lunes

RICARDO AROCENA - EL GRITO / VERSIÓN COMPLETA Y DEFINITIVA (4)


(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)

Por falta de dinero e influencias, desde muy joven, Venancio Benavides, al igual que muchos otros, debió enfrentar una vida libre y errática que lo empujó al delito y a las cárceles españolas, de donde salió indultado junto con otros sesenta y ocho detenidos, para integrarse a un batallón de voluntarios creado para combatir a las escuadras británicas que invadían la región. De aquello hacía apenas cinco años.

Los avatares lo convirtieron en un hombre decidido, diestro en las faenas camperas y con don de mando, que ahora opera como Cabo de Milicias en la Guarnición de Soriano, su lugar de nacimiento. Pedro Viera lo cruza cuando recorre los pagos, citando a los jefes de División. Y es así que, teniendo como único testigo a la ardiente naturaleza, los dos hombres se avienen mutuamente a una fisgona averiguación.

-¿Adonde va? -tantea Viera, luego de los saludos de circunstancia, mientras cauteloso acerca su mano al cinto.

-¡A la Capilla! -responde, Benavides, sin rodeos.

Cruzan sus miradas. Una sonrisa pinta la cara del portugués, que se anima…

-Entonces somos amigos. No vaya. Voy a atacar al pueblo. Si quiere lo llevo de segundo.

Y es así que Benavides, una vez más, inicia una nueva peripecia en su ya ajetreada existencia.

***

Hace tres días que los militares ocupan las calles. Es la hora de la misa mayor, la que congrega mayor cantidad de fieles. En la plaza que rodea a la Iglesia hay mucho movimiento. Provocativo, desafiante, un militar español, con voz estentórea lee en voz alta la declaración de guerra de Montevideo a Buenos Aires. Sus palabras invaden la bien construida Capilla y llegan hasta el dorado altar de madera, presidido por la Virgen de Mercedes. En los últimos tiempos, en aquel lugar de culto, predicaron con encendidas palabras el necesario cambio social, Manuel Antonio Fernández y Fray Francisco de Somallera. Aquellos curas supieron orientar a los vecinos, aclarar sus ideas y por sobre todo los acompañaron, tranquilizándolos, durante de la tensa espera.

La lectura alimenta el malestar entre los que escuchan. Para solventar la campaña militar contra Buenos Aires, Elío anuncia la regularización de títulos de propiedad para cobrar contribución, aplica impuestos a las importaciones de cuero y tabaco, entre otras mercancías, solamente permite comerciar con buques autorizados e impone préstamos forzosos a comerciantes, propietarios y hacendados.

Inconscientes, los españoles aplauden a rabiar, una vez termina de leerse la declaración, enervando los ánimos de los criollos.

-¡Viva Montevideo!-gritan unos, mientras tiran los sombreros al aire.

-¡Muera la inicua Junta de Buenos Aires! -responden otros.

No del todo contentos, algunos agregan:

-¡Muera la monstruosa Junta de Buenos Aires…!

Y otros aclaran…

-¡De Buenos Aires y de todos sus aliados…!

Los vivas y mueras irritan aún más, si es que es posible, a la población. En la Plaza los vecinos miran con odio. Pronto sabrán los españoles que ya no podrán continuar haciendo lo que se les antoja, porque los vecinos tampoco están dispuestos a continuar viviendo como hasta el momento. La provocación española corre como reguero en toda la región. Enterado Viera responde a Jacinto Gallardo y a los que lo acompañan, que lo conminan a actuar:

-En Mercedes ha crecido un número de hombres alucinados, llenos de error y perturbadores del común sosiego....

La suerte está echada e inmediatamente informa a Correa:

-Ya no me es posible, de ningún modo, contener a la gente y a fin de evitar algún desorden que cause muchos males o daños, he determinado aproximarme esta noche a ese pueblo y atacarlo mañana, lo que aviso a usted para que lo haga entender a todos los partidarios nuestros que usted tenga…

***

Festejando la declaración de guerra, los españoles improvisan una fiesta, adonde vociferan sobre aparentes hechos monstruosos que involucran a Buenos Aires. La provocación es permanente.

-Es público que los más acérrimos, formaron una Junta o Sinagoga, a la que son muy contados los que no asisten, unos para dar detalles de cómo destruir a la Junta, otros para vituperar al Presidente o a sus vocales -le comenta Jacinto Gallardo, exaltado, a Correa.

-No hay otro objeto que trastornar nuestros ánimos -advierte Correa, sobre la peligrosa provocación.

Lo que no miden los españoles, es que, como si se tratara de un enorme engranaje, lentamente y entre crujidos, la desobediencia ha comenzado a andar. La alimentan años de odios contenidos y de sueños frustrados. En los hogares la espera acaba, las parejas se estrechan en un abrazo, los ojos de las madres se cubren de lágrimas por la incertidumbre de lo que pueda ocurrir a sus hijos. Pero en el fondo hay alivio. Viera está en el sudeste de Mercedes, en Coquimbo, cuando el chasque irrumpe como un viento fresco. El portugués lee el mensaje y mira a sus jefes.

-La Junta de Buenos Aires declaró la guerra al Virrey Elío.

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