Son las tres de la tarde cuando los insurgentes que vienen de Mercedes comandados por Viera y Benavidez irrumpen en la espaciosa avenida principal de Santo Domingo de Soriano. Mientras avanzan por la pulcra pendiente cercada de tunales, los caballos, que jadean sudorosos, van dejando una extensa huella en la fina arena que la recubre. El fresco aroma del agua les llega desde el Río Negro. Los pobladores se van acercando, salen de las bien construidas edificaciones de azotea, ladrillo y rejas a la calle, de los ranchos de barro, de entre los durazneros, olivares y montes de naranjales, orgullo de la localidad. Vienen del Puerto en el Río Negro, a tan solo seiscientas varas de distancia, de la cercana loma, punto más elevado del territorio, de los alrededores de la bien construida Iglesia. Están intrigados. Reciben a la partida los integrantes del Cabildo de Soriano y el Comandante Militar de la Villa, Benito López de los Ríos. Pedro Viera adelanta con solemnidad el contenido del oficio que les entrega exigiendo la inmediata rendición.
-Tengo órdenes
rigurosas de atacar y destruir los pueblos de esta Banda que no quieran seguir
a la justa causa de Buenos Aires. Tenemos nuestro cuartel general en Capilla
Nueva de Mercedes, que se entregó la mañana del día de hoy sin oposición alguna
en vista de que se les asegurara sus propiedades, pues no somos partida de
salteadores como se ha divulgado por estos destinos.
-No podemos ni
tenemos cómo hacer resistencia -adelanta su opinión uno de los cabildantes,
mientras mira al resto.
-Entonces,
sírvanse franquear sin oposición este pueblo, pues de lo contrario doy la orden
a los trescientos hombres que me acompañan, para que entren asolando y sin dar
cuartel a nadie en uso de guerra formal. Esta es mi última recomendación a fin
de obviar la efusión de sangre de lo que hago a ustedes desde ahora
responsables.
Los integrantes
del Cabildo se reúnen aparte. La gente los aguarda expectante, pero la espera
no es larga. Entre los que discuten prácticamente hay unanimidad, por eso,
mientras dos de aquellos hombres redactan la respuesta para ser enviada a
Buenos Aires, los otros llegan hasta Viera.
La contestación es firme.
-Hacemos la
capitulación…
El aplauso
generalizado interrumpe la respuesta, retumba en la atmósfera, hace revolotear
a los pájaros e inunda los ojos de emoción.
-Accedemos a la
solicitud, tanto europeos como patricios, sin distinción de ninguno. Cabildo y
Comandante prometemos guardar fidelidad y obediencia al superior gobierno. … Hacemos
la capitulación, para que entren ofreciendo la seguridad de nuestros bienes,
vidas y familias…
Más calmada la
gente, agrega el Cabildante:
-Se lo comunicamos
a usted, para que atendiendo los méritos y fidelidad del vecindario, lo mire
como hijos.
-Con mi mayor
satisfacción, concilio con el Cabildo la unidad de sentimientos, en lo que
tiene que ver con la tranquilidad y seguridad pública, que a todos nos interés -es
la respuesta de Pedro Viera.
***
En Mercedes las
familias españolas presionan a Ramón Fernández. Quieren que libere a los
detenidos, cosa que el militar acepta, pero a condición de una fianza, de la
que personalmente se ocupa. Entonces repite a los que lo rodean lo que le dijo
a Vega:
-He recogido a
todos los europeos en pelotón para luego que esto se vaya organizando ponerlos
en libertad a todos los veinte afincados, bajo sus correspondientes fiadores
para cuando se les necesite, hasta saber la determinación de la Junta.
Están presos hace
solamente cuatro días, desde la caída de la ciudad, por eso, cuando la noticia
de la liberación gana la calle, el campamento de Cabral, indignado, se pone en
movimiento. Correa tiene que hacer uso de todo su poder de convicción para contenerlos.
E inmediatamente envía un chasque a Viera, con la protesta:
-¡No he visto
oponer la más leve medida de seguridad, solo he visto salir a sus casas a veinticinco
o treinta españoles!
Viera prestamente
llega al día siguiente a Capilla Nueva de Mercedes.
