por Felipe Pigna
Habitualmente nuestros manuales de historia, incluso algunos calificados
como “progresistas”, dicen muy sueltos de cuerpo cosas como que las provincias
controladas por Artigas se negaron a enviar diputados al Congreso de Tucumán o,
personalizando, que Artigas se negó a enviar diputados al jardín de la
República. Lo que no dicen es por qué y omiten el gravísimo episodio que
explica la ausencia de delegados de la Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos,
Misiones y parte de Córdoba, o sea la mitad del país de entonces.
Cuando se produjo la convocatoria al Congreso, José Artigas1 convocó
a su vez a un Congreso de los Pueblos Libres para discutir con su gente
democráticamente los mandatos que llevarían los diputados a Tucumán. El
Congreso se reunió en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, el 29 de
junio de 1815. Allí estaban los delegados de la Banda Oriental, Corrientes,
Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Misiones. Sus primeros actos fueron jurar la
independencia de España, izar la bandera tricolor –celeste y blanca con una
franja diagonal roja- y enviar una delegación a Buenos Aires para concretar la
unidad.
Mientras en Buenos Aires se sancionaba el “Reglamento del tránsito de
individuos” que decía: “Todo individuo que no tenga propiedad legítima será
reputado en la calidad de sirviente y será obligatorio que se muna de una
papeleta de su patrón visada por el juez. Los que no tengan estas papeletas
serán reputados como vagos y detenidos o incorporados a la milicia”, Artigas
proclamaba su “Reglamento Oriental para el fomento de la campaña”, que
establecía la expropiación de tierras a “emigrados, malos europeos y peores
americanos” y su reparto entre los desposeídos del país para “fomentar con
brazos útiles la población de la campaña”.
Esto puso muy nerviosas a las autoridades de Buenos Aires, que
preparaban secretamente una invasión sobre Santa Fe mientras recibían a los
delegados artiguistas. Se montó un show tendiente a la distracción de los
representantes del caudillo oriental en el que se le reconocían cargos y
honores y se le rogaba que participara del Congreso. Cuando las dilaciones se
hicieron injustificables y ante el peligro de que los delegados se enteraran y
revelaran a su jefe la noticia de la inminente invasión de una de las
provincias integrante de la Liga de los Pueblos Libres, el director Álvarez
Thomas decidió secuestrarlos, como lo admitirá en una carta a Artigas,
comunicándole la invasión: “He enviado fuerzas a Santa Fe con las instrucciones
que manifiestan las proclamas que incluyo. Los diputados de V.E. han padecido
alguna detención en su despacho porque, hallándose informados de la indicada
medida, temí precipitasen a V.E. para oponerse a que se realizase con el
sosiego que conviene a todos”.
A todos menos a los santafecinos, convendría aclarar. El que tomaba esta
medida, ilegítima a todas luces, era Álvarez Thomas, aquel que nunca se hubiera
sublevado contra Alvear de no haber tenido el leal apoyo de las fuerzas
artiguistas de Santa Fe. La invasión a Santa Fe, como señala José Luis
Busaniche, implicaba que la oligarquía brillante y gloriosa de Buenos Aires
había resuelto fijar el límite Este del nuevo Estado en el Río Paraná,
preservando la provincia de Santa Fe con su puerto y su Aduana y procurando
desde entonces o bien la independencia de la zona controlada por Artigas o la
entrega a Portugal de aquellos territorios. Lo importante era hacer desaparecer
a Artigas, sus gauchos y su proyecto revolucionario. Las ciudades de Rosario y
Santa Fe fueron arrasadas entre el 25 y el 30 de agosto de 1815 por las tropas
dirigidas por Viamonte, quien colocó al frente de la gobernación a Juan
Francisco Tarragona, un títere de los intereses porteños. Pero el ejército
popular artiguista terminaría en pocos meses con esta farsa recuperando el
poder para el Protector de los Pueblos Libres, quien después de todos estos
hechos y comprobando que el Congreso de Tucumán sería dominado por los porteños
directoriales, tras consultar con los delegados de las diferentes regiones,
decidió, entonces sí, no enviar diputados al famoso Congreso.
