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EN PIEZAS / LA TERRORÍFICA MANIPULACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS (35) - FEDE RODRIGO


1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

DEL BARRIO 9

Sentada sobre un almohadón se lustraba la cara con toda la luz del sol. Los tres lunares sobre su mejilla (puntos suspensivos de su mirada) brillaban presumidos. Habían pasado una tarde perfecta en el parque, meditando hasta vaciarse el alma de vicios. Le habían confirmado que hoy era el día en el que iban a matar al juez.

Su cuerpo musculoso era una isla entre un mar de impresiones con noticias, papeles escritos con su propia letra y fotografías de gente del barrio. De entre todos los papeles sacó una ridícula libretita casera: allí anotaba sus ganancias ensangrentadas. Con este trabajo ya iba a tener suficiente dinero como para comprarle la casa a su abuela y cumplir con el sueño de ya no tener que volver a matar.

La cerró, la besó y la guardó en un bolsillo (siempre la llevaba encima como una esperanzadora cuenta regresiva). Volvió a concentrarse en el plan: tenía unos jeans mugrientos para esconder sus poderosas piernas y un pañuelo azul en el que envolver su cara. También tenía un detallado itinerario de actividades del juez Cortez (fruto de varios días de observación). Además tenía un arma robada con la que iba a meter tres balazos antes de correr desde la puerta misma del juzgado.

Sólo un policía honesto llamado Raúl Brazas estaba encargado de proteger al juez. Después de tanta observación, suponía que Diego Miranda iba a cuidar la familia del juez. (Primera suposición errada: el policía de los dos egos había redirigido su atención gracias a la primera de las jugadas del viejo.)

El juez tiene la maniática costumbre de ser el último funcionario judicial en irse. Seguramente, aquella tarde sólo iban a estar el policía viejo, el juez y ella (segunda suposición errada: el Zurdo estaba yendo al juzgado para llevarse unas porquerías, invitado por Raúl Brazas) y se suponía que tampoco iban a haber testigos o huellas de su trabajo preciso (tercera suposición errónea: el magnate le había pagado el Payaso para que fuera a filmar su victoria),

Parece increíble que una asesina con su experiencia y discreción se equivocara tres veces al idear un plan. (Uno de estos errores le iba a costar muy caro.)

Se paró fácilmente, caminó como bailarina de ballet sin pisar los papeles y se detuvo frente a la ventana del comedor: el sol le recorrió la silueta y se la imitó con una sombra en la pared. Después de dejarse ver por algunos vecinos, cerró las cortinas y salió por la puerta del fondo al juzgado. (En un bolsillo tenía un pañuelo violeta. En el otro la libretita.)

A unas pocas cuadras se encontró un niño de mirada sorda y la espalda manchada con luz: seguramente allí estuvieran unidas sus alas antes de que se las arrancaran de cuajo. El niño se arrimó a la mujer y le quiso acariciar el párpado cerrado pero no pudo: ese pedacito de cielo con el que le habían hecho los ojos se iba a quedar ahí, vivo por algunas horas más. (Y qué hermosos que eran.)

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