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IRMA HOESLI - MOZART: LAS CARTAS DE UN GENIO DE LA MÚSICA (48)


LAS CARTAS DE MOZART COMO ESPEJO DE SU POSICIÓN FRENTE AL MUNDO (2)

REALISMO (22)

AUTOPRESERVACIÓN (9)


A Mozart no le gustan las explicaciones violentas; usando cuidadosamente de la diplomacia se gastan menos energías. Ello nos lo demuestra su paciencia y su indulgencia con el arzobispo Colloredo, hasta que, finalmente, se despide. El lema de todas sus batallas es “su honor” o, lo que es lo mismo, el reconocimiento de su talento. No necesita contarse más entre sirvientes y cocineros, ya no necesita otorgar servicios que signifiquen malgastar su fuerza creadora. Con la salvación de “su honor” resguarda su libertad y crea un alejamiento que ha de protegerlo de gente cargosa. Después de varios informes al padre, en los que defiende vigorosamente la cancelación de sus servicios, habla repentinamente de una conversación con el conde Arco, de la que surge claramente que si el arzobispo lo hubiera deseado, Mozart no habría opuesto reparo en seguir a su servicio. Claro que, agrega, por suerte el arzobispo no le ha de tomar la palabra; es sólo porque no cree en una mejoría del señor: Por lo demás:

Es cierto que soy orgulloso cuando noto que alguien quiere tratarme con desprecio y como una poca cosa -y así es el arzobispo conmigo- pero con buenas palabras podría tenerme como quisiera. (1)

También al padre suele tratarlo con sutil diplomacia. Un ejemplo acabado es el anuncio de su boda con Constanza Weber. La exposición medida es digna de admiración. Tiene solamente por objeto impedir un agitado rompimiento, pues Mozart no puede trabajar si su corazón y su mente están inquietos.

¡Oh, con cuánto gusto le hubiera abierto hace tiempo mi corazón! Pero su reproche de que pensara en algo así tan inoportunamente me lo impedía, aunque pensar nunca puede ser inoportuno. Mi ambición es, entre tanto, tener aquí algo poco preciso, pues se puede vivir bastante bien aquí con la ayuda de lo inseguro, y luego, ¡casarme! ¿Le asusta a usted este pensamiento?, pero yo le ruego, querido, queridísimo padre, ¡escúcheme usted! Le he tenido que descubrir mi preocupación, ahora permitidme que le exponga mis motivos, muy fundados por cierto. La naturaleza grita en mí tanto como en cualquier otro y quizá con mayor fuerza que en muchos palurdos. Ya no puedo vivir como la mayoría de los jóvenes de nuestros días. Primero, porque soy demasiado religioso, segundo porque amo demasiado al prójimo y tengo demasiados buenos sentimientos como para perder a una muchacha inocente, y, tercero, porque tengo horror a las enfermedades, estimo demasiado mi salud como para andar corriendo detrás de las prostitutas. Por ello, puedo jurarle que, de esta forma, todavía no he tenido nada que ver con mujer alguna. De haber ocurrido no trataría de ocultárselo, pues tales errores son naturales de los hombres y caer una vez sólo es indicio de mera debilidad, aunque no podría agregar que no lo repitiera de haber cedido en este punto… Sé que esta razón, por fuerte que sea, no basta para justificar el matrimonio. Pero como soy por temperamento más inclinado a la vida doméstica que a la mundana, ya que desde pequeño no estuve acostumbrado a cuidar de mis cosas, en lo que se refiere a la ropa, vestimenta, no puedo imaginarme nada más necesario que una mujer. Le puedo asegurar que con lo que muchas veces gasto inútilmente, pues no presto atención a nada, estoy plenamente convencido de que con una mujer (con las entradas que tengo) he de arreglarme mejor que solo. Y cuántos gastos inútiles desaparecen, es cierto que vienen otros nuevos, pero por lo menos se los conoce, se puede arreglar la vida según ellos, en una palabra, se lleva una vida más ordenada. El soltero vive sólo la mitad, a mis ojos, ¡qué he de hacer si tengo tales ojos! He pensado y reflexionado lo suficiente y no mudaré de parecer.

Pero, ¿cuál es el objeto de amor? No se alarme, se lo ruego. ¿No será una Weber? Sí, una Weber, pero ni Josepha ni Sophie, sino Constanza, la segunda. En ninguna familia he visto tal diversidad de caracteres. La mayor es haragana, torpe y falsa. La Lagin (Aloysia, casada con J. Lange) es falsa, carece de principios y es coqueta; la menor es demasiado joven para ser algo, es una criatura buena, pero atolondrada. Dios quiera preservarla de las seducciones. En cambio la segunda, mi buena y querida Constanza, es una mártir, y quizá por eso la de mejor corazón, la más hábil, en suma, la mejor. (2)


Notas

(1) A su padre, Viena, 26-V-1781, II, 94.
(2) A su padre, Viena, 15-XII-1781, II, 142-43.

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