II
/ EN TORNO A MUNA MADRE
Acción
dramática de Jean-Louis Barrault*
Hay en el espectáculo de
Jean-Louis Barrault una especie de maravilloso caballo-centauro, y nuestra emoción ante él ha sido grande, como si
con su entrada de caballo-centauto Jean-Louis
Barrault nos hubiera devuelto la magia.
Este espectáculo es
mágico, como esos encantamientos de los hechiceros negros, que chasqueando la
lengua traen la lluvia al campo, o cuando ante el enfermo agotado dan a su
aliento la forma de una rara enfermedad y alejan el mal con el aliento. Del
mismo modo, en el espectáculo de Jean-Louis Barrault, en el momento de la
muerte de la madre, cobra vida un concierto de gritos.
No sé si este logrado
espectáculo es una obra de arte; en todo caso es un acontecimiento. Cuando una
atmósfera es transformada de tal modo que un público hostil se encuentra de
pronto hundido en las tinieblas e invenciblemente desarmado, hay que saludar
aquí un acontecimiento.
Hay en este espectáculo una
fuerza secreta que gana al público, como un gran amor gana a un alma madura
para la rebelión.
Un joven y grande amor,
un vigor joven, una efervescencia espontánea y viva, fluyen a través de estos
movimientos disciplinados, de estos ademanes estilizados y matemáticos como un
gorjeo de pájaros a través de columnatas de árboles, en un bosque ordenado
mágicamente.
Aquí, en esta atmósfera
sagrada, improvisa Jean-Louis Barrault los movimientos de un caballo salvaje, y
el espectador se asombra de pronto al verlo transformado en caballo.
Su espectáculo prueba la
expresión irresistible del gesto; muestra victoriosamente la importancia del
gesto y del movimiento en el espacio. Devuelve a la perspectiva teatral la
importancia que no hubiera debido perder. Hace en fin de la escena un lugar
patético y viviente.
Este espectáculo se ha organizado
en relación a la escena y sobre la
escena: sólo puede vivir en escena. Y no hay un punto de la perspectiva
escénica que no adquiera un sentido conmovedor.
Hay en esta gesticulación
animada, en este desdoblamiento discontinuo de figuras, una especie de llamado
directo y físico; algo convincente como un bálsamo, y que la memoria nunca
olvidará.
No se olvidará la muerte
de la madre, ni esos gestos que resuenan a la vez en el espacio y en el tiempo,
la épica travesía del río, el ascenso del fuego en las gargantas de los
hombres, que corresponde, en el plano del gesto, al ascenso del otro fuego, y,
sobre todo, esa especie de hombre-caballo que corre por la obra, como si el espíritu
mismo de la fábula viviera de nuevo entre nosotros.
Hasta ahora sólo el
teatro balinés parecía haber conservado una huella de ese espíritu perdido.
Qué importa que
Jean-Louis Barrault haya resucitado el espíritu religioso con medios descriptivos
y profanos, si todo lo auténtico es sagrado; si esos ademanes son tan hermosos
que adquieren un significado simbólico.
Por cierto que hay
símbolos en el espectáculo de Jean-Louis Barrault. Y si cabe hacer un reproche
a sus gestos es que nos dan la ilusión del símbolo, mientras que en verdad
definen la realidad; y así su acción, por violenta y activa que sea, no se
prolonga más allá de sí misma…
No se prolonga más allá
de sí misma porque es sólo descriptiva, porque relata hechos exteriores donde
no intervienen las almas; porque no toca en lo vivo los pensamientos ni las
almas, y esto, y no el problema de saber si es o no teatral, es lo que importa en
cualquier crítica que se le haga.
Utiliza los medios del
teatro -pues el teatro, que abre un campo físico, reclama que este campo sea
ocupado, que el espacio se amueble con gestos, que vida mágicamente en sí
mismo, que se desprenda de él una bandada de sonidos, y se descubran en él
nuevas relaciones entre el sonido, el gesto y la voz-, y puede decirse que esto
que Jean-Louis Barrault ha hecho es teatro.
Pero, por otra parte,
este espectáculo es la cuna del teatro, quiero decir, el drama profundo, el
misterio más profundo que las almas, el conflicto que desgarra almas, y donde
el gesto no es más que un sendero. Allí donde el hombre es sólo un punto y
donde las vidas beben de su fuente. Pero, ¿quién ha bebido en la fuente de la
vida?
(*) Mímica de Jean-Louis
Barrault estrenada en 1934 y basada en la novela de William Faulkner, Mientras yo agonizo. (N. del T.)
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