2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (17)
Los antiguos estimaron en mucho las cualidades mágicas de las piedras
preciosas: es más, se ha sostenido, con grandes apariencias de razón, que las
piedras de esta clase se usaron como amuletos mucho antes que con fines de
ornamentación. Los griegos dieron el nombre de árbol ágata a la piedra que
muestra arborescencias y creyeron que si ataban dos de estas piedras a los
cuernos de los bueyes de arado, la cosecha sería seguramente magnífica. También
reconocían que una piedra preciosa produciría abundante leche en las mujeres si
las bebían disueltas en aguamiel. Piedras de leche son usadas aun con el mismo
propósito por las mujeres griegas de Creta y Melos. En Albania las madres
lactantes llevan piedras de esta clase para asegurar una abundante “subida de
leche”. Los griegos creían además en una piedra serpentina; para probar su
eficacia sólo había que pulverizarla y poner el polvo en la mordedura.
La amatista color vino recibió su nombre, que significa “no borracho”, a
causa de suponerse que mantenía sobrio al que la llevase, y cuando dos hermanos
deseaban vivir juntos se les aconsejaba que llevasen consigo piedra imán, pues
atrayendo a los dos, sin duda evitaría que regañasen.
Los libros antiguos de los hindúes dictan como regla que los recién
casados, en el anochecer del día del matrimonio, deben sentarse juntos y en
silencio hasta que empiecen a titilar las estrellas en el cielo, y cuando aparezca
la estrella Polar, él se la señalará a ella y, dirigiéndose a la estrella,
dirá: “Tú estás fija, te veo, la Inmóvil. Sé firme para mí, ¡oh Próspera!” Y
después, volviéndose hacia su mujer, deberá decir: “Me has sido dada por
Brihaspati: ten hijos de mí, tu marido; vive conmigo cien otoños”. La intención
de la ceremonia es claramente guardarse contra los reveses de la fortuna y la
inconstancia de la felicidad terrenal, por la influencia inmutable de la
estrella fija. Es el deseo expresado en el último soneto de Keats.
Estrella brillante, yo querría
ser inmutable como tú fija,
no en el esplendor solitario
colgada en lo alto de la noche.
Los que habitan junto al mar no pueden menos de sentirse impresionados a la
vista del incesante flujo y reflujo, que nos lleva, dados los principios de la
ruda filosofía de la atracción y semejanza que aquí nos ocupa, a trazar una
relación sutil, una secreta armonía entre las mareas y la vida del hombre, de
los animales y de las plantas. En la marea creciente ven ellos no sólo un
símbolo, sino una causa de exuberancia, de prosperidad y de vida, mientras que
en la marea menguante disciernen tanto un agente verdadero como un emblema
melancólico de decaimiento, debilidad y muerte.
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