lunes

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (29)


La Comisaría (4)

Ya sentado ante el escritorio observó para dónde era el derecho del papel y empezó a leer con minuciosidad aquellas letras redondas y claras, como de tenedor de libros, no más, que en el pueblo había sido el de la misiva hasta que, quién sabe por qué chismografías, se produjo la compulsa y ganó tierra adentro cambiando de nombre,

Como cuando hace horas que está la mañana y todo sigue envuelto en un sucio gris cuajado de nubes negras y, de pronto, entra a tallar el pampero y van surgiendo los cerros y las cuchillas y los montes, y, entonces, las cosas todas pierden su soledad, recobran su color y sienten, al fin recíprocas, que siempre siguen formando parte de la inmensidad del mundo, así, poco a poco, un aire de complacencia le iba creciendo al Comisario Tigre a medida que se internaba en la lectura. Fuéronse abriendo de par en par los párpados; aparecieron enternecidamente sus colmillos inferiores; y el pequeño Charabón, repuesto ya de la impresión de ver manifestarse en semejante forma aquel asombro, dejó, no más, a sus pulmones que respiraran a gusto.

De pronto la Autoridá alzó la vista y miró sonriente al mensajero, quien se achicó y cerró los ojos como si le hubieran cruzado fuego por la cara. Pero tan abstraído se estaba poniendo el Tigre, que ni siquiera se dio cuenta de las sensaciones que provocaba.

-¿Ahá?... ¿Entonces… anoche… Don Juan… ha hecho una fechoría con don Peludo y lo ha dejado por muerto?... ¿Ahá?... ¿Así que…?

Al bajar los ojos, un instante contempló como a plato con miel el conjunto de la carta y retomó, apenas musitando, el paciente deletreo:

-…Coima y todo correrá igual que en vida del finado Peludo, si muere, mientras yo esté al frente de la casa. Y más que cuando el finado. Es muy justo que la policía tenga más parte que hasta la fecha, por la razón de que bastantes calentaderos de cabeza le dan las pulperías, que es un abuso. Ahora paso a decirle que en caso de que usté resuelva que la sobrina de él, la Mulita, no es heredera, entonces estoy a su disposición para hacer una iguala con usté. Le garanto que con un poco de buena cabeza, la casa se puede ir a las nubes…

El codo en el escritorio, el mentón en la palma, sin abrir la boca, el Tigre se quedó golpeando con la uña uno de los sobresalientes colmillos inferiores, caviloso. Después, volvió a achicar al mensajero al sonreírle con gentileza y le dijo:

-Bueno, m’hijo, podés retirarte. Y le decís a tu patrón que me hecho cargo de la denuncia.  Y que de lo que él puso más abajo yo voy a ir esta tarde a hablar en persona.

Echándose a la nuca el quepis, volvió a acodarse y a apoyar la cara en la mano. Y siguió golpeándose el colmillo, la vista fija en el ángulo en que la pared del frente se junta con el techo. De súbito, viva y encapotada, la mirada se apartó de allí. Y el Comisario se irguió en su silla. Le habían llegado rumores de sables. Pero al mezclarse, atenuándose aquellos, con un trotar de caballos que al tiempo que se apagaban se convertían en galope, la vista volvió a ocupar su sitio, a dulcificarse, embebecida otra vez.

-¡Hum! ¡Hum! ¡Iguala!... ¿Pero que voy a hacer yo de socio de una casa de comercio, no me dice? No digo antes, cuando muchacho; ¡pero a esta altura!... ¡Si uno ya no está para nada! ¡Uno ya no sirve más que para mandar! A mí, que me dé en plata… si el Peludo se muere. ¡Que tiene que morir, no faltaba más; que ahora nos va a salir levantándose de la cama! Y si no se muere él solo, ¡se le obliga!... ¿Ahá? ¡Ahora sí, ahorita voy agarrando el hilo…! Lo de enseñarlo a enlazar de noche, fue una emboscada urdida de lejos, con tino, por la heredera. Don Juan, en eso, no viene a ser más que un contratado; el cómplice. Y eso es lo que bien rumbea el dependiente cuando me explica…

Volvió a tomar la carta y la hizo girar entre las manos hasta que la firma quedó hacia abajo.

