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JORGE LIBERATI / para elMontevideano - QUÉ FUE DE LA ANATOMÍA POLÍTICA



Se conoce bien la relación del poder en su evolución en la historia, las formas que ha adoptado desde sus primeras manifestaciones y el posterior desarrollo, complejo y paulatino, a partir de la modernidad. Tales formas han sido estudiadas en base a múltiples testimonios, información específica de diferentes órdenes, notarial, jurídica, política, económica, social, militar, literaria, filológica, filosófica, arquitectónica, artística. En una famosa investigación, Michel Foucault describe un aspecto semioculto de esta historia, de enorme y a la vez subterránea gravitación e influencia en la vida política (Vigilar y castigar, de 1975, versión española de 1976). Destaca tres grandes períodos caracterizados por tres clases de procedimientos, métodos o técnicas de control sobre las conductas que atentan contra las normas de convivencia.

Fueron aplicándose en el correr de una prolongada y sutil transición que va desde el tormento, pasa por el castigo y la disciplina como bases para el control de los individuos en su vida privada, y llega a la homogeneización de la pena cuando se generaliza y perfecciona el régimen de prisión y se introducen planes correctivos. En esto no hay más que advertir un importante aspecto de la historia del poder, puesto que las diversas modalidades de estas formas punitivas se fundan en el principio de autoridad, imprescindible instrumento político para la organización social. Afirma Foucault que hubo “todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco del poder”; el cuerpo “que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican”.

En definitiva, un cuerpo dócil que puede ser sometido, utilizado, transformado y perfeccionado, y que representa la respuesta a “un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios” y de “procedimientos empíricos y reflexivos” que controlan o corrigen sus operaciones. En el transcurso de los siglos XVII y XVIII se convirtieron en “fórmulas generales de dominación” que se diferenciaron de todo lo conocido hasta entonces. La esclavitud se apropiaba de los cuerpos, la servidumbre respondía masivamente a los caprichos del amo, el señor se apropiaba más del trabajo del vasallo que de su cuerpo, el ascetismo y las disciplinas monásticas se ajustaban al propio dominio del cuerpo y no a la utilidad. Las nuevas técnicas, en cambio, buscan sutil y calculadamente hacer del cuerpo algo dócil, ejercitado para ser útil. Se comprobó que el perfeccionamiento de las aptitudes del cuerpo logra acrecentar el poder de dominación sobre él y afirmar el principio de autoridad; una perfecta “anatomía política” o “mecánica del poder”.

Es claro que las técnicas disciplinarias no son las únicas destinadas a facilitar la autoridad y el dominio sobre las personas, pero se infiltran entre las otras “ligándolas entre sí, prolongándolas y sobre todo permitiendo conducir los efectos del poder hasta los elementos más sutiles y lejanos”. Las grandes estructuras jurídicas y políticas no gobiernan estas modalidades más humildes y técnicas ni se prolongan en ellas, pero tampoco son del todo independientes. Se aprovechan de su rasgo novedoso en lo que tiene que ver con una inferencia sencilla y fundante de la sociedad económica que sobreviene: “formación del saber y aumento de poder se refuerzan regularmente según un proceso circular”. A partir de esta conclusión se marcha hacia la aparición de la medicina clínica, la psiquiatría, la psicología del niño, la psicopedagogía, la racionalización del trabajo, en fin, las tecnologías agronómicas, industriales y económicas. Poder y conocimiento se juntan acrecentándose mutuamente. En este punto abandonamos a Foucault, no sin antes meditar suficientemente en la sociedad disciplinaria que permanece hasta hoy, supuestamente.

Pero, ¿qué hay tras todo esto, luego de que la sociedad, los hábitos de los individuos, los lazos que reinan entre ellos, los movimientos y tendencias de la sociedad globalizada han cambiado tanto? En el ámbito de la sociedad civil, ¿en dónde está hoy la anatomía política de Foucault? Se advierte quizá cierta degradación del disciplinamiento y se puede preguntar si todavía queda un resto. Nada ha cambiado en lo que se refiere a las técnicas, como las llama Foucault; pero es bastante claro que se han modificado, por no decir transformado. Quizá se han degradado, si cabe el término, y es abundante la cantidad de razones y grande el peso de las experiencias vividas que lo justificarían.

