(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)
Por falta de
dinero e influencias, desde muy joven, Venancio Benavides, al igual que muchos
otros, debió enfrentar una vida libre y errática que lo empujó al delito y a las
cárceles españolas, de donde salió indultado junto con otros sesenta y ocho
detenidos, para integrarse a un batallón de voluntarios creado para combatir a
las escuadras británicas que invadían la región. De aquello hacía apenas cinco
años.
Los avatares lo
convirtieron en un hombre decidido, diestro en las faenas camperas y con don de
mando, que ahora opera como Cabo de Milicias en la Guarnición de Soriano, su
lugar de nacimiento. Pedro Viera lo cruza cuando recorre los pagos, citando a
los jefes de División. Y es así que, teniendo como único testigo a la ardiente
naturaleza, los dos hombres se avienen mutuamente a una fisgona averiguación.
-¿Adonde va? -tantea
Viera, luego de los saludos de circunstancia, mientras cauteloso acerca su mano
al cinto.
-¡A la Capilla! -responde,
Benavides, sin rodeos.
Cruzan sus
miradas. Una sonrisa pinta la cara del portugués, que se anima…
-Entonces somos
amigos. No vaya. Voy a atacar al pueblo. Si quiere lo llevo de segundo.
Y es así que
Benavides, una vez más, inicia una nueva peripecia en su ya ajetreada
existencia.
***
Hace tres días que
los militares ocupan las calles. Es la hora de la misa mayor, la que congrega
mayor cantidad de fieles. En la plaza que rodea a la Iglesia hay mucho
movimiento. Provocativo, desafiante, un militar español, con voz estentórea lee
en voz alta la declaración de guerra de Montevideo a Buenos Aires. Sus palabras
invaden la bien construida Capilla y llegan hasta el dorado altar de madera, presidido
por la Virgen de Mercedes. En los últimos tiempos, en aquel lugar de culto,
predicaron con encendidas palabras el necesario cambio social, Manuel Antonio
Fernández y Fray Francisco de Somallera. Aquellos curas supieron orientar a los
vecinos, aclarar sus ideas y por sobre todo los acompañaron, tranquilizándolos,
durante de la tensa espera.
La lectura alimenta
el malestar entre los que escuchan. Para solventar la campaña militar contra
Buenos Aires, Elío anuncia la regularización de títulos de propiedad para
cobrar contribución, aplica impuestos a las importaciones de cuero y tabaco,
entre otras mercancías, solamente permite comerciar con buques autorizados e impone
préstamos forzosos a comerciantes, propietarios y hacendados.
Inconscientes, los
españoles aplauden a rabiar, una vez termina de leerse la declaración,
enervando los ánimos de los criollos.
-¡Viva
Montevideo!-gritan unos, mientras tiran los sombreros al aire.
-¡Muera la inicua
Junta de Buenos Aires! -responden otros.
No del todo
contentos, algunos agregan:
-¡Muera la
monstruosa Junta de Buenos Aires…!
Y otros aclaran…
-¡De Buenos Aires
y de todos sus aliados…!
Los vivas y mueras
irritan aún más, si es que es posible, a la población. En la Plaza los vecinos
miran con odio. Pronto sabrán los españoles que ya no podrán continuar haciendo
lo que se les antoja, porque los vecinos tampoco están dispuestos a continuar
viviendo como hasta el momento. La provocación española corre como reguero en
toda la región. Enterado Viera responde a Jacinto Gallardo y a los que lo
acompañan, que lo conminan a actuar:
-En
Mercedes ha crecido un número de hombres alucinados, llenos de error y
perturbadores del común sosiego....
La
suerte está echada e inmediatamente informa a Correa:
-Ya
no me es posible, de ningún modo, contener a la gente y a fin de evitar algún
desorden que cause muchos males o daños, he determinado aproximarme esta noche
a ese pueblo y atacarlo mañana, lo que aviso a usted para que lo haga entender
a todos los partidarios nuestros que usted tenga…
***
Festejando la declaración
de guerra, los españoles improvisan una fiesta, adonde vociferan sobre aparentes
hechos monstruosos que involucran a Buenos Aires. La provocación es permanente.
-Es público que
los más acérrimos, formaron una Junta o Sinagoga, a la que son muy contados los
que no asisten, unos para dar detalles de cómo destruir a la Junta, otros para
vituperar al Presidente o a sus vocales -le comenta Jacinto Gallardo, exaltado,
a Correa.
-No hay otro
objeto que trastornar nuestros ánimos -advierte Correa, sobre la peligrosa
provocación.
Lo que no miden
los españoles, es que, como si se tratara de un enorme engranaje, lentamente y
entre crujidos, la desobediencia ha comenzado a andar. La alimentan años de
odios contenidos y de sueños frustrados. En los hogares la espera acaba, las
parejas se estrechan en un abrazo, los ojos de las madres se cubren de lágrimas
por la incertidumbre de lo que pueda ocurrir a sus hijos. Pero en el fondo hay
alivio. Viera está en el sudeste de Mercedes, en Coquimbo, cuando el chasque
irrumpe como un viento fresco. El portugués lee el mensaje y mira a sus jefes.
-La Junta de
Buenos Aires declaró la guerra al Virrey Elío.
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