-Sí, ¿a ver?

Recorrió desde el principio, por encimita, hasta hallar el párrafo revelador; aunque se detuvo varias veces ante ciertas íntimas sugerencias que le paraban en seco los ojos.

-…Coima y todo… “más que cuando el patrón”… “es muy justo”… “Mulita”… Sí, aquí es: En caso de que usté resuelva que la sobrina de él, la Mulita, no es heredera


Aunque lo que buscaba era sólo esa parte de la carta, los ojos se le fueron como por un cuesta abajo. Y él siguió atrás, deletreando:

-…  Entonces estoy a su disposición para hacer una iguala con usté…

Se interrumpió, diciendo con dulce sonrisa interior:

-¡No, hace el favor; qué iguala! ¡A mí vos me vas a agarrar de socio si sos brujo, botija! Tendría que poner la comisaría en el mostrador para vigilar que no me hagas mal tercio…

Como él no podía leer en silencio, y como decir dos cosas a la vez es imposible, sólo se vio ir con energía de un lado a otro al plumacho del quepis, trazándole negaciones a cada palabra de las que siguieron:

-…le garanto que con un poco de buena cabeza la casa se puede ir a las nubes…

Y al llegar al punto final, soltó un ¡No! más firme que un cerro.

Enderezó el quepis ya sobre el hombro, se lo acomodó otra vez y volvió a rozarse la dentadura con el dedo para, en seguida, entrar a meditar, la cara casi horizontal sobre la mano:

-Ahora, lo que hay que hacer es desenredar bien la madeja. Muerto el Peludo por cuenta propia o con alguna toma o por desacato a la Autoridá, si llega a hacer pie en su salú, que es fácil, a Don Juan se le da una estaqueada y confiesa la gran verdá de que la Mulita le pagó para que organizara la muerte de su tío. Y si no quiere confesar, se le enchaleca y, después, que vaya, si quiere, de muerto, a desmentir a la Justicia. ¡Pero mire la Mulita, de asesina! ¡Quién lo iba a pensar! Es que yo siempre digo: uno ve caras pero a los corazones no los ve.

Y se incorporó exclamando en alta voz tranquila:

-¡Por suerte, ya tenemos todita la madeja desenredada!

Al salir al patio y empezar a brillar de todas partes, aunque más numerosos de sobre el asiento de las raíces del ombú, brotaron soldados como con resorte, en posición de firme y haciendo la venia. En seguida, un Cuzco ensilló y se alejó a todo lo que daba, de chasque. Llevaba la misión de alcanzar la partida del Sargento Cimarrón, destacada en persecución de la ladrona Comadreja, y ordenarle que de inmediato fuera a prender a Don Juan, con carta blanca para hacer lo que requirieran las circunstancias si se resistía.

-¿Dónde tienen las estacas de cuando el finao Lagarto? -preguntó el Comisario cuando ya tornaba a la Mayoría-. Sáquenlas y denle una mano de grasa a las guascas. Que estén bien suavecitas.

Como ahora estaba contento, al ir a entrar a su despacho se hizo cargo de la posible situación de sus subordinados ante la ambigüedad de la frase, y le vino como una lástima al Tigre. Por eso, alzando una mano y agarrándose al marco de la puerta, aclaró, hecho un padre, al milicaje que, en efecto, se había quedado con el alma en un hilo al oír la mención a los útiles a estaquear:

-Pero miren, m’hijitos, que eso no es para ninguno de ustedes, les doy palabra. Lo que pasó con la presa, eso queda borrado y empezamos de nuevo. Al que vamos a meter en las estacas es a un malhechor muy jarifo, cuando me lo traiga la partida. Ya saben: por esta ocasión, estén tranquilos: ¡no se preocupen!

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