Se conoce bien la
relación del poder en su evolución en la historia, las formas que ha adoptado desde
sus primeras manifestaciones y el posterior desarrollo, complejo y paulatino, a
partir de la modernidad. Tales formas han sido estudiadas en base a múltiples testimonios,
información específica de diferentes órdenes, notarial, jurídica, política,
económica, social, militar, literaria, filológica, filosófica, arquitectónica,
artística. En una famosa investigación, Michel Foucault describe un aspecto
semioculto de esta historia, de enorme y a la vez subterránea gravitación e influencia
en la vida política (Vigilar y castigar,
de 1975, versión española de 1976). Destaca tres grandes períodos
caracterizados por tres clases de procedimientos, métodos o técnicas de control
sobre las conductas que atentan contra las normas de convivencia.
Fueron aplicándose
en el correr de una prolongada y sutil transición que va desde el tormento, pasa
por el castigo y la disciplina como bases para el control de los individuos en
su vida privada, y llega a la homogeneización de la pena cuando se generaliza y
perfecciona el régimen de prisión y se introducen planes correctivos. En esto
no hay más que advertir un importante aspecto de la historia del poder, puesto
que las diversas modalidades de estas formas punitivas se fundan en el
principio de autoridad, imprescindible instrumento político para la organización
social. Afirma Foucault que hubo “todo un descubrimiento del cuerpo como objeto
y blanco del poder”; el cuerpo “que se manipula, al que se da forma,
que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se
multiplican”.
En definitiva, un
cuerpo dócil que puede ser sometido, utilizado, transformado y perfeccionado, y
que representa la respuesta a “un conjunto de reglamentos militares, escolares,
hospitalarios” y de “procedimientos empíricos y reflexivos” que controlan o corrigen
sus operaciones. En el transcurso de los siglos XVII y XVIII se convirtieron en
“fórmulas generales de dominación” que se diferenciaron de todo lo conocido
hasta entonces. La esclavitud se apropiaba de los cuerpos, la servidumbre
respondía masivamente a los caprichos del amo, el señor se apropiaba más del
trabajo del vasallo que de su cuerpo, el ascetismo y las disciplinas monásticas
se ajustaban al propio dominio del cuerpo y no a la utilidad. Las nuevas
técnicas, en cambio, buscan sutil y calculadamente hacer del cuerpo algo dócil,
ejercitado para ser útil. Se comprobó que el perfeccionamiento de las aptitudes
del cuerpo logra acrecentar el poder de dominación sobre él y afirmar el
principio de autoridad; una perfecta “anatomía política” o “mecánica del
poder”.
Es claro que las técnicas
disciplinarias no son las únicas destinadas a facilitar la autoridad y el dominio
sobre las personas, pero se infiltran entre las otras “ligándolas entre sí,
prolongándolas y sobre todo permitiendo conducir los efectos del poder hasta los
elementos más sutiles y lejanos”. Las grandes estructuras jurídicas y políticas
no gobiernan estas modalidades más humildes y técnicas ni se prolongan en ellas,
pero tampoco son del todo independientes. Se aprovechan de su rasgo novedoso en
lo que tiene que ver con una inferencia sencilla y fundante de la sociedad
económica que sobreviene: “formación del
saber y aumento de poder se refuerzan regularmente según un proceso circular”.
A partir de esta conclusión se marcha hacia la aparición de la medicina
clínica, la psiquiatría, la psicología del niño, la psicopedagogía, la
racionalización del trabajo, en fin, las tecnologías agronómicas, industriales
y económicas. Poder y conocimiento se juntan acrecentándose mutuamente. En este
punto abandonamos a Foucault, no sin antes meditar suficientemente en la
sociedad disciplinaria que permanece hasta hoy, supuestamente.
Pero, ¿qué hay tras
todo esto, luego de que la sociedad, los hábitos de los individuos, los lazos
que reinan entre ellos, los movimientos y tendencias de la sociedad globalizada
han cambiado tanto? En el ámbito de la sociedad civil, ¿en dónde está hoy la anatomía política de Foucault? Se
advierte quizá cierta degradación del disciplinamiento y se puede preguntar si
todavía queda un resto. Nada ha cambiado en lo que se refiere a las técnicas,
como las llama Foucault; pero es bastante claro que se han modificado, por no
decir transformado. Quizá se han degradado, si cabe el término, y es abundante la
cantidad de razones y grande el peso de las experiencias vividas que lo
justificarían.
El concepto de
disciplina no es el mismo y se podría decir, después de un breve examen, que la
medida de su cuestionamiento es directamente proporcional a la desobediencia.
El desdén por toda norma parece estar en el origen y en la diseminación y
generalización de la indisciplina, o del rechazo de la disciplina necesaria. La
sociedad disciplinada se ha prolongado en la disgregación y el reclamo y, por
su parte, el cuerpo dócil se ha infatuado sin concretamente rebelarse, se ha
sacudido y erguido descontroladamente amparado por el articulado benigno de los
códigos y reglamentos.
Es una
transformación paulatina y casi imperceptible que sólo se evidencia en los resultados
estadísticos, el aumento de esto y aquello, la comparación del registro
anterior y el actual, los índices de desarraigo, escolaridad, enfermedades, desempleo,
delitos, suicidios y muertes. Asoma también por las señales directamente observables
en la cartografía lívida de los asentamientos y en la triste arquitectura de
los suburbios y pueblitos. Otros signos delatores: deambular callejero, vestido
colorinche, desarticulación del habla, ácidos olores mundanos, cacofonía de la música,
contraseñas todas por las que se entra en pantallas de barullo, vulgaridad,
falta de dirección y escuálido afán de superación por el que sólo se atina a filtrarse
en el sistema. No se trata de ninguna insubordinación, como la que buscaba
contrarrestar la disciplina. Ésta resulta hoy de una decodificación caprichosa
parecida a la del amo y la servidumbre, pero en sentido contrario. Parecida
también a la que el señor imponía a su vasallo y a la del esclavo y el amo,
pero en una especie de subordinación recíproca. Y parecida a la de los monjes,
porque hay un sujeto que se la impone a sí mismo con agrado.
Es claro que el
poder de la anatomía política no
requiere ya de disciplina. ¿Cómo se logra hoy el control y la dominación del
cuerpo? La globalización despliega un método de inducción a distancia por el
cual en forma perfectamente opuesta a la de los procedimientos punitivos logra
con mayor eficiencia el objetivo común: modificar la personalidad. Antes, para
recomponerla a gusto; ahora, para descalabrarla. El cuerpo es el blanco de una
moderna forma de inducir a través de todas las vías comunicacionales de
promoción, alusión, sugerencia y seducción, capaces de inyectar una pócima de relajamiento,
tontería, ocio y esparcimiento exagerados, dirigida especialmente a la
corporeidad de la juventud.
Roma fue, en el
siglo I, la que descubrió la ventaja de esta estrategia para consolidar el
“poder blando”. Distraía al pueblo sojuzgado con juegos y entretenimiento, y se
dice que por ejemplo a los britanos les gustó. Pues, de esta forma se incentiva
la faceta secundaria, opcional y contingente de la vida del ser humano,
desenfocándola de lo que antes la disciplina ayudaba a proporcionarle. No es
sólo juego y no todo debe catalogarse de perjudicial, como las drogas; también se
trata de lo útil y práctico, saludable o amigable: bebidas, modas, tecnología. Pero,
si no hay una conciencia bien formada, poco a poco todo se traduce en un nivel
más hondo, mental, espiritual, cultural, y el sujeto se convierte en una simple
pieza de ajedrez, incluidas las normas que a cada una se le atribuye en el
tablero.
La imposición de la
autoridad y el poder en la posmodernidad ha seguido el camino de la economía y del
comercio y evitado hasta cierto punto la violencia física y la guerra. Ha
cambiado radicalmente el concepto de fuerza física, hoy deportiva más que
productiva y, por tanto, la antigua noción de “cuerpo útil”. El poder que se
ejercía mediante la promoción de la disciplina hoy se ejerce mediante la
promoción de la indisciplina. La máxima de Foucault (formación del saber y aumento de poder se refuerzan regularmente según
un proceso circular) se refiere ahora a un saber más refinado (más vil) que
el de la “anatomía política”: el calabozo para escarmentar y la prisión para corregir
contrastan con la ayuda que recibe el cuerpo para escapar de toda obligación, errar
sin rumbo o esperar por un milagro que lo redima.
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