por
Kirmen Uribe
El
MoMA neoyorquino despliega 60 obras del artista creadas entre 1920 y 1950
En la muestra que
el MoMA neoyorquino dedica al artista catalán Joan Miró, un chaval, cogido de
la mano de su madre, contempla El nacimiento del mundo y
le pregunta a ella: “¿Dónde está el niño?”. “El niño era Miró”, le
responde. Joan Miró: Birth of The World, hasta el 15
de junio, es la cuarta exposición monográfica que ofrece este museo al pintor
nacido en Barcelona en 1893 y que falleció en Palma de Mallorca en 1983. Hubo
una primera, muy temprana, en 1941, a las que siguieron otras en 1959 y 1993.
Esa monumental El nacimiento del mundo (1925) es
la obra que da título a la exposición y todas las demás piezas giran en torno a
ella. Son más de 60, compuestas entre 1920 y 1950.
André Bretón, poeta
surrealista, fue quien animó a Miró a que pintara aquel gran lienzo. Luego se
la compró. Bretón ya seguía la pista de Miró desde que se quedó prendado de su
pintura Paisaje catalán (1923-1924) y le animó a que
compusiera una obra de mayor tamaño que ahondara en la misma línea creativa.
Miró admiraba la poesía desde su adolescencia y más de una vez dijo que había
aprendido mucho de los poetas. Aprendió a pintar leyendo, llevaba la poesía al
lienzo, la sintaxis rota de las vanguardias poéticas reaparecía hecha pintura
en sus obras. Miró confesó que intentó “aplicar colores como palabras que
forman poemas, como notas que forman música”. Paisaje catalán, presente
en la muestra, anticipaba el sentido de la nueva estética que Miró trajo al
mundo del arte. Aunque el cuadro se titule así, el paisaje que se muestra no es
un paisaje al uso, no hay nada que recuerde a la naturaleza, es un paisaje
visto con la mirada interior. Miró se había liberado de lo visible. Aun sin ser
figurativa, la pintura, según él “habla más de Montroig que cualquier obra
paisajística”.
La muestra del MoMA
está organizada de manera cronológica y recoge tanto los años anteriores como
los posteriores a El nacimiento del mundo, su
evolución desde que vivía en Barcelona hasta el mural que pintó para la Universidad
de Harvard en 1951, una obra hecha en su madurez, y en la que su estilo es ya
definido y reconocible. La exposición se detiene en el proceso de creación de
Miró, en la relación que tenía con la poesía mostrando obras en diferentes
formatos que van “más allá de la pintura”, en su compromiso con la libertad y
con los derechos humanos y en sus sueños.
Poesía y naturalezas muertas
Abre la exposición
el retrato que hizo a su amigo Cristòfor Ricart (1917). Lo dibujó de manera
expresionista sobre una pared amarilla y una pintura tradicional japonesa. La
siguen varias naturalezas muertas, también de la misma etapa. Son unos
bodegones vanguardistas con objetos suspendidos en el espacio. En una de las
naturalezas muertas aparece la palabra “Lejo(s)”. Porque lejos estaba París de
su tierra natal en aquellos primeros años. Quien quería ser “catalán
internacional” consiguió mudarse a París en los primeros años veinte. La
ciudad, y los artistas y poetas que conoció allí, cambiaron para siempre su
forma de pintar. Aunque no porque quisiera copiar lo que hacían los pintores de
moda. No, simplemente París le dio la confianza para mirarse dentro de sí, y
así encontrar un estilo propio.
Hirondelle Amour (1933-1934)
es un buen ejemplo de aquella búsqueda. Miró simuló el dibujo del vuelo de las
golondrinas, y de ese rápido movimiento surgen formas que recuerdan a personas.
Lo más llamativo es que cuando los cuerpos de diferentes personas se cruzan,
adquieren otro color. El color surge del contacto.
La tensión política
y el miedo al totalitarismo crearon el Cantante de ópera (1934),
donde la “agresividad” se retrata “a través del color”. Es una cantante con la
boca exageradamente abierta y con el sexo hiperbolizado. Nos avisa de algo. De
la guerra que vendrá. La Guerra Civil está muy presente en la muestra. Ya en su
exilio, Miró compuso en el estudio de Louis Marcussis la serie de ocho
aguafuertes, Negro y Rojo (1938). Son obras
pequeñas, urgentes, hechas con material barato. En Naturaleza muerta con zapato viejo (1937), un
zapato viejo es pintado de manera psicodélica con colores eléctricos. Pero la
que más desasosiego crea es la serie Cuerda y pueblo,compuesta
de una gruesa soga real que recuerda los ahorcamientos. Tortura, violencia y
represión se dibujan sobre papel marrón.
Y así llegamos a
las obras de la década de los 50. El humor vuelve a aparecer en Retrato de un hombre dentro de un marco del siglo XIX.
Ahí está el Miró travieso que pintarrajea sobre un cuadro academicista de un
señor burgués. El impresionante mural de Harvard nos retrotrae al Miró más
reconocible, aquel “que pintaba como un niño”. Aquella madre tenía razón, el
niño era Miró. El autorretrato que se expone al final de la muestra lo deja
claro. Es un señor con ojos de niño que imagina estrellas, planetas, otras
formas de soñar el mundo.
CERRADO PARA PENSAR
El MoMA cerrará sus
puertas en junio y llevará a cabo un profundo proceso de reflexión sobre la
colección y la manera de mostrarla al público. Se trata de hacer una nueva
lectura de la historia de arte, modificando los cánones y recuperando obras de
artistas excluidos, la mayoría mujeres, autores de minorías o de procedencia
geográfica periférica. El remozado museo volverá a abrir sus puertas en octubre
de 2019 con un tercio más de espacio expositivo.
(El País / 17-3-2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario