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IRMA HOESLI - MOZART: LAS CARTAS DE UN GENIO DE LA MÚSICA (53)


LAS CARTAS DE MOZART COMO ESPEJO DE SU POSICIÓN FRENTE AL MUNDO (2)

REALISMO (28)

AUTOPRESERVACIÓN (15)

Después de la muerte de su madre, Mozart abusa de tal manera de su autodominio que finalmente le faltan las fuerzas. Eso se trasunta, en parte, en la redacción de la siguiente carta:

¡Monsieur mon très cher père!
Espero que haya recibido bien mis dos anteriores cartas -no hablemos más del contenido principal de las mismas- ha pasado y no podemos cambiarlo aunque escribamos muchas páginas. El objeto principal de esta carta es el de facilitar a mi hermana para el día de su santo, pero antes tengo que conversar un poco con usted. ¿Qué lindo estilo, verdad? Paciencia, hoy no estoy en vena para escribir con gracia. Debe usted contentarse si logra entender algo de lo que quiero decir. Creo haber escrito ya que Monsieur Raaff ha partido, pero lo que no le puedo haber escrito todavía es que es mi amigo verdadero y que puedo confiar ciegamente en su amistad, pues yo mismo no sabía que me quería tanto. Bueno, para escribir algo correctamente hay que empezarlo desde el principio. Usted ha de saber que Raaf paraba en lo de Monsieur Le Gros, ¡ahora me acuerdo que esto ya lo sabía usted! Qué he de hacerle, escrito está. Tampoco pienso volver a empezar la carta; bueno, sigamos. Cuando llegó estábamos todos sentados a la mesa -esto no tiene nada que ver con el asunto- sólo es para que usted sepa que en París la gente también come y también porque el almuerzo en lo de Le Gros está más de acuerdo con la historia de mi amistad que las casas de café y los tamborileros con una descripción musical de viajes. El otro día cuando llegué encontré una carta para mí, era del señor Weber y Taaff era el portador de la misma. Si quisiera merecer el título de un buen corresponsal debería poner aquí el contenido de la carta pero me importa mucho guardarlo para mí. Pero, no hay que ir por las ramas, la brevedad es algo muy lindo, ¡eso lo puede apreciar usted en mi carta! Al tercer día lo encontré en casa y le agradecí. ¡Qué bueno es ser amable! Lo que hablamos no lo recuerdo -es escritorzuelo no es capaz de inventar algo-, pues bien, hablamos del tiempo. Bueno, cuando dejamos de hablar nos quedamos callados y yo me marché. Algunos días más tarde, no me acuerdo qué día, en un día de la semana pues, estaba yo sentado al piano, allí se entiende, y Titter, el bravo cascanueces, estaba a mi lado. ¿Qué conclusión podemos sacar? Mucho. Raaff no me había escuchado en Mannheim, salvo en la academia, donde, debido a los ruidos no se puede escuchar nada y donde tienen un piano tan miserable que no hubiera podido hacerme honor. Pero he aquí la tablita de picar era buena y vi a Raaff frente a mí escuchando muy atentamente… (1)

A pesar de que en el principio aparta decididamente la tristeza, en lo que sigue se evidencian infructuosos esfuerzos por reportarse y escribir algo más o menos sensato. El motivo principal de la carta es una felicitación, pero antes quiere discutir algo; ¡qué extraña resulta esta comunicación! Por regla general, Mozart no elude el tema principal, sino que va directamente al grano. También es desusado en él la pregunta, ¿qué lindo estilo, no? La rima entre “conservar” y “felicitar” le habría gustado en otra circunstancia y lo hubiera animado a nuevos juegos de palabras. En este momento le resulta extraño lo que en otras oportunidades le causaba gracia. Después invita, no sólo a los demás, sino también a sí mismo, a tener paciencia. También resulta rebuscada, hasta insólita la expresión “con gracia”, tan desusada en Mozart. No menos forzado resulta lo que sigue, mientras el autor busca aliento para informar de algo más o menos importante. “Usted ha de saber que Raaff paraba en lo de Monsieur Le Gros”, presupone que el hecho es conocido. ¡Qué poco lógico resulta que a continuación exprese: “ahora me acuerdo que esto ya lo sabía usted”! Siguen frases innecesarias y cortadas. Aun continuaba hablando de la carta que está escribiendo; lo que habitualmente no es más que un simple movimiento de su mano se convierte en esa oportunidad en problema. No nos choca la manera realista con que pinta la situación en que se encuentra y lo de “estábamos todos sentados a la mesa”. Lo que sí nos extraña es que a continuación lo comente irónicamente, condenando así su propio estilo. El por qué de la mención del almuerzo en lo de Le Gros no se aclara. ¿Por qué no cuenta el contenido de la carta de Weber, él que habitualmente es tan afecto a escribir “todo muy detallado”, pues le es imposible contar brevemente”? (2) Por parecerse a los escritores le da por reflexionar precisamente en esa ocasión sobre lo bueno de la brevedad y de la cortesía. Qué cansados y dudosos resultan los intentos de comicidad, expuestos sin suspenso alguno ni gracia. Guiones y comas interrumpen las frasecitas huecas. No se advierte sonido coherente. En otros tiempos solía complacerse en destruirlo por su gusto por las bromas, para deleite del lector. Ahora, en cambio, nos preocupa que su agilidad espiritual parezca quebrada.


Notas

(1) A su padre, París, 18-VII-1778, I, 493-94.
(2) A su padre, París, 31-VII-1778, I, 502.

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