lunes

ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO - ESCRITOS INÉDITOS (7)



CÓMO ESCRIBÍ “YIRA… YIRA…”

“Cuando la suerte que es grela
fayando y fayando
te largue parao…
cuando estés bien en la vía,
sin eumbo, desesperao…
Cuando no tengas ni fe,
ni yerba de ayer
secándose al sol
Cuando rajés los tamangos
buscando ese mando
que te haga morfar…”

“Yira… Yira…” surgió, tal vez, como el más espontáneo, como el más mío de los tangos, aunque durante tres años me estuvo ‘dando vueltas’. Porque sí está inspirado en un momento de mi vida. Venía yo, en 1927, de una gira en la que nos había ido muy mal. Y después de trabajos, fatigas, luchas y contratiempos regresaba a Buenos Aires sin un centavo. Me fui a vivir con mi hermano Armando a una casita de la calle Laguna. Allí surgió “Yira…. Yira…”, en medio de las dificultades diarias, del trabajo amargo, de la injusticia, del esfuerzo que no rinde, de la sensación de que se nublan todos los horizontes, de que están cerrados todos los caminos. Pero en aquel momento, el tango no salió. No se produce en medio de un gran dolor, sino con el recuerdo de ese dolor” (8)

“Yira… yira…” nació en la calle. Me la inspiraron las calles de Buenos Aires, el hombre de Buenos Aires… La soledad internacional del hombre frente a sus problemas…

Yo viví la letra de esa canción. Más de una vez. La padecí, mejor dicho, más de una vez. Pero nunca tanto como en la época en que la escribí. Hay un hambre que es tan grande como el hambre de pan. Y es el hambre de la injusticia, de la incomprensión. Y la producen siempre las grandes ciudades donde uno lucha, solo, entre millones de hombres indiferentes al dolor que uno grita y ellos no oyen. Londres gris, Nueva York gris, Buenos Aires…, todas deben ser iguales… Y no por crueldad preconcebida sino porque en el fárrago ruidoso de su destino gigante, los hombres de las grandes ciudades no pueden detenerse para atender las lágrimas de un desengaño. Las ciudades grandes no tienen tiempo para mirar el cielo… El hombre de las ciudades se hace cruel. Caza mariposas de chico. De grande, no. Las pisa… No las ve… No lo conmueven…

Yo no escribí “Yira… yira…” con la mano. La padecí con el cuerpo. Quizás hoy no la hubiera escrito porque los golpes y los años serenan. Pero entonces tenía veinte años menos y mil esperanzas más. Tenía un contrato importante con una casa filmadora que equivocadamente se empeñaba en hacerme hacer cosas que me desagradaban como artista… Como hombre digno. Y me jugué. Rompí el contrato y me quedé en la calle. En la más honda de las pobrezas y en la más honrada soledad…

“Yira… yira…” fue una canción de la calle, nacida en la calle cuando le mordía el talón a los pasos de los hombres.

Grité el dolor de muchos, no porque el dolor de los demás me haga feliz, sino porque de esa manera estoy más cerca de ellos. Y traduzco ese silencio de angustia que adivino. Usé un lenguaje poco académico porque los pueblos son siempre anteriores a las academias. Los pueblos claman, gritan, ríen y lloran sin moldes. Y una canción popular debe ser siempre el problema de uno padecido por muchos…” (9)


Notas

(9) Radio Belgrano, 2 / 10 / 47.

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