En la sesión del 19 de julio uno de los diputados por Buenos Aires,
Pedro Medrano, previniendo la reacción furibunda de San Martín -que estaba al
tanto de las gestiones secretas en las que estaban involucrados algunos
congresales y el propio Director, Supremo encaminadas a entregar estas
provincias, independientes de España, al dominio de Portugal o Inglaterra-, señaló
que “antes de pasar al ejército el acta de independencia y la fórmula del
juramento, se agregase, después de ‘sus sucesores y metrópoli’, esto otro: ‘de
toda dominación extranjera’, para sofocar el rumor de que existía la idea de
entregar el país a los portugueses”.
Medrano sabía que lo de “entregar el país a los portugueses” era mucho
más que un rumor. El ministro argentino en Río de Janeiro, el inefable y
omnipresente Manuel José García, le había escrito al Director Supremo
Pueyrredón: “Creo que en breve desaparecerá Artigas de esa provincia y quizás
de toda la Banda Oriental. Vaya pensando en el hombre que ha de tratar con
general Lecor”.2
El gran historiador brasileño Caio Prado Junior explica así el rol que
cumplía la corte portuguesa a la que querían entregar estas provincias: “La
monarquía portuguesa será un juguete en manos de Inglaterra. El soberano
permanecerá en Río de Janeiro bajo la protección de una división naval inglesa
estacionada permanentemente. Las colonias españolas que componían los antiguos
virreinatos de Buenos Aires y del Perú se orientaron comercialmente, y muchas
veces políticamente, hacia Río de Janeiro, que enarbolaba el título prestigioso
de sede de un trono europeo y donde se instaló el cuartel general diplomático y
comercial inglés en esta parte del Mundo”.3
Mientras el Congreso proclamaba formalmente nuestra independencia, el
jefe del nuevo estado independiente, Juan Martín de Pueyrredón, enviaba a Río
de Janeiro al comisionado Terrada con estas patéticas instrucciones: “La base
principal de toda negociación será la libertad e independencia de las
Provincias representadas en el Congreso”. De esta forma se dejaba a la buena de
Dios, o sea en manos de los portugueses, a las provincias de Entre Ríos,
Corrientes, Misiones, Santa Fe y la Banda Oriental. Y en las instrucciones
reservadísimas que Pueyrredón le encomendó al otro enviado, Miguel Irigoyen, se
decía: “Si se le exigiere al comisionado que estas provincias se incorporen a
las del Brasil, se opondrá abiertamente. Pero, si después de apurados todos los
recursos de la política, insistieren, les indicará, como una cosa que sale de
él y que es a lo más a que tal vez podrían prestarse estas provincias, que,
formando un Estado distinto del Brasil, reconocerán como su monarca al de
aquél, mientras mantenga su corte en este continente, pero bajo una
Constitución que presentará el Congreso”.
