1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
DEL
BARRIO 13
El Bauti estaba tan cansado que apenas dio una vuelta a la manzana: sólo
doblando a la derecha como en el cuento de los locos. A mitad de camino sintió
el portazo que había dado la Señora Lucía y el apuro con el que aceleró la
camioneta: quién sabe qué le estaría pasando. El Bauti volvió a al Laberinto y
pasó de largo sobre sus almohadones que estaban en el piso hasta ir a la
cocina. (Desde las otras habitaciones de lata se escuchaba a los demás niños
pobres tratando de sobrevivir.) Agarró una hoja blanca, la alisó con firmeza
contra su panza y se sentó a la mesa. Eran las seis de la tarde: la hora de
escribirle a su madre.
Sus ojos empezaron a pendulear dentro y fuera de la hoja mientras dibujaba
las letras con perfección de imprenta. Sus palabras cultas, sus ideas
recurrentes y repetidas, sus comparaciones astutas y sus descripciones
inequívocas no eran más que síntomas de su condición. (Condición enredada hasta
en su nombre: Bautista.)
Hola ma, te escribo de nuevo.
Otra vez son las seis y otra vez estoy en el Laberinto. Desde que maté a papá
ya no voy a casa. Y estoy acá, tratando de no crecer mucho para que me puedas
ver crecer pero a veces no me sale. Esta carta es especial porque te estoy
mandando un frasquito de pichí. Es para que lo veas aunque también te lo voy a
describir porque de aquí a que lo puedas ver quizás ya se puso feo. Es verde y
tiene cristales brillantes. Duele mucho cuando sale y duele mucho cuando se
crea. Arde en la espalda como seguramente le debe doler a un ángel la
amputación de las alas que lo hace ser persona. Es que me pincharon con droga y
ahora mis riñones no aguantan y creo que me voy a morir. La señora Lucía me
trajo hasta el Laberinto y hablamos de morirme pero ella dice que espere. Y yo
no quería que me viera llorar y salí a dar una vuelta siempre doblando a la
derecha y sin cruzar (como en el cuento de los locos). En el camino, un ratito
antes del portazo me crucé con una mujer con los ojos pegoteados de cielo. Eran
raros: le faltaban pájaros. Cuando volví, la señora Lucía ya no estaba (lo que
dio sentido al portazo) y no tuve tiempo de despedirme. Tampoco me dio el
tiempo de despedirme de papá ni del Despeinado. Todos se están muriendo, ma. Y
a los que se mueren no los podemos ver más. Por eso te quiero decir adiós, ma:
por las dudas. Yo te quiero mucho. Te quiero todo el tiempo. Se supone que el
tiempo está hecho para que no se note. Y pasa tan despacito que no se ve: como
pasa la luna a lo largo de la noche. Y pasa tan rápido que no se ve: como un
rayo de luz al que no se le encuentra dónde empieza ni dónde termina. Pero a mí
el tiempo se me hace visible y me duele, ma. No sabés cuánto me duele. Y sé que
soy hico para hablar de estas cosas y eso me hace raro. Creo que la gente ya se
dio cuenta que soy raro, ma: yo creí que sólo vos y yo sabíamos pero la gente
se está dando cuenta y yo sólo quiero que seamos vos y yo. Ye extraño. ¿Cuándo
volvés, ma? Te extraño.
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