domingo

EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (59) - JOSEPH CAMPBELL


4 / LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE (10)


El Sol del Mundo Subterráneo, señor de la Muerte, es la otra parte del mismo rey radiante que da y gobierna el día, porque “¿Quién os sustenta, del cielo y la tierra? ¿Quién señorea los oídos y los ojos, y hace salir lo vivo de lo muerto, y hace salir lo muerto de lo vivo, y quién dispone los asuntos?” (71) Recordemos la fábula de Wachaga del hombre muy pobre, Kyazimba, que fue llevado por una vieja al cénit, donde el sol descansa a la mitad del día, (72) y allí el Gran Jefe le concedió la prosperidad. Y también recordamos al astuto dios Edshu, descrito en una fábula de la otra costa de África: (73) sembrar la disputa era su mayor júbilo. Estas son diferentes visiones de la misma tremenda Providencia. Están contenidas en él y de él proceden las contradicciones, el bien y el mal, la muerte y la vida, el dolor y el placer, los dones y las privaciones. Como guardián de la puerta del sol es la fuente de todas las parejas de contrarios. “Y tiene en su poder las llaves del arcano… luego os resucitará para que se cumpla un plazo señalado; luego a Él será vuestra vuelta; luego os manifestará lo que habríais hecho.” (74)

El misterio del padre aparentemente contradictorio se nos muestra claramente en la figura de la gran divinidad prehistórica del Perú, llamada Viracocha. Su tiara es el sol, lleva un rayo en cada mano; y de sus ojos descienden, en forma de lágrimas, las lluvias que refrescan la vida de los valles del mundo. Viracocha es el Dios Universal, el creador de todas las cosas; y sin embargo, en las leyendas de sus apariciones sobre la tierra, se muestra vagando como un mendigo, harapiento y envilecido. Recuerda el Evangelio de María y José dentro de la ciudad de Belén, (75), y la historia clásica de Zeus y de Mercurio pidiendo albergue a la puerta de la casa de Baucis y Filemón. (76) También recuerda al disfrazado Edshu. Este es un tema que frecuenta la mitología, su sentido está en las palabras del Corán: “Dondequiera que os volváis, allí está faz de Alá”. (77) Aunque está escondido en todas las cosas -dicen los hindúes-, su Alma no reluce; sólo es, visto por quien tiene vista sutil y un intelecto sutil”. (78) “Rompe una vara -dice un aforismo gnóstico- y allí está Jesús”.

Viracocha, al manifestar su ubicuidad de esta manera, participa en el carácter de los más altos dioses universales. Además, su síntesis del dios del sol y del dios de la tempestad nos es familiar. Lo conocemos a través de los mitos hebreos de Yavé, en quien las características de los dioses están unidas (Yavé, el dios de la tempestad y El, dios solar), también puede verse en la personificación Návajo del padre de los Guerreros Gemelos; es obvio en el carácter de Zeus, así como en el rayo y en el halo de ciertas formas de la imagen del Buddha. Su significado es que la gracia que se derrama en el universo a través de la puerta del sol es la misma que la energía del rayo que aniquila y que es en sí misma indestructible; la luz que destruye los engaños, del Imperecedero, es la misma luz que crea. Y también en los términos de una polaridad secundaria en la naturaleza: el fuego que brilla en el sol es el mismo que arde en las tormentas fertilizadoras; la energía que está tras la pareja elemental de contrarios, el fuego y el agua, es una y es la misma.

Pero la característica más extraordinaria y más profundamente conmovedora de Viracocha, esta versión peruana noblemente concebida del Dios Universal, es un detalle peculiarmente suyo, o sean las lágrimas. Las aguas vivas son las lágrimas de Dios. Con esto la intuición del monje que desacredita al mundo: “Toda la vida es congoja”, está combinada con la afirmación del padre que origina el mundo: “La vida debe ser”. Dándose cuenta plena de la angustia de vivir de las creaturas que están en sus manos, con plena conciencia de la inmensa brutalidad de los dolores, de los fuegos que rompen las entrañas que hay en su universo engañoso, destructor de sí mismo, sensual y encolerizado, esta divinidad accede en el acto a proporcionar vida a la vida. Suprimir las aguas seminales sería aniquilar; pero entregarlas es crear este mundo que conocemos. Porque la esencia del tiempo es el cambio, la disolución de la existencia momentánea; y la esencia de la vida es el tiempo. En su misericordia, en su amor por las formas del tiempo, este hombre demiúrgico de los hombres hace nacer el mar de los tormentos; pero a causa de la plena conciencia de lo que hace, las aguas seminales de la vida que da son las lágrimas de sus ojos.


Notas

(71) Corán, X, 31.
(72) Supra, p. 70.
(73) Supra, p. 48. Los Basumbwa (fábula del Gran Jefe Muerte) y los Wachaga (fábula de Kyazimba) son pueblos del África Oriental; los Yoruba (fábula de Edshu) habitan la costa oriental de la colonia de Nigeria.
(74) Corán, VI, 59, 60.
(75) San Lucas, 2:7.
(76) Ovidio, Metamorfosis, VIII, 618-724.
(77) Corán, II, 109.
(78) Katha Upanishad, 3: 12.

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