3. MAGIA CONTAMINANTE (1)
Hasta ahora hemos tratado principalmente de la rama de la magia simpatética
que puede denominarse homeopática o imitativa. Su principio director, como
hemos visto, es que “lo semejante produce lo semejante” o, en otras palabras,
que el efecto se asemeja a su causa. La otra gran rama de la magia simpatética,
que hemos llamado magia contaminante o contagiosa, procede de la noción de que
las cosas que alguna vez estuvieron juntas quedan después, aun cuando se las
separe, en tal relación simpatética que todo lo que se haga a una de ellas producirá
parecidos efectos en la otra. Así, vemos que la base lógica de la magia
contaminante, parecida a la de la homeopática, es una errónea asociación de
ideas. Su base física, si podemos hablar así, semejante a la base física de la
magia homeopática, es un intermedio material de cierta clase que, a semejanza
del éter de la física moderna, se supone que une los objetos distantes y
conduce las impresiones del uno al otro. El ejemplo más familiar de magia
contaminante es la simpatía mágica que se cree existe entre una persona y las
partes separadas de ella, tales como el pelo, los recortes de uñas, etc.; así
que siempre que se llegue a conseguir pelo humano o uñas, se podrá actuar a
cualquier distancia sobre la persona de quien proceden. Esta superstición es
universal; después daremos en esta obra ejemplos relativos al pelo y las uñas.
Entre las tribus australianas fue práctica general arrancar uno o varios de
los dientes frontales de los muchachos en esas ceremonias de iniciación a las
que tenían que someterse los mozos para poder gozar de todos los privilegios y
derechos de los adultos. La razón de esta práctica es oscura; lo que aquí nos
importa es la creencia en que existe una relación simpatética que continúa
entre el muchacho y sus dientes, después de haber sido extraídos estos de sus
encías. Así, entre algunas de las tribus cercanas al río Darling, en Nueva
Gales del Sur, colocaban el diente extraído bajo la corteza de un árbol cercano
a un río o charco permanente o manantial; si la corteza crecía sobre el diente
o si el diente caía en el agua todo iba bien, pero si quedaba al aire y las
hormigas corrían sobre él, los nativos creían que el muchacho padecería alguna
enfermedad de la boca. Entre los murring y otras tribus de Nueva Gales del Sur,
el diente extraído se guardaba bajo la custodia de un viejo y después iba
pasando sucesivamente de mano en mano entre los jefes hasta dar la vuelta a
toda la comunidad, terminando en el padre del mancebo y por último en el propio
mancebo; sin embargo, cuando el diente iba pasando de mano en mano, deberían
cuidar de no depositarlo en ningún saco que contuviera sustancias mágicas, pues
hacerlo así pondría en grave peligro al diente. El finado Dr. Howitt actuó en
cierta ocasión como custodio de los dientes extraídos a los novicios en una
ceremonia de iniciación, y los ancianos se apresuraron a advertirle que no los
pusiera en un saco donde ellos sabían que guardaba unos cristales de cuarzo. Le
dijeron que si lo hacía, la magia de los cristales pasaría a los dientes y así
dañaría a los muchachos. Cerca de un año después de volver el Dr. Howitt de la
ceremonia, le visitó uno de los principales jefes de la tribu murring, que
había viajado doscientas cincuenta millas desde su casa para llevarse los
dientes. Le explicó al doctor que le enviaban a recogerlos porque había caído
enfermo uno de los muchachos y se creía que sus dientes habían sufrido algún
daño que afectaba al mozo. Se le aseguró que los dientes habían sido guardados
en una caja alejada de cualquier sustancia, como los cristales de cuarzo, que
pudiera influir en ellos, y él regresó a su hogar llevándose los dientes
cuidadosamente envueltos y escondidos.
Los basutos evitan cuidadosamente que los dientes extraídos caigan en las
manos de algunos seres míticos que rondan las sepulturas y que pueden hacer
daño a los propietarios de los dientes haciendo magia con ellos. En Sussex,
hace unos cincuenta años, una criada se opuso con energía a que se tirara un
diente de leche de un niño, asegurando que podía encontrarlo algún animal que
lo royera y en ese caso, el diente nuevo sería exactamente como los del animal
que mordiera el diente de leche. Para probar su afirmación se refirió al viejo
señor Simmons, que tenía un diente enorme y largo en su maxilar superior,
defecto personal que siempre se achacó a su madre, la que por inadvertencia
tiró un diente de leche de aquel en una pocilga. Semejante creencia ha
conducido a prácticas tendientes, sobre el principio de la magia homeopática, a
reemplazar los dientes viejos por otros mejores. Así, en muchas partes del
mundo es costumbre colocar los dientes extraídos en algún lugar donde
fácilmente puedan ser hallados por un ratón o rata, en la esperanza de que por
intermedio de la simpatía que sigue existiendo entre el diente y su anterior propietario,
sus otros dientes adquirirán la firmeza y excelencia de los dientes de dichos
roedores. Por ejemplo, en Alemania es casi una máxima universal entre las
gentes que se debe colocar en la cueva de un roedor el diente extraído.
Haciéndolo así con los dientes de leche, se evitará que el niño padezca dolores
de dientes; también hay que colocarse ante la chimenea del hogar y arrojar
hacia atrás el diente diciendo: “Ratón, deme su diente de hierro, yo le daré el
mío de hueso”. Hecho esto, sus demás dientes permanecerán sólidos. Muy lejos de
Europa, en Raratonga, en el Pacífico, cuando se extraía un diente a un niño, se
solía recitar la siguiente oración:
Gran rata, pequeña rata, aquí
está mi viejo diente; os ruego
me deis otro nuevo.
Después arrojaban el diente por sobre las bardas de la casa, porque las
ratas hacen sus nidos en las bardas viejas. La razón asignada para invocar a
las ratas en estas ocasiones era que, según los nativos, los dientes de rata
son los más fuertes que se conocen.
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