LAS CARTAS DE MOZART COMO ESPEJO DE SU POSICIÓN FRENTE AL MUNDO (2)
REALISMO (22)
AUTOPRESERVACIÓN
(9)
A Mozart no le gustan las
explicaciones violentas; usando cuidadosamente de la diplomacia se gastan menos
energías. Ello nos lo demuestra su paciencia y su indulgencia con el arzobispo
Colloredo, hasta que, finalmente, se despide. El lema de todas sus batallas es “su
honor” o, lo que es lo mismo, el reconocimiento de su talento. No necesita
contarse más entre sirvientes y cocineros, ya no necesita otorgar servicios que
signifiquen malgastar su fuerza creadora. Con la salvación de “su honor”
resguarda su libertad y crea un alejamiento que ha de protegerlo de gente
cargosa. Después de varios informes al padre, en los que defiende vigorosamente
la cancelación de sus servicios, habla repentinamente de una conversación con
el conde Arco, de la que surge claramente que si el arzobispo lo hubiera deseado,
Mozart no habría opuesto reparo en seguir a su servicio. Claro que, agrega, por
suerte el arzobispo no le ha de tomar la palabra; es sólo porque no cree en una
mejoría del señor: Por lo demás:
Es
cierto que soy orgulloso cuando noto que alguien quiere tratarme con desprecio
y como una poca cosa -y así es el arzobispo conmigo- pero con buenas palabras
podría tenerme como quisiera. (1)
También al padre suele
tratarlo con sutil diplomacia. Un ejemplo acabado es el anuncio de su boda con
Constanza Weber. La exposición medida es digna de admiración. Tiene solamente por
objeto impedir un agitado rompimiento, pues Mozart no puede trabajar si su
corazón y su mente están inquietos.
¡Oh,
con cuánto gusto le hubiera abierto hace tiempo mi corazón! Pero su reproche de
que pensara en algo así tan inoportunamente me lo impedía, aunque pensar nunca
puede ser inoportuno. Mi ambición es, entre tanto, tener aquí algo poco
preciso, pues se puede vivir bastante bien aquí con la ayuda de lo inseguro, y
luego, ¡casarme! ¿Le asusta a usted este pensamiento?, pero yo le ruego,
querido, queridísimo padre, ¡escúcheme usted! Le he tenido que descubrir mi
preocupación, ahora permitidme que le exponga mis motivos, muy fundados por
cierto. La naturaleza grita en mí tanto como en cualquier otro y quizá con
mayor fuerza que en muchos palurdos. Ya no puedo vivir como la mayoría de los
jóvenes de nuestros días. Primero, porque soy demasiado religioso, segundo
porque amo demasiado al prójimo y tengo demasiados buenos sentimientos como
para perder a una muchacha inocente, y, tercero, porque tengo horror a las
enfermedades, estimo demasiado mi salud como para andar corriendo detrás de las
prostitutas. Por ello, puedo jurarle que, de esta forma, todavía no he tenido
nada que ver con mujer alguna. De haber ocurrido no trataría de ocultárselo,
pues tales errores son naturales de los hombres y caer una vez sólo es indicio
de mera debilidad, aunque no podría agregar que no lo repitiera de haber cedido
en este punto… Sé que esta razón, por fuerte que sea, no basta para justificar
el matrimonio. Pero como soy por temperamento más inclinado a la vida doméstica
que a la mundana, ya que desde pequeño no estuve acostumbrado a cuidar de mis
cosas, en lo que se refiere a la ropa, vestimenta, no puedo imaginarme nada más
necesario que una mujer. Le puedo asegurar que con lo que muchas veces gasto inútilmente,
pues no presto atención a nada, estoy plenamente convencido de que con una
mujer (con las entradas que tengo) he de arreglarme mejor que solo. Y cuántos gastos
inútiles desaparecen, es cierto que vienen otros nuevos, pero por lo menos se los
conoce, se puede arreglar la vida según ellos, en una palabra, se lleva una
vida más ordenada. El soltero vive sólo la mitad, a mis ojos, ¡qué he de hacer
si tengo tales ojos! He pensado y reflexionado lo suficiente y no mudaré de
parecer.
Pero,
¿cuál es el objeto de amor? No se alarme, se lo ruego. ¿No será una Weber? Sí,
una Weber, pero ni Josepha ni Sophie, sino Constanza, la segunda. En ninguna
familia he visto tal diversidad de caracteres. La mayor es haragana, torpe y
falsa. La Lagin (Aloysia, casada con J. Lange) es falsa, carece de principios y
es coqueta; la menor es demasiado joven para ser algo, es una criatura buena,
pero atolondrada. Dios quiera preservarla de las seducciones. En cambio la
segunda, mi buena y querida Constanza, es una mártir, y quizá por eso la de
mejor corazón, la más hábil, en suma, la mejor. (2)
Notas
(1) A su padre, Viena,
26-V-1781, II, 94.
(2) A su padre, Viena,
15-XII-1781, II, 142-43.
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