CÓMO ESCRIBÍ “ESTA NOCHE ME
EMBORRACHO”
“Fiera venganza la del tiempo
que le hace ver deshecho
lo que uno amó…
…Este encuentro me ha hecho tanto
mal
que si lo pienso más
termino envenenao…”
Me encontraba en Córdoba, en una estación de tuberculosos. Habíamos ido a acompañar
a un amigo que, al poco tiempo, murió. El cuadro de este amigo que se sabía
enfermo y que nada hacía por curarse, porque era inútil, comenzó a invadirme
con su enorme, inapelable dolor. En una casita de enfrente vivía un matrimonio.
Los dos estaban tuberculosos y trataban de ocultarlo entre ellos mismos, de
aturdirse y todo era inútil. Se me empezó a aparecer entonces la idea del alcohol,
del aturdimiento, del no pensar en los males que no tienen remedio. Pero con
este tema no se podía hacer un tango. Era demasiado tétrico. En Córdoba recogí,
pues, la semilla. Luego, la trasladé a la ciudad y la ciudad le dio forma.
Forma completamente distinta pero con dolor igualmente inapelable. El tiempo
que envejece es tan indesviable como la muerte que llega. La ruina de la mujer
que ha sido joven y ha sido linda es tan triste como el espectáculo de la salud
que se va. Y de todos modos, para todo lo que no hay remedio, yo sentí el grito
de mi tango: aturdirse…
Yo veo el dolor en todos los que tengo adelante, me posesiono de su
situación, comprendo cuáles son sus problemas y enseguida me pongo en su lugar
y siento como sienten ellos mismos, percibo, como si fuera mío, el sufrimiento
ajeno. Puesto en la situación de ellos, el tango sale como si le doliera a
ellos mismos… (6)
Aquella idea la encarné luego en un hombre que encuentra aquello que amó
tanto, aquello que fue su gran amor, convertido en un harapo. La idea llega y
golpea dejándome herido, enfermo, pleno de tristeza. Entonces me recojo, sufro,
hago mi pequeño drama interior con el drama intuido antes… Así van surgiendo
las frases: “Sola… fané… descangayada…”. Eso es, La pintura de la visión cruel
de la mujer vencida. Luego viene el complemento, el adorno, la corona de
espinas que le cuelgo a la imagen de la pobrecita: “Flaca… dos cuartas de
cogote…” Enseguida, sobreviene el recuerdo de lo que ella fue en el tiempo en
que yo la quería… Más tarde, los remordimientos por el mal que le hice a los
demás y por el que me hice a mí mismo… Y por fin, la situación final, la
imprescindible obligación de aturdirme, de “mamarme bien mamao”, para olvidar…
(7)
Notas
(6) La Nación, enero 1931.
(7) “Discepolín”, de Sierra y Ferrer.
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