lunes

JAMES GEORGE FRAZER - LA RAMA DORADA (30)


3. MAGIA CONTAMINANTE (1)


Hasta ahora hemos tratado principalmente de la rama de la magia simpatética que puede denominarse homeopática o imitativa. Su principio director, como hemos visto, es que “lo semejante produce lo semejante” o, en otras palabras, que el efecto se asemeja a su causa. La otra gran rama de la magia simpatética, que hemos llamado magia contaminante o contagiosa, procede de la noción de que las cosas que alguna vez estuvieron juntas quedan después, aun cuando se las separe, en tal relación simpatética que todo lo que se haga a una de ellas producirá parecidos efectos en la otra. Así, vemos que la base lógica de la magia contaminante, parecida a la de la homeopática, es una errónea asociación de ideas. Su base física, si podemos hablar así, semejante a la base física de la magia homeopática, es un intermedio material de cierta clase que, a semejanza del éter de la física moderna, se supone que une los objetos distantes y conduce las impresiones del uno al otro. El ejemplo más familiar de magia contaminante es la simpatía mágica que se cree existe entre una persona y las partes separadas de ella, tales como el pelo, los recortes de uñas, etc.; así que siempre que se llegue a conseguir pelo humano o uñas, se podrá actuar a cualquier distancia sobre la persona de quien proceden. Esta superstición es universal; después daremos en esta obra ejemplos relativos al pelo y las uñas.

Entre las tribus australianas fue práctica general arrancar uno o varios de los dientes frontales de los muchachos en esas ceremonias de iniciación a las que tenían que someterse los mozos para poder gozar de todos los privilegios y derechos de los adultos. La razón de esta práctica es oscura; lo que aquí nos importa es la creencia en que existe una relación simpatética que continúa entre el muchacho y sus dientes, después de haber sido extraídos estos de sus encías. Así, entre algunas de las tribus cercanas al río Darling, en Nueva Gales del Sur, colocaban el diente extraído bajo la corteza de un árbol cercano a un río o charco permanente o manantial; si la corteza crecía sobre el diente o si el diente caía en el agua todo iba bien, pero si quedaba al aire y las hormigas corrían sobre él, los nativos creían que el muchacho padecería alguna enfermedad de la boca. Entre los murring y otras tribus de Nueva Gales del Sur, el diente extraído se guardaba bajo la custodia de un viejo y después iba pasando sucesivamente de mano en mano entre los jefes hasta dar la vuelta a toda la comunidad, terminando en el padre del mancebo y por último en el propio mancebo; sin embargo, cuando el diente iba pasando de mano en mano, deberían cuidar de no depositarlo en ningún saco que contuviera sustancias mágicas, pues hacerlo así pondría en grave peligro al diente. El finado Dr. Howitt actuó en cierta ocasión como custodio de los dientes extraídos a los novicios en una ceremonia de iniciación, y los ancianos se apresuraron a advertirle que no los pusiera en un saco donde ellos sabían que guardaba unos cristales de cuarzo. Le dijeron que si lo hacía, la magia de los cristales pasaría a los dientes y así dañaría a los muchachos. Cerca de un año después de volver el Dr. Howitt de la ceremonia, le visitó uno de los principales jefes de la tribu murring, que había viajado doscientas cincuenta millas desde su casa para llevarse los dientes. Le explicó al doctor que le enviaban a recogerlos porque había caído enfermo uno de los muchachos y se creía que sus dientes habían sufrido algún daño que afectaba al mozo. Se le aseguró que los dientes habían sido guardados en una caja alejada de cualquier sustancia, como los cristales de cuarzo, que pudiera influir en ellos, y él regresó a su hogar llevándose los dientes cuidadosamente envueltos y escondidos.

Los basutos evitan cuidadosamente que los dientes extraídos caigan en las manos de algunos seres míticos que rondan las sepulturas y que pueden hacer daño a los propietarios de los dientes haciendo magia con ellos. En Sussex, hace unos cincuenta años, una criada se opuso con energía a que se tirara un diente de leche de un niño, asegurando que podía encontrarlo algún animal que lo royera y en ese caso, el diente nuevo sería exactamente como los del animal que mordiera el diente de leche. Para probar su afirmación se refirió al viejo señor Simmons, que tenía un diente enorme y largo en su maxilar superior, defecto personal que siempre se achacó a su madre, la que por inadvertencia tiró un diente de leche de aquel en una pocilga. Semejante creencia ha conducido a prácticas tendientes, sobre el principio de la magia homeopática, a reemplazar los dientes viejos por otros mejores. Así, en muchas partes del mundo es costumbre colocar los dientes extraídos en algún lugar donde fácilmente puedan ser hallados por un ratón o rata, en la esperanza de que por intermedio de la simpatía que sigue existiendo entre el diente y su anterior propietario, sus otros dientes adquirirán la firmeza y excelencia de los dientes de dichos roedores. Por ejemplo, en Alemania es casi una máxima universal entre las gentes que se debe colocar en la cueva de un roedor el diente extraído. Haciéndolo así con los dientes de leche, se evitará que el niño padezca dolores de dientes; también hay que colocarse ante la chimenea del hogar y arrojar hacia atrás el diente diciendo: “Ratón, deme su diente de hierro, yo le daré el mío de hueso”. Hecho esto, sus demás dientes permanecerán sólidos. Muy lejos de Europa, en Raratonga, en el Pacífico, cuando se extraía un diente a un niño, se solía recitar la siguiente oración:

Gran rata, pequeña rata, aquí
está mi viejo diente; os ruego
me deis otro nuevo.

Después arrojaban el diente por sobre las bardas de la casa, porque las ratas hacen sus nidos en las bardas viejas. La razón asignada para invocar a las ratas en estas ocasiones era que, según los nativos, los dientes de rata son los más fuertes que se conocen.

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