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/ LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE (11)
La paradoja deja
creación, la llegada de las formas del tiempo desde la eternidad, son el
secreto germinal del padre. No se puede explicar en forma completa. Por lo
tanto, en cada sistema de teología hay un punto umbilical, un talón de Aquiles
que ha sido tocado por el dedo de la madre vida, y donde la posibilidad del
perfecto conocimiento se debilita. El problema del héroe es penetrar, y con él
su mundo, precisamente a través de ese punto, sacudir y aniquilar ese nudo
clave de su existencia limitada.
El problema del héroe que
va a encontrar al padre es abrir su alma a tal grado y haciendo caso omiso del
terror, que adquiera la madurez para entender cómo las enfermizas y
enloquecidas tragedias de este vasto mundo sin escrúpulos adquieren plena
validez en la majestad del Ser. El héroe trasciende la vida y su peculiar punto
ciego, y por un momento se eleva hasta tener una visión de la fuente. Contempla
la cara del padre, comprende y los dos se reconcilian.
En la historia bíblica de
Job, el Señor no intenta justificar en términos humanos o de otra especie el
mal pago que ha recibido su virtuoso servidor que era “hombre recto y justo,
temeroso de Dios y apartado del mal”. No por los pecados de Job sus sirvientes
fueron asesinados por las huestes caldeas, ni sus hijos e hijas perecieron
aplastados debajo de un techo caído. Cuando sus amigos llegaron a consolarlo
declararon, con fe piadosa en la justicia de Dios, que Job debería haber hecho
algún mal para merecer tan terrible castigo. Pero el valeroso, honesto y
espiritual paciente, insiste en que sus hechos han sido buenos; por lo tanto,
Eliú, que lo consuela, lo acusa de blasfemia, por considerarse más justo que
Dios mismo.
Cuando el Señor da su
respuesta a Job desde un torbellino, no intenta justificar sus hechos en
términos éticos, sino que magnifica Su Presencia, ordenando a Job que haga lo
mismo en la tierra para incitar a los humanos a seguir el camino del cielo. “Ciñe
tu cintura, cual varón; yo te preguntaré, enséñame tú. ¿Aun pretenderás menoscabar
mi justicia? ¿Me condenarás a mí para justificarte tú? ¿Tienes tus brazos tú
como los de Dios, y puedes tronar con voz semejante a la suya? Revístete, pues,
de gloria y majestad, cúbrete de magnificencia y esplendor, distribuye a
torrentes tu ira y humilla al soberbio sólo con mirarle. Mira al orgulloso y
abátele, y aplasta a los malvados. Ocúltalos a todos en el polvo y cubre su faz
de eternas tinieblas. Yo entonces también te alabaré, y diré que tu diestra es
capaz de vencer.” (79)
Notas
(79) Job, 40: 7-14.
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