Tras conocer estas negociaciones, el emisario norteamericano aconsejaba
a su gobierno: “el gobierno de estas provincias es demasiado sumiso a Gran
Bretaña para merecer el reconocimiento de los EE.UU. como potencia
independiente”. Y el secretario de Estado del país del Norte le escribía al
agente de esa nación, David Curtis Forest: “La política del gobierno de Buenos
Aires plantea serias dudas en cuanto a si realmente era o seguirá siendo
independiente”.4
Diferenciándose del liberalismo económico desenfrenado, Artigas promulgó
el 9 de septiembre de 1815 un Reglamento de Comercio que establecía: “Que todos
los impuestos que se impongan a las introducciones extranjeras, serán iguales
en todas las Provincias Unidas, debiendo ser recargadas todas aquellas que
perjudiquen nuestras artes o fábricas, a fin de dar fomento a la industria de
nuestro territorio”.5
El Director Supremo y la burguesía terrateniente porteña preparaban una
nueva traición a la patria. Del otro lado del Río y de la Historia José
Gervasio Artigas ponía en práctica la ley agraria más avanzada que se conozca
hasta estos momentos en estos lares del Río de la Plata. Fundó una colonia
agrícola que combinaba las tradiciones comunitarias de los abipones y
guaycurúes del Chaco, tan artiguistas como los charrúas, quienes ya tenían
destinada en propiedad la zona de Arerunguá para su subsistencia. Artigas logró
que el Cabildo de Corrientes le otorgara tierras a los indígenas en estos
términos: “Es preciso que a los Indios se trate con más consideración pues no
es dable cuando sostenemos nuestros derechos excluirlos del que justamente le
corresponde. Su ignorancia e incivilización no es un delito reprensible. Ellos
deben ser condolidos más bien de esta desgracia, pues no ignora V.S. quien ha
sido su causante, ¿y nosotros habremos de perpetuarla? ¿Y nos preciaremos de
patriotas siendo indiferentes a ese mal? Por lo mismo es preciso que los
magistrados velen por atraerlos, persuadirlos y convencerlos y que con obras
mejor que con palabras acrediten su compasión y amor filial”. A menos de un mes
de la proclamación de nuestra independencia, se cumplieron las previsiones y
los deseos de Pueyrredón y del enviado García. Pueyrredón le decía en una carta
a su embajador en Río que “los pueblos ya no insistían en sus ideas
democráticas y que era llegado el momento de proponer la coronación del Infante
del Brasil en el Río de la Plata para allanar cualquier dificultad con España”.
Era la luz verde para la intervención lusitana.
A mediados de agosto de 1816 se inició la devastadora invasión portuguesa a la
Banda Oriental compuesta por 30.000 soldados con el mejor armamento de la época
y bajo el asesoramiento de nuestro viejo conocido, el otrora invasor inglés
William Car Beresford, contratado por la corte de Río para reorganizar su
ejército. Iban por Artigas y su gente, a poner fin a la experiencia más
democrática y popular de esta parte del mundo, a exterminar de raíz ese “mal
ejemplo” que corría el riesgo de ser contagioso. Buenos Aires le cubría las
espaladas a los portugueses y su enviado García -que según Mitre practicaba una
diplomacia tenebrosa- firmaba el siguiente tratado con la Corte de Río, que
decía en su Artículo 1: “el gobierno argentino se obliga a retirar tropas y
municiones que hubiere facilitado en socorro de Artigas, no admitiendo a este
último ni a sus partidarios en el territorio de la banda occidental del
Uruguay. Caso de que entrara y no hubiese medios para expulsarlos,
solicitaríase al efecto la cooperación de las tropas portuguesas”.
Artigas, indignado, le envió esta carta a Pueyrredón denunciando abiertamente
la hipocresía del Director Supremo: “¿Hasta cuándo pretende V.E. apurar nuestros
sufrimientos? Ocho años de revolución, de afanes, de peligros, de contrastes y
miserias deberían haber sido suficiente prueba para justificar mi decisión y
rectificar el juicio de ese gobierno. Ha reconocido él en varias épocas la
lealtad y dignidad del pueblo oriental, y él debe reconocer mi delicadeza por
el respeto a sus sagrados derechos. ¿Y V.E. se atreve a profanarlos? ¿V.E. está
empeñado en provocar mi extrema moderación? ¡Tema V.E. sólo en considerar las
consecuencias! Promovida la agresión de Portugal, es altamente criminal en
repetir los insultos con que los enemigos consideran asegurada su temeraria
empresa. En vano es que quiera su gobierno ostentar la generosidad de sus
sentimientos; ellos están desmentidos por el orden mismo de los sucesos y éstos
llevan el convencimiento a todos de que V.E. se complace más en complicar los
momentos que en promover aquella decisión y energía necesarias que reaniman el
ánimo de los libres contra el poder de los tiranos”.
