lunes

JAMES GEORGE FRAZER - LA RAMA DORADA (29)


2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (19)


Otra aplicación de la máxima de que “lo semejante produce lo semejante” se observa en la creencia china de que la suerte de una ciudad está profundamente influida por su forma, que variará según el carácter de la cosa que sea más parecida a su figura. Así, se cuenta que hace muchos años la ciudad de Tsuen-cheu-fu, cuya configuración se asemejaba a la de una carpa, frecuentemente servía de presa a las depredaciones de la vecina ciudad de Yung-chun, cuya forma se parecía a la red de un pescador, hasta que los habitantes de la ciudad víctima concibieron el plan de erigir en su centro dos altas pagodas. Estas pagodas, que todavía se elevan sobre la ciudad de Tsuen-cheu-fu, han ejercido desde entonces la más feliz influencia sobre sus destinos al interceptar la red imaginaria antes de que pudiera caer y enredar en sus mallas a la imaginaria carpa. Hace unos cuarenta años, los sabios de Shangai estuvieron muy preocupados con el descubrimiento de la causa de una rebelión local. Una investigación cuidadosa les dio la certeza de que la rebelión se debía a la forma de un nuevo gran templo que había sido construido dándole por desgracia la forma de una tortuga, animal del más perverso carácter. La dificultad era seria y el peligro arreciaba; derribar el templo hubiera sido impío y dejarlo como estaba era invitar a una serie de desastres parecidos y aun peores. Sin embargo, el genio de los profesores de geometría de la localidad, a tono con las circunstancias, superó la dificultad triunfalmente y apartó el peligro. Para ello cegaron dos pozos que representaban los ojos de la tortuga, incapacitando al mal afamado animal para causar nuevos males.

En ocasiones, la magia homeopática o imitativa sirve para anular un mal agüero, realizándolo en farsa. El efecto es eludir el destino sustituyendo la calamidad verdadera por otra fingida. En Madagascar este modo de chasquear a los hados está encuadrado en un sistema regular. Aquí la fortuna de cada hombre se determina por el día y la hora de su nacimiento y si sucede que el hado es desafortunado, la fatalidad acontecerá, a menos que su desgraciado sino pueda ser extraído, como dicen, por medio de un sustituto. El procedimiento de extracción del mal es variado. Por ejemplo, si el hombre ha nacido en el día primero del segundo mes, su casa se incendiará cuando él llegue a la mayoría de edad. Con objeto de adelantarse y evitar esa catástrofe, los parientes de la criatura construyen en el campo o en el corral un cobertizo y tingladillo y le prenden fuego. Para que la ceremonia tenga absoluta efectividad, se coloca a su madre y al niño en el cobertizo y se les saca tiznados de la cabaña ardiente antes de que sea demasiado tarde. De igual modo, el lluvioso noviembre es el mes de las lágrimas y el que nace en este mes nace para padecer; mas con objeto de alejar las nubes que se ciernen sobre su futuro, no tiene que hacer más que coger la tapadera de una olla hirviente y sacudirla a su alrededor. Las gotas que caen de la tapadera cumplen el sino y evitan con este ardid que las lágrimas salgan de sus ojos. También, si el hado ha decretado que una muchacha soltera tenga que ver algún día a su hijo, no engendrado aun, descender con todo su dolor a la tumba antes que ella, para evitar esta desgracia hará lo siguiente: Cogerá un saltamontes y lo matará, lo envolverá en un harapo que representa la mortaja y lo llorará como Raquel, (1) desolada por sus hijos y rechazando todo consuelo. Después cogerá una docena o más de saltamontes y tras de arrancarle alas y patas superfluas, los colocará alrededor del compañero muerto y amortajado. El zumbido de los torturados insectos y los convulsos movimientos de sus mutiladas patas representan los gritos y las contorsiones de las plañideras en un funeral. Más tarde enterrará al saltamontes muerto dejando a los demás que continúen el duelo hasta que la muerte los releve de su dolor, y después de arreglarse el pelo desgreñado, se retira de la tumba, con el paso y el aspecto de una persona sumida en la aflicción. Desde entonces mira con toda confianza el porvenir sabiendo que sus hijos la sobrevivirán, pues no puede ser que ellas les llore el entierro por segunda vez. Mas aun si la fortuna se presenta amenazadora a un hombre en su nacimiento y la pobreza le señala como suyo, puede fácilmente evitar este sino comprando un par de perlas baratas por el precio de penique y medio y enterrándolas. Pues, ¿quiénes sino los ricos de este mundo pueden tirar perlas de tal manera?

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