martes

JAMES GEORGE FRAZER - LA RAMA DORADA (31)


3. MAGIA CONTAMINANTE (2)


Otras partes que comúnmente se cree permanecen en simpatética conexión con el cuerpo después de haber sido separadas físicamente de él, son el cordón umbilical y las secundinas, incluida la placenta. Tan íntima en verdad se concibe la unión, que la fortuna de los individuos y su buena o mala suerte en la vida suelen suponerse ligadas con una u otra de estas porciones de su persona; así que, si son bien conservados y tratados el cordón umbilical o las secundinas, su suerte será próspera, pero si se pierden o son maltratados, sufrirá las consecuencias de ello. En ciertas tribus de la Australia occidental creen que un hombre nadará bien o mal según que su madre haya arrojado al agua su cordón umbilical o no. Entre los nativos de la cuenca del río Pennefather, en Queeensland, se cree que una parte del espíritu del niño (cho-i) se queda en las secundinas. Esta es la razón por la que la madre coge las secundinas y las entierra lejos, en arena, y marca el sitio con un número de ramitas que clava en círculo alrededor, atándolas de modo que formen una estructura cónica. Cuando Anjea, el ser que hace concebir a las mujeres poniendo niños de barro en sus vientres, llega y ve el sitio marcado, recoge el espíritu y se lo lleva a alguno de los escondrijos que tiene, tales como un árbol, un agujero en una roca o en una charca, donde permanece durante años; en alguna ocasión recogerá allí el espíritu del mundo. En Ponapé, una de las Islas Carolinas, colocan cordón umbilical en una concha y después disponen de ello según la ocupación que elijan sus padres para el niño; por ejemplo, si quieren que sea un buen trepador, colgarán de un árbol el cordón umbilical. Los isleños de Kei consideran al cordón umbilical como un hermano o hermana de la criatura, según el sexo del infante; lo ponen en un cacharro con ceniza y lo colocan entre las ramas de un árbol para que se mantenga ojo avizor sobre la suerte de su camarada. Entre los batakos de Sumatra, así como entre muchos otros pueblos del Archipiélago Índico, se reputa la placenta como el hermano o hermana del niño. Su sexo depende del de la criatura y lo entierran bajo la casa. Según los batakos, está ligada con el bienestar del niño y creen que realmente es el asiento del alma transferible, de lo cual nos ocuparemos más adelante. Los karo-batakos hasta afirman que el hombre tiene dos almas y que la verdadera es la que vive en la placenta, bajo la casa, pues es el alma que engendra las criaturas, según dicen.

Los baganda creen que todos los hombres nacen con un “doble” y a este le identifican con las secundinas, que consideran como una segunda criatura. La madre entierra las secundinas al pie de un plátano, que consideran sagrado hasta que recojan sus frutos, que se sirven en un festín sagrado para la familia. Entre los cherokees, el cordón umbilical de una niña se entierra bajo un metate para maíz con objeto de que, cuando crezca, la niña llegue a ser una buena panadera, pero en cambio el cordón umbilical de un niño se cuelga de un árbol en la selva, para que sea cazador. Los incas del Perú conservaban los cordones umbilicales con los mayores cuidados y se los daban a chupar a las criaturas cuando enfermaban. En el antiguo México acostumbraban dar a los guerreros un cordón umbilical de niño para que lo enterrasen en el campo de batalla y así el niño adquiriese pasión por guerrear. En cambio, el cordón umbilical de una niña lo enterraban junto al hogar doméstico por creer que esto le inspiraría amor al hogar y gusto en cocinar y hornear.

En Europa mucha gente cree todavía que el destino de la persona está más o menos ligado con el de su cordón umbilical o secundinas. Así, en la Baviera renana lo envuelven algún tiempo en un trozo de lino viejo y después lo cortan o pinchan en trocitos, según que sea de niño o de niña, a fin de que él o ella, cuando crezcan, sea un habilidoso artesano o una buena costurera. En Berlín la comadrona suele entregar el cordón umbilical seco al padre recomendándole estrictamente que lo guarde con sumo cuidado, pues durante tanto tiempo como lo tenga así guardado, el niño vivirá y estará libre de enfermedades. En Beauce y Perche, la gente tiene cuidado de no arrojar el cordón umbilical al agua ni al fuego, pues si así lo hicieran, el niño moriría ahogado o quemado.

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