3. MAGIA CONTAMINANTE (2)
Otras partes que comúnmente se cree permanecen en simpatética conexión con
el cuerpo después de haber sido separadas físicamente de él, son el cordón
umbilical y las secundinas, incluida la placenta. Tan íntima en verdad se concibe
la unión, que la fortuna de los individuos y su buena o mala suerte en la vida suelen
suponerse ligadas con una u otra de estas porciones de su persona; así que, si
son bien conservados y tratados el cordón umbilical o las secundinas, su suerte
será próspera, pero si se pierden o son maltratados, sufrirá las consecuencias
de ello. En ciertas tribus de la Australia occidental creen que un hombre
nadará bien o mal según que su madre haya arrojado al agua su cordón umbilical
o no. Entre los nativos de la cuenca del río Pennefather, en Queeensland, se
cree que una parte del espíritu del niño (cho-i) se queda en las secundinas.
Esta es la razón por la que la madre coge las secundinas y las entierra lejos,
en arena, y marca el sitio con un número de ramitas que clava en círculo
alrededor, atándolas de modo que formen una estructura cónica. Cuando Anjea, el
ser que hace concebir a las mujeres poniendo niños de barro en sus vientres,
llega y ve el sitio marcado, recoge el espíritu y se lo lleva a alguno de los
escondrijos que tiene, tales como un árbol, un agujero en una roca o en una
charca, donde permanece durante años; en alguna ocasión recogerá allí el
espíritu del mundo. En Ponapé, una de las Islas Carolinas, colocan cordón
umbilical en una concha y después disponen de ello según la ocupación que
elijan sus padres para el niño; por ejemplo, si quieren que sea un buen
trepador, colgarán de un árbol el cordón umbilical. Los isleños de Kei
consideran al cordón umbilical como un hermano o hermana de la criatura, según
el sexo del infante; lo ponen en un cacharro con ceniza y lo colocan entre las
ramas de un árbol para que se mantenga ojo avizor sobre la suerte de su
camarada. Entre los batakos de Sumatra, así como entre muchos otros pueblos del
Archipiélago Índico, se reputa la placenta como el hermano o hermana del niño.
Su sexo depende del de la criatura y lo entierran bajo la casa. Según los
batakos, está ligada con el bienestar del niño y creen que realmente es el
asiento del alma transferible, de lo cual nos ocuparemos más adelante. Los
karo-batakos hasta afirman que el hombre tiene dos almas y que la verdadera es
la que vive en la placenta, bajo la casa, pues es el alma que engendra las
criaturas, según dicen.
Los baganda creen que todos los hombres nacen con un “doble” y a este le
identifican con las secundinas, que consideran como una segunda criatura. La
madre entierra las secundinas al pie de un plátano, que consideran sagrado
hasta que recojan sus frutos, que se sirven en un festín sagrado para la
familia. Entre los cherokees, el cordón umbilical de una niña se entierra bajo
un metate para maíz con objeto de que, cuando crezca, la niña llegue a ser una
buena panadera, pero en cambio el cordón umbilical de un niño se cuelga de un árbol
en la selva, para que sea cazador. Los incas del Perú conservaban los cordones
umbilicales con los mayores cuidados y se los daban a chupar a las criaturas
cuando enfermaban. En el antiguo México acostumbraban dar a los guerreros un
cordón umbilical de niño para que lo enterrasen en el campo de batalla y así el
niño adquiriese pasión por guerrear. En cambio, el cordón umbilical de una niña
lo enterraban junto al hogar doméstico por creer que esto le inspiraría amor al
hogar y gusto en cocinar y hornear.
En Europa mucha gente cree todavía que el destino de la persona está más o
menos ligado con el de su cordón umbilical o secundinas. Así, en la Baviera
renana lo envuelven algún tiempo en un trozo de lino viejo y después lo cortan
o pinchan en trocitos, según que sea de niño o de niña, a fin de que él o ella,
cuando crezcan, sea un habilidoso artesano o una buena costurera. En Berlín la
comadrona suele entregar el cordón umbilical seco al padre recomendándole
estrictamente que lo guarde con sumo cuidado, pues durante tanto tiempo como lo
tenga así guardado, el niño vivirá y estará libre de enfermedades. En Beauce y
Perche, la gente tiene cuidado de no arrojar el cordón umbilical al agua ni al
fuego, pues si así lo hicieran, el niño moriría ahogado o quemado.
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