CÓMO ESCRIBÍ “YIRA… YIRA…”
“Cuando la suerte que es grela
fayando y fayando
te largue parao…
cuando estés bien en la vía,
sin eumbo, desesperao…
Cuando no tengas ni fe,
ni yerba de ayer
secándose al sol
Cuando rajés los tamangos
buscando ese mando
que te haga morfar…”
“Yira… Yira…” surgió, tal vez, como el más espontáneo, como el más mío de
los tangos, aunque durante tres años me estuvo ‘dando vueltas’. Porque sí está
inspirado en un momento de mi vida. Venía yo, en 1927, de una gira en la que
nos había ido muy mal. Y después de trabajos, fatigas, luchas y contratiempos
regresaba a Buenos Aires sin un centavo. Me fui a vivir con mi hermano Armando
a una casita de la calle Laguna. Allí surgió “Yira…. Yira…”, en medio de las
dificultades diarias, del trabajo amargo, de la injusticia, del esfuerzo que no
rinde, de la sensación de que se nublan todos los horizontes, de que están
cerrados todos los caminos. Pero en aquel momento, el tango no salió. No se
produce en medio de un gran dolor, sino con el recuerdo de ese dolor” (8)
“Yira… yira…” nació en la calle. Me la inspiraron las calles de Buenos
Aires, el hombre de Buenos Aires… La soledad internacional del hombre frente a
sus problemas…
Yo viví la letra de esa canción. Más de una vez. La padecí, mejor dicho,
más de una vez. Pero nunca tanto como en la época en que la escribí. Hay un
hambre que es tan grande como el hambre de pan. Y es el hambre de la
injusticia, de la incomprensión. Y la producen siempre las grandes ciudades
donde uno lucha, solo, entre millones de hombres indiferentes al dolor que uno
grita y ellos no oyen. Londres gris, Nueva York gris, Buenos Aires…, todas
deben ser iguales… Y no por crueldad preconcebida sino porque en el fárrago
ruidoso de su destino gigante, los hombres de las grandes ciudades no pueden
detenerse para atender las lágrimas de un desengaño. Las ciudades grandes no
tienen tiempo para mirar el cielo… El hombre de las ciudades se hace cruel.
Caza mariposas de chico. De grande, no. Las pisa… No las ve… No lo conmueven…
Yo no escribí “Yira… yira…” con la mano. La padecí con el cuerpo. Quizás
hoy no la hubiera escrito porque los golpes y los años serenan. Pero entonces
tenía veinte años menos y mil esperanzas más. Tenía un contrato importante con
una casa filmadora que equivocadamente se empeñaba en hacerme hacer cosas que
me desagradaban como artista… Como hombre digno. Y me jugué. Rompí el contrato
y me quedé en la calle. En la más honda de las pobrezas y en la más honrada
soledad…
“Yira… yira…” fue una canción de la calle, nacida en la calle cuando le
mordía el talón a los pasos de los hombres.
Grité el dolor de muchos, no porque el dolor de los demás me haga feliz,
sino porque de esa manera estoy más cerca de ellos. Y traduzco ese silencio de angustia
que adivino. Usé un lenguaje poco académico porque los pueblos son siempre
anteriores a las academias. Los pueblos claman, gritan, ríen y lloran sin
moldes. Y una canción popular debe ser siempre el problema de uno padecido por
muchos…” (9)
Notas
(9) Radio Belgrano, 2 / 10 / 47.
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