-Enciérrenlos de
nuevo y sin excepción… ¡A todos! -ordena. Y cita a una reunión para el día
siguiente a varios criollos, con negocio o comercio en el pueblo y a algunas
cabezas de división.
-Estos pasos,
inventados de una hora en otra, es de inferirse que no son parto de Viera, sino
de aquellos que llenos de amistades, intereses y parentescos, desean su
libertad, sin hacerse cargo de los males que nos pueda resultar dicha
consideración -comenta Correa a su mujer, antes de salir para el encuentro.
Los disensos entre
los jefes revolucionarios son cada vez mayores, al día siguiente de la caída de
Soriano, Benavidez regresó a Capilla Nueva, enojado con Viera. Y poco después
Viera y Correa discutieron porque este último le pidió a Pedro Cortinas que sin
pérdida de tiempo partiese para Buenos Aires a dar cuenta de todo lo ocurrido.
-No debería haber
ido sin anuencia mía -fue el comentario del portugués. -Pero además, Correa
está furioso con Ramón Fernández. En su opinión es un oportunista, que
aprovechó el momento propicio para figurar ante Buenos Aires como el verdadero
organizador del levantamiento. Y una y otra vez repite a quien lo quiere oír,
que luego de la caída de Mercedes, Viera le había pedido que hiciera un oficio
a Buenos Aires, que fue interceptado por el Comandante.
-Extendí el oficio
y lo mandé con Enrique Reyes para que Viera lo firmase, pero Fernández, que en
el camino se encontró con Reyes, apersonándose firmó el oficio y lo entregó a
los chasqueros que estaban prontos, sin que Viera hiciese alto de las vivezas
del prisionero.
***
A Viera la ira lo
va ganando. También a él hay actitudes de Fernández que lo enojan y no
solamente la prematura liberación de los detenidos. Y mientras camina rumbo a una
reunión con los vecinos más prominentes por el asunto de los españoles
detenidos, lentamente repasa su relación con el militar. Lo acompaña Jacinto
Gallardo.
-Cuando se me
presentó a la vista la partida mandada por Fernández y comprendieron qué gente
éramos, trataron de pasarse, pero hizo fuga el Comandante y le seguí y le
apresé, pero comprendí que es americano y como prometió seguirme en la empresa
lo incluí -explica a Gallardo.
-¿Para qué lo
incluyó? -pregunta distraídamente Gallardo, más preocupado por dejar a Viera en
la reunión y poder irse con su mujer,
Camila Barbosa, que lo está esperando, que por las intrigas políticas.
-Así logré
conciliar el menor detrimento del vecindario -responde Viera obsesionado.
-Pero, ¿por qué lo
nombró Comandante? –insiste Gallardo, con un poco más de énfasis, mientras
apura el paso.
-Concebí que sería
útil un parlamentario en cuyo método y circunstancias tenía poca inteligencia.
Lo llamé a la mañana siguiente y expuse mi pensamiento y en virtud de acceder a
mi proposición, consulté la voluntad de las gentes, que no solamente dieron su
común consentimiento, sino que con voces demostraron su contento.
Apenas llegan,
Gallardo se despide. Atardece y otras son sus inquietudes. Es de noche cuando
comienza la reunión. Por muchas razones el ambiente está caldeado. Ni bien inicia
el encuentro, Viera delante de todos exige ofuscado a Ramón Fernández la
respuesta al oficio enviado a Buenos Aires.
-Devuélvame la
contestación del parlamento.
-No sé cómo pero
se perdió -responde el militar.
-¿Cómo en mi
ausencia ha podido apersonarse ante el gobierno aparentando lo que no ha hecho,
siendo usted un prisionero mío, siendo que por un efecto de consideración le
dejé de comandante de este destino?
-No hay tal cosa...
-contesta incómodo Fernández.
Uno de los
presentes murmura a otro, que no entiende lo que está sucediendo:
-Viera le hace la
reconvención a Fernández, porque cuando no estaba por haber ido a tomar el
pueblo de Santo Domingo, dio parte a la Junta de Buenos Aires, que solo, con su
partida de Blandengues y algunos paisanos que reunió, pudo sujetar Mercedes
-¿Y para qué
quiere Viera la contestación del parlamento?
-Parece que la
respuesta incluye el parte que mandó Fernández. Pero…, mire que yo no lo he
visto… -se cubre por las dudas el confidente.
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