2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (19)
Otra aplicación de la máxima de que “lo semejante produce lo semejante” se
observa en la creencia china de que la suerte de una ciudad está profundamente
influida por su forma, que variará según el carácter de la cosa que sea más
parecida a su figura. Así, se cuenta que hace muchos años la ciudad de
Tsuen-cheu-fu, cuya configuración se asemejaba a la de una carpa,
frecuentemente servía de presa a las depredaciones de la vecina ciudad de
Yung-chun, cuya forma se parecía a la red de un pescador, hasta que los
habitantes de la ciudad víctima concibieron el plan de erigir en su centro dos
altas pagodas. Estas pagodas, que todavía se elevan sobre la ciudad de
Tsuen-cheu-fu, han ejercido desde entonces la más feliz influencia sobre sus
destinos al interceptar la red imaginaria antes de que pudiera caer y enredar
en sus mallas a la imaginaria carpa. Hace unos cuarenta años, los sabios de
Shangai estuvieron muy preocupados con el descubrimiento de la causa de una
rebelión local. Una investigación cuidadosa les dio la certeza de que la
rebelión se debía a la forma de un nuevo gran templo que había sido construido
dándole por desgracia la forma de una tortuga, animal del más perverso
carácter. La dificultad era seria y el peligro arreciaba; derribar el templo
hubiera sido impío y dejarlo como estaba era invitar a una serie de desastres
parecidos y aun peores. Sin embargo, el genio de los profesores de geometría de
la localidad, a tono con las circunstancias, superó la dificultad triunfalmente
y apartó el peligro. Para ello cegaron dos pozos que representaban los ojos de
la tortuga, incapacitando al mal afamado animal para causar nuevos males.
En ocasiones, la magia homeopática o imitativa sirve para anular un mal
agüero, realizándolo en farsa. El efecto es eludir el destino sustituyendo la
calamidad verdadera por otra fingida. En Madagascar este modo de chasquear a
los hados está encuadrado en un sistema regular. Aquí la fortuna de cada hombre
se determina por el día y la hora de su nacimiento y si sucede que el hado es
desafortunado, la fatalidad acontecerá, a menos que su desgraciado sino pueda
ser extraído, como dicen, por medio de un sustituto. El procedimiento de
extracción del mal es variado. Por ejemplo, si el hombre ha nacido en el día
primero del segundo mes, su casa se incendiará cuando él llegue a la mayoría de
edad. Con objeto de adelantarse y evitar esa catástrofe, los parientes de la
criatura construyen en el campo o en el corral un cobertizo y tingladillo y le
prenden fuego. Para que la ceremonia tenga absoluta efectividad, se coloca a su
madre y al niño en el cobertizo y se les saca tiznados de la cabaña ardiente
antes de que sea demasiado tarde. De igual modo, el lluvioso noviembre es el
mes de las lágrimas y el que nace en este mes nace para padecer; mas con objeto
de alejar las nubes que se ciernen sobre su futuro, no tiene que hacer más que
coger la tapadera de una olla hirviente y sacudirla a su alrededor. Las gotas
que caen de la tapadera cumplen el sino y evitan con este ardid que las
lágrimas salgan de sus ojos. También, si el hado ha decretado que una muchacha
soltera tenga que ver algún día a su hijo, no engendrado aun, descender con
todo su dolor a la tumba antes que ella, para evitar esta desgracia hará lo
siguiente: Cogerá un saltamontes y lo matará, lo envolverá en un harapo que
representa la mortaja y lo llorará como Raquel, (1) desolada por sus hijos y
rechazando todo consuelo. Después cogerá una docena o más de saltamontes y tras
de arrancarle alas y patas superfluas, los colocará alrededor del compañero
muerto y amortajado. El zumbido de los torturados insectos y los convulsos
movimientos de sus mutiladas patas representan los gritos y las contorsiones de
las plañideras en un funeral. Más tarde enterrará al saltamontes muerto dejando
a los demás que continúen el duelo hasta que la muerte los releve de su dolor,
y después de arreglarse el pelo desgreñado, se retira de la tumba, con el paso
y el aspecto de una persona sumida en la aflicción. Desde entonces mira con
toda confianza el porvenir sabiendo que sus hijos la sobrevivirán, pues no
puede ser que ellas les llore el entierro por segunda vez. Mas aun si la
fortuna se presenta amenazadora a un hombre en su nacimiento y la pobreza le
señala como suyo, puede fácilmente evitar este sino comprando un par de perlas
baratas por el precio de penique y medio y enterrándolas. Pues, ¿quiénes sino
los ricos de este mundo pueden tirar perlas de tal manera?
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