1º edición WEB: elMontevideano
Laboratorio de Artes / 2018
DEL BARRIO 14
El Mancuerna ahora sólo era una alfombra inerte y sangrienta sobre las
baldosas blancas de la mansión. Su sangre se trepaba de a poco a las sandalias
petrificadas de Mamá Lucha. (Los zapatos blancos de Darío no se manchaban
jamás.)
Las pupilas del hombre más temido del barrio tintineaban en pleno shock con
la vida arquetípicamente muerta. Había arruinado a la mujer más perfecta del
mundo: la había hecho matar. (Y ni siquiera entendía por qué.)
Por primera vez y sin reír, recordó su pasado. Y el recuerdo lo llevó al
niño que creció al lado de su hermano mayor, sobreviviéndole cada minuto al
alcoholismo violento de su padre. Recordó el día en que se le rompió la
familia: su padre volviendo como todas las noches (tarde y borracho) con la única
intención de destrozar todo a su paso. “Y en su paso estaba yo”, tirado boca abajo
imaginando un juguete en la mano. Con una patada en las costillas lo hizo rodar
más de un metro. El llanto se escurrió hasta la cocina desde donde su hermano
mayor apareció para taclear al padre. Abrazando la puerta trasera de las
rodillas del borracho con toda la fuerza de sus frágiles nueve años, vio a su
hermanito de cuatro por última vez. “Corré” le gritó. “Corré”. Y Darío obedeció
(como siempre). Se tapó los oídos para no escuchar los huesos de su hermano
mayor reventar entre los golpes y corrió.
Hoy vivía en esa misma casa. Claro que después de invertirle una fortuna ya
casi no se reconocía, pero la casa era la misma. Y en el lugar donde vio a su
hermano y a su padre abrazados en el piso por última vez, hay una baldosa
negra. (Nadie nunca le preguntó por qué.)
Por eso decidió vender droga, para que la gente le escape a este pantano de
mierda fangosa a la que llamamos realidad: realidad de la que nunca podemos
salir limpios.
-¡Yo no fiui! ¡Yo no drogué al niño! Te lo juro.
-No podés ser tan bajo, Darío.
-Ya habías dicho una vez que ese niño no podía consumir porque tiene no sé
qué en los riñones.
-También me dijiste que dejara crecer a ese niño o no iba a sobrevivir en
el barrio. Dijiste que lo podías hacer crecer en un segundo (bueno, en siete).
-Y me contestaste que si lo hacía crecer, me matabas.
-Por eso vine: a cumplir con mi palabra.
Las palabras de Mamá Lucha sonaban temblorosas pero eso no le impedía
apuntar a la cara de Darío con el arma. El odio y el amor por ese tipo luchaban
adentro de sus infinitos ojos negros.
Y en las manos estiradas le pesaban todos sus treinta y tres años (linda
edad para resucitar). Parecían más de dos vidas las que había vivido. La niña
sonriente, las manzanas robadas, la niña gimnasta, la niña vagabunda y su
hermano con frío, el abrazo de Raúl, la madre de todos. Era demasiado, no hay
cuerpo que aguante.
Sólo esto. Sólo esto y ya está. Se dijo. Lo matás
y hacés del mundo un lugar mejor. Darío pareció leerle la intimidad de su
rostro porque con una súplica sincera y (sin molestarse en escuchar el ¡no te muevas! de Mamá Lucha) fue hasta
la mesa de luz. La mujer le siguió cada uno de los pasos con la esperanza que
de golpe la asustara y se le escapara un disparo para matarlo por la espalda:
pero no fue así. Darío abrió el cajón y le mostró un labial violeta vacío.
-¿En serio? Después de tanto frío. Después de salvarme todas las noches del
mundo. Después de que el pelo se te quedó bordó. Después de pintarte con un
labial vacío para que yo no supiera que te morías helada. Después de que
sobreviviéramos juntos al barrio me vas a disparar. No. Seguramente mucha gente
me va a matar en esta vida: pero justo vos no, Lucía. Vos no.
Con la punta del arma todavía apoyada sobre su esternón, puso el
pintalabios vacío entre los dedos y la palma de Mamá Lucha. En seguida, sus
manos ricas envolvieron las de ella (que todavía sujetaba el revólver con furia).
Como si pudiera verle lo oscuro al fuego, Mamá Lucha dejó caer el arma y lo
abrazó protegiéndolo del pasado. Él la abrazó con más fuerza suspirándole en el
costado de la nuca. Sus palabras se entreveraron con algunos mechones de pelo
bordó: Te juro que yo no fui.
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