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ANTONIN ARTAUD - EL TEATRO DE LA CRUELDAD (87)



II / EN TORNO A MUNA MADRE

Acción dramática de Jean-Louis Barrault*

Hay en el espectáculo de Jean-Louis Barrault una especie de maravilloso caballo-centauro, y nuestra emoción ante él ha sido grande, como si con su entrada de caballo-centauto Jean-Louis Barrault nos hubiera devuelto la magia.

Este espectáculo es mágico, como esos encantamientos de los hechiceros negros, que chasqueando la lengua traen la lluvia al campo, o cuando ante el enfermo agotado dan a su aliento la forma de una rara enfermedad y alejan el mal con el aliento. Del mismo modo, en el espectáculo de Jean-Louis Barrault, en el momento de la muerte de la madre, cobra vida un concierto de gritos.

No sé si este logrado espectáculo es una obra de arte; en todo caso es un acontecimiento. Cuando una atmósfera es transformada de tal modo que un público hostil se encuentra de pronto hundido en las tinieblas e invenciblemente desarmado, hay que saludar aquí un acontecimiento.

Hay en este espectáculo una fuerza secreta que gana al público, como un gran amor gana a un alma madura para la rebelión.

Un joven y grande amor, un vigor joven, una efervescencia espontánea y viva, fluyen a través de estos movimientos disciplinados, de estos ademanes estilizados y matemáticos como un gorjeo de pájaros a través de columnatas de árboles, en un bosque ordenado mágicamente.

Aquí, en esta atmósfera sagrada, improvisa Jean-Louis Barrault los movimientos de un caballo salvaje, y el espectador se asombra de pronto al verlo transformado en caballo.

Su espectáculo prueba la expresión irresistible del gesto; muestra victoriosamente la importancia del gesto y del movimiento en el espacio. Devuelve a la perspectiva teatral la importancia que no hubiera debido perder. Hace en fin de la escena un lugar patético y viviente.

Este espectáculo se ha organizado en relación a la escena y sobre la escena: sólo puede vivir en escena. Y no hay un punto de la perspectiva escénica que no adquiera un sentido conmovedor.

Hay en esta gesticulación animada, en este desdoblamiento discontinuo de figuras, una especie de llamado directo y físico; algo convincente como un bálsamo, y que la memoria nunca olvidará.

No se olvidará la muerte de la madre, ni esos gestos que resuenan a la vez en el espacio y en el tiempo, la épica travesía del río, el ascenso del fuego en las gargantas de los hombres, que corresponde, en el plano del gesto, al ascenso del otro fuego, y, sobre todo, esa especie de hombre-caballo que corre por la obra, como si el espíritu mismo de la fábula viviera de nuevo entre nosotros.

Hasta ahora sólo el teatro balinés parecía haber conservado una huella de ese espíritu perdido.

Qué importa que Jean-Louis Barrault haya resucitado el espíritu religioso con medios descriptivos y profanos, si todo lo auténtico es sagrado; si esos ademanes son tan hermosos que adquieren un significado simbólico.

Por cierto que hay símbolos en el espectáculo de Jean-Louis Barrault. Y si cabe hacer un reproche a sus gestos es que nos dan la ilusión del símbolo, mientras que en verdad definen la realidad; y así su acción, por violenta y activa que sea, no se prolonga más allá de sí misma…

No se prolonga más allá de sí misma porque es sólo descriptiva, porque relata hechos exteriores donde no intervienen las almas; porque no toca en lo vivo los pensamientos ni las almas, y esto, y no el problema de saber si es o no teatral, es lo que importa en cualquier crítica que se le haga.

Utiliza los medios del teatro -pues el teatro, que abre un campo físico, reclama que este campo sea ocupado, que el espacio se amueble con gestos, que vida mágicamente en sí mismo, que se desprenda de él una bandada de sonidos, y se descubran en él nuevas relaciones entre el sonido, el gesto y la voz-, y puede decirse que esto que Jean-Louis Barrault ha hecho es teatro.

Pero, por otra parte, este espectáculo es la cuna del teatro, quiero decir, el drama profundo, el misterio más profundo que las almas, el conflicto que desgarra almas, y donde el gesto no es más que un sendero. Allí donde el hombre es sólo un punto y donde las vidas beben de su fuente. Pero, ¿quién ha bebido en la fuente de la vida?


(*) Mímica de Jean-Louis Barrault estrenada en 1934 y basada en la novela de William Faulkner, Mientras yo agonizo. (N. del T.)

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