En otra comunicación le decía a Pueyrredón: “Me he visto perseguido pero
mi sentimiento jamás se vio humillado. La Libertad de América forma mi sistema
y plantearlo, mi único anhelo. Tal vez V.E. en mis apuros y con mis recursos
habría hecho sucumbir su constancia y se habría prostituido ya”.
En esto se equivocaba, hacía rato que Pueyrredón y su clase se había
prostituido, como lo señalaban dos comerciantes y buenos observadores ingleses:
“El directorio de Pueyrredón sostenido por el Congreso Nacional fue causa de
incalculables daños para Buenos Aires. El cohecho y la corrupción eran los
medios con que principalmente se contaba para sostener el Ejecutivo, y bajo su
patrocinio se había organizado un sistema de contrabando en gran escala como
para dilapidar y arruinar el tesoro público, mientras llenaba los bolsillos del
primer mandatario del Estado”.6
La masacre había comenzado y así lo relataba uno de los generales del ejército
genocida, el portugués Chagas Santos: “Destruidos y saqueados siete pueblos de
la margen occidental de Uruguay y saqueados solamente los pueblos de Apóstoles,
San José y San Carlos, quedando hostilizada y saqueada toda la campaña
adyacente a los mismos pueblos por espacio de cincuenta leguas, no pudiendo yo
continuar para perseguir y atacar a Andrés Artigas en su propio campamento como
era mi deseo, por falta de caballos, el 13 del mismo mes volvimos a pasar el
Uruguay y nos reunimos en este pueblo San Borja. De este territorio se
saquearon y fueron traídas a esta banda más de 50 arrobas de plata, muchos y
ricos ornamentos, muchas y buenas campanas, tres mil caballos, otras tantas yeguas,
aparte de 130.000 pesos. En suma las hostilidades y daños que hemos hecho y
continuamos haciendo en este país que va a quedar destruido es sin duda el
golpe más sensible para Artigas”.7
Tras leer esto, el director del Estado invadido, Juan Martín de Pueyrredón, le
escribió al comandante invasor Lecor, a quien llamó “Jefe del Ejército de
Pacificación”: “En interés recíproco de ambos gobiernos demanda imperiosamente
que Artigas sea perseguido hasta el caso de quitarle toda esperanza de obrar
mal a que lo inclina su carácter”.8
Comenzaban cuatro años de resistencia, de heroicos combates de los Pueblos
Libres contra los invasores portugueses apañados por Buenos Aires y sus
estancieros y comerciantes que, por el momento, podían respirar tranquilos y,
haciendo gala de un cinismo que se irá incrementando con los siglos, declarar
oficialmente a Artigas “Infame Traidor a la Patria”.
Referencias
1 José Gervasio Artigas representó los intereses del interior y fue
el primero en adherir a las ideas federales en el Río de la Plata. Unió las
ideas de cambio político, planteadas por la Revolución de Mayo, a la voluntad
de llevar adelante cambios económicos y sociales y lograr una distribución más
justa del poder y la riqueza.
2 El general
Carlos Federico Lecor, más conocido como el Barón de de la Laguna, era el jefe
de las tropas portuguesas.
4 Arthur
Preston Whitaker, Los Estados Unidos y la Independencia de América
Latina (1800-1830), Buenos Aires, Eudeba, 1964.
José Luis Busaniche, “Cómo fueron
destruidos los pueblos de las Misiones Occidentales del Uruguay”, en Boletín de
la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, Nº 9, Buenos Aires,
1948.
7 Joaquín
Pérez, Artigas, San Martín y las ideas monárquicas en el Río de la
Plata, Buenos Aires, 1980.
8 Paz, Memorias, t. I, págs. 330 y
331.
(EL HISTORIADOR / 21-3-2019)
(EL HISTORIADOR / 21-3-2019)
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