en Dios. Luego pasa a otro tema: “ahora
otra cosa, dejemos estos pensamientos tristes”. Con la mayor serenidad cuenta,
con lujo de detalles, los ensayos y el estreno de una de sus sinfonías. No
olvida de acotar que luego había tomado una “cerveza bien helada” en el Palais
Royal. Que el “archipillo de Voltaire” había “espichado como un perro” también
le parece digno de mención. Se queja de la falta de un buen libreto para su
ópera, pregunta por diversas cosas, y sólo al final de la carta se refiere a la
enfermedad de su madre, pero sólo para volver a recomendar sumisión a los
designios de Dios.
Mi
querida madre está en manos del Todopoderoso, si Él quiere dejárnosla, como lo
deseo, le estaremos siempre agradecidos por esa gracia, pero si quiere llevarla
a su lado de nada nos sirven el miedo, la pena y la desesperación, sometámonos
mejor a sus divinos designios… (2)
Seis días más tarde le
descubre al padre “la pequeña pero muy necesaria mentira”. Finaliza la carta
con la exposición de cómo encontró consuelo en ese período tan difícil, con el
pensamiento de que su madre estaba mejor que ellos, los vivos, y termina:
…recemos un padrenuestro con unción por su alma, y pademos a otras cosas,
todo tiene su tiempo. (3)
A continuación siguen
detalles sobre cosas y personas que le interesan u ocupan en ese momento. Hay
contestaciones a acontecimientos y circunstancias de los que el padre le había
hablado en cartas anteriores. Sin volver siquiera con una palabra a la muerte
de su madre termina la carta.
Si no en tono de reproche,
por lo menos extrañado, el padre le replica:
Hubiera
querido encontrar en tu carta algo de la triste desorientación en la que te
habrás sentido después de la enfermedad y el entierro de su querida madre. (4)
Nos hubiéramos
horrorizado ante tanto entendimiento frío y falta de profundidad en los sentimientos
si no supiéramos quién escribió esas líneas. Sin embargo, hay entre las cartas
mozartianas algunas en las cuales parece querer vencer la desesperación, que
nos permiten sospechar el esfuerzo realizado en otros momentos para dominarse.
Ellas esconden un esfuerzo humano, cuya grandeza se siente ofendida por
cualquier “dejarse ir”.
En una carta muy circunspecta
a su padre, Mozart admite:
…créame,
querido padre, que necesito de toda mi virilidad para escribirle aquello que
ordena la sensatez… (5)
Notas
(1) Al abate Bullinger,
París, 3-VII-1778, II, 349.
(2) A su padre, París,
3-VII-1778, I, 484.
(3) A su padre, París,
9-VII-1778, I, 485.
(4) Leopoldo M. a su
hijo, Salzburgo, 3-VIII-1778, I,. 506.
(5) A su padre, Viena,
16-V-1781, II, 91.
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