El concepto de disciplina no es el mismo y se podría decir, después de un breve examen, que la medida de su cuestionamiento es directamente proporcional a la desobediencia. El desdén por toda norma parece estar en el origen y en la diseminación y generalización de la indisciplina, o del rechazo de la disciplina necesaria. La sociedad disciplinada se ha prolongado en la disgregación y el reclamo y, por su parte, el cuerpo dócil se ha infatuado sin concretamente rebelarse, se ha sacudido y erguido descontroladamente amparado por el articulado benigno de los códigos y reglamentos.

Es una transformación paulatina y casi imperceptible que sólo se evidencia en los resultados estadísticos, el aumento de esto y aquello, la comparación del registro anterior y el actual, los índices de desarraigo, escolaridad, enfermedades, desempleo, delitos, suicidios y muertes. Asoma también por las señales directamente observables en la cartografía lívida de los asentamientos y en la triste arquitectura de los suburbios y pueblitos. Otros signos delatores: deambular callejero, vestido colorinche, desarticulación del habla, ácidos olores mundanos, cacofonía de la música, contraseñas todas por las que se entra en pantallas de barullo, vulgaridad, falta de dirección y escuálido afán de superación por el que sólo se atina a filtrarse en el sistema. No se trata de ninguna insubordinación, como la que buscaba contrarrestar la disciplina. Ésta resulta hoy de una decodificación caprichosa parecida a la del amo y la servidumbre, pero en sentido contrario. Parecida también a la que el señor imponía a su vasallo y a la del esclavo y el amo, pero en una especie de subordinación recíproca. Y parecida a la de los monjes, porque hay un sujeto que se la impone a sí mismo con agrado.

Es claro que el poder de la anatomía política no requiere ya de disciplina. ¿Cómo se logra hoy el control y la dominación del cuerpo? La globalización despliega un método de inducción a distancia por el cual en forma perfectamente opuesta a la de los procedimientos punitivos logra con mayor eficiencia el objetivo común: modificar la personalidad. Antes, para recomponerla a gusto; ahora, para descalabrarla. El cuerpo es el blanco de una moderna forma de inducir a través de todas las vías comunicacionales de promoción, alusión, sugerencia y seducción, capaces de inyectar una pócima de relajamiento, tontería, ocio y esparcimiento exagerados, dirigida especialmente a la corporeidad de la juventud.

Roma fue, en el siglo I, la que descubrió la ventaja de esta estrategia para consolidar el “poder blando”. Distraía al pueblo sojuzgado con juegos y entretenimiento, y se dice que por ejemplo a los britanos les gustó. Pues, de esta forma se incentiva la faceta secundaria, opcional y contingente de la vida del ser humano, desenfocándola de lo que antes la disciplina ayudaba a proporcionarle. No es sólo juego y no todo debe catalogarse de perjudicial, como las drogas; también se trata de lo útil y práctico, saludable o amigable: bebidas, modas, tecnología. Pero, si no hay una conciencia bien formada, poco a poco todo se traduce en un nivel más hondo, mental, espiritual, cultural, y el sujeto se convierte en una simple pieza de ajedrez, incluidas las normas que a cada una se le atribuye en el tablero.

La imposición de la autoridad y el poder en la posmodernidad ha seguido el camino de la economía y del comercio y evitado hasta cierto punto la violencia física y la guerra. Ha cambiado radicalmente el concepto de fuerza física, hoy deportiva más que productiva y, por tanto, la antigua noción de “cuerpo útil”. El poder que se ejercía mediante la promoción de la disciplina hoy se ejerce mediante la promoción de la indisciplina. La máxima de Foucault (formación del saber y aumento de poder se refuerzan regularmente según un proceso circular) se refiere ahora a un saber más refinado (más vil) que el de la “anatomía política”: el calabozo para escarmentar y la prisión para corregir contrastan con la ayuda que recibe el cuerpo para escapar de toda obligación, errar sin rumbo o esperar por un milagro que lo redima.

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