lunes

EN PIEZAS / LA TERRORÍFICA MANIPULACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS (40) - FEDE RODRIGO


1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

DEL BARRIO 14

El Mancuerna ahora sólo era una alfombra inerte y sangrienta sobre las baldosas blancas de la mansión. Su sangre se trepaba de a poco a las sandalias petrificadas de Mamá Lucha. (Los zapatos blancos de Darío no se manchaban jamás.)

Las pupilas del hombre más temido del barrio tintineaban en pleno shock con la vida arquetípicamente muerta. Había arruinado a la mujer más perfecta del mundo: la había hecho matar. (Y ni siquiera entendía por qué.)

Por primera vez y sin reír, recordó su pasado. Y el recuerdo lo llevó al niño que creció al lado de su hermano mayor, sobreviviéndole cada minuto al alcoholismo violento de su padre. Recordó el día en que se le rompió la familia: su padre volviendo como todas las noches (tarde y borracho) con la única intención de destrozar todo a su paso. “Y en su paso estaba yo”, tirado boca abajo imaginando un juguete en la mano. Con una patada en las costillas lo hizo rodar más de un metro. El llanto se escurrió hasta la cocina desde donde su hermano mayor apareció para taclear al padre. Abrazando la puerta trasera de las rodillas del borracho con toda la fuerza de sus frágiles nueve años, vio a su hermanito de cuatro por última vez. “Corré” le gritó. “Corré”. Y Darío obedeció (como siempre). Se tapó los oídos para no escuchar los huesos de su hermano mayor reventar entre los golpes y corrió.

Hoy vivía en esa misma casa. Claro que después de invertirle una fortuna ya casi no se reconocía, pero la casa era la misma. Y en el lugar donde vio a su hermano y a su padre abrazados en el piso por última vez, hay una baldosa negra. (Nadie nunca le preguntó por qué.)

Por eso decidió vender droga, para que la gente le escape a este pantano de mierda fangosa a la que llamamos realidad: realidad de la que nunca podemos salir limpios.

-¡Yo no fiui! ¡Yo no drogué al niño! Te lo juro.

-No podés ser tan bajo, Darío.

-Ya habías dicho una vez que ese niño no podía consumir porque tiene no sé qué en los riñones.

-También me dijiste que dejara crecer a ese niño o no iba a sobrevivir en el barrio. Dijiste que lo podías hacer crecer en un segundo (bueno, en siete).

-Y me contestaste que si lo hacía crecer, me matabas.

-Por eso vine: a cumplir con mi palabra.

Las palabras de Mamá Lucha sonaban temblorosas pero eso no le impedía apuntar a la cara de Darío con el arma. El odio y el amor por ese tipo luchaban adentro de sus infinitos ojos negros.

Y en las manos estiradas le pesaban todos sus treinta y tres años (linda edad para resucitar). Parecían más de dos vidas las que había vivido. La niña sonriente, las manzanas robadas, la niña gimnasta, la niña vagabunda y su hermano con frío, el abrazo de Raúl, la madre de todos. Era demasiado, no hay cuerpo que aguante.

Sólo esto. Sólo esto y ya está. Se dijo. Lo matás y hacés del mundo un lugar mejor. Darío pareció leerle la intimidad de su rostro porque con una súplica sincera y (sin molestarse en escuchar el ¡no te muevas! de Mamá Lucha) fue hasta la mesa de luz. La mujer le siguió cada uno de los pasos con la esperanza que de golpe la asustara y se le escapara un disparo para matarlo por la espalda: pero no fue así. Darío abrió el cajón y le mostró un labial violeta vacío.

-¿En serio? Después de tanto frío. Después de salvarme todas las noches del mundo. Después de que el pelo se te quedó bordó. Después de pintarte con un labial vacío para que yo no supiera que te morías helada. Después de que sobreviviéramos juntos al barrio me vas a disparar. No. Seguramente mucha gente me va a matar en esta vida: pero justo vos no, Lucía. Vos no.

Con la punta del arma todavía apoyada sobre su esternón, puso el pintalabios vacío entre los dedos y la palma de Mamá Lucha. En seguida, sus manos ricas envolvieron las de ella (que todavía sujetaba el revólver con furia). Como si pudiera verle lo oscuro al fuego, Mamá Lucha dejó caer el arma y lo abrazó protegiéndolo del pasado. Él la abrazó con más fuerza suspirándole en el costado de la nuca. Sus palabras se entreveraron con algunos mechones de pelo bordó: Te juro que yo no fui.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+