lunes

JAMES GEORGE FRAZER - LA RAMA DORADA (28)


2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (18)


Los campesinos bretones imaginan que el trébol sembrado cuando la marea sube crecerá bien, pero si se siembra con marea baja o que está bajando, la planta nunca madurará y las vacas que lo pasten reventarán. Sus mujeres creen que la mejor manteca se hace cuando la marea empieza a subir, que la leche que da espuma en la mantequera sigue dando espuma hasta la hora en que la marea alta ha pasado y que el agua salada del pozo o la leche extraída de la vaca mientras la marea crece subirá en la olla o pote y se derramará sobre el fuego. Según algunos antiguos, las pieles de las focas, aun después de desolladas, mantenían una secreta simpatía con el mar y sostenían que aun se arrugaban cuando bajaba la marea. Otra creencia antigua, atribuida a Aristóteles, era que ningún ser viviente podía morir más que durante la marea baja. Esta creencia, si Plinio es veraz, estaba confirmada por la experiencia, en cuanto a los seres humanos, en las costas de Francia. Filostrato también nos asegura que en Cádiz los agonizantes no exhalaban su espíritu mientras la marea estaba alta. Semejante fantasía se prolonga todavía en algunos lugares de Europa. En la costa cantábrica creen que las personas que mueren de alguna enfermedad aguda o crónica expiran en el momento en que la marea empieza a bajar. En Portugal, a todo lo largo de la costa de Gales y en algunas partes de la costa bretona, se asegura que prevalece la creencia de que los nacimientos se verifican cuando sube la marea y de que se muere la gente cuando está bajando. Dickens atestigua la existencia de esta misma superstición en Inglaterra. “La gente no puede morir en la costa -dice Pegotty- excepto cuando está en baja marea. Y no puede nacer hasta la alta marea, ni nacer bien hasta la pleamar”. La creencia de que la mayoría de los fallecimientos acontece en marea baja se asegura que persiste a todo lo largo de la costa oriental de Inglaterra, desde Northumberland a Kent. Shakespeare debía estar familiarizado con ello, pues hace morir a Falstaff “precisamente entre doce y una, al cambiar la marea”. Volvemos a encontrar esta creencia en la costa norteamericana del Pacífico, entre los haídas. Siempre que un buen haída está cercano a la muerte, tiene la visión de una canoa manejada por algunos de sus amigos fallecidos que llega con la marea para invitarle a ir al país de los espíritus. “Vente ahora con nosotros -le dicen-, pues la marca está próxima a bajar y debemos partir”. En Port Stephens, en Nueva Gales del sur, los nativos entierran siempre a sus muertos cuando sube la marea, nunca cuando está bajando, por temor de que las aguas, al retirarse, se lleven el alma del difunto a algún país remoto.

Para asegurarse una larga vida, los chinos recurren a ciertos encantamientos complicados que concentran en sí mismos la esencia mágica que emana, según los principios homeopáticos, de los tiempos y las estaciones, de las personas y las cosas. Los vehículos empleados para transmitir estas influencias felices no son otros que las ropas de amortajar. De ellas se proveen en vida muchos chinos, y la mayoría de las gentes las hacen cortar y coser por muchachas solteras o mujeres muy jóvenes, calculando sabiamente que, como probablemente tales personas vivirán todavía muchos años, una parte de su capacidad para vivir mucho pasará seguramente a las telas y así retardarán por largo tiempo el momento en que deben tener su uso apropiado. Además, las prendas se coserán de preferencia en un año que tenga un mes intercalar, pues la mentalidad china cree sinceramente que las telas de amortajar hechas en un año excepcionalmente largo poseen la capacidad de prolongar la vida de un modo excepcional. Entre las vestiduras, en una de ellas derrochan en particular cuidados especiales para imbuirle esta cualidad inestimable, Es una gran túnica de seda de color azul oscuro con la palabra “longevidad” bordada sobre toda ella con hilo de oro. Regalar a un padre anciano uno de estos espléndidos y costosos ropajes, conocidos como “vestidos de longevidad”, es estimado por los chinos como un acto de bondad filial y una delicada atención. Como con esta vestidura el propósito es prolongar la vida de su propietario, este la lleva con frecuencia, especialmente en las fiestas, con objeto de facilitar la influencia de longevidad creada por las numerosas letras de oro con las que está adornada, y de que obre con toda su fuerza sobre su propia persona. El día de su cumpleaños, sobre todo, difícilmente dejarán de ponerse esta prenda, pues el sentido común en China atribuye un gran almacenamiento de energía vital al día del cumpleaños, el que se gastará en forma de salud y vigor durante el resto del año. Ataviado con su suntuosa mortaja y absorbiendo su bendita influencia por todos los poros del cuerpo, el feliz propietario de ella recibe complacido las felicitaciones de los amigos y parientes que calurosamente le expresan su admiración por el magnífico atavío y por la piedad filial que incitó a los hijos a regalar tan bellísimo y útil presente al autor de sus días.

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