1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2018
DEL
BARRIO 11
La mansión no tiene rejas ni portón, por lo que la vieja camioneta de Mamá
Lucha entró atropellando todo sin resistencia. Frenó encima del pasto justo al
lado de la fuente y se bajó.
La puerta siempre estaba abierta y Mamá Lucha volvió a entrar atropellando
todo sin resistencia. (Esta vez estaba decidido: había entrado para matarlo.)
Darío contaba cientos de billetes sentado en un excéntrico sillón de cuero
blanco. Sus lentes puestos sobre la punta de la nariz entibiaban su dura
imagen. El Mancuerna estaba tirado con la espalda en el suelo y los pies sobre
la pared haciendo girar el arma en su dedo índice.
-¡Qué hermosa sorpresa, Lucía! ¿Qué te trae por acá?
-¡Vos lo drogaste, hijo de puta! Siempre supe que sos una mierda pero nunca
creí que ibas a caer tan bajo.
-No sé de qué me hablás.
-Ni siquiera tenés un mínimo de valor para reconocérmelo. Pero ya estoy
harta de que te pasees por el barrio arruinádonos la vida a todos. No te salvé
para esto. Si yo hubiera sabido que eras así.
-¿Qué? ¿Me hubieras dejado morir congelado? ¿Eso me querés decir?
-Sos una mierda. Una mierda.
Mamá Lucha se arrimaba a Darío entre los gritos señalándole el pecho. El
Mancuerna se paró de pronto y la agarró de un brazo. Darío lo frenó en seco.
-Ni se te ocurra, Mancuerna. No le pongas un dedo encima.
-Como ordene, jefe.
-¡Bien arrastradito sos, eh! Marioneta sin voluntad.
-Uh, qué boquita tiene esta mujer, jefe.
Los dos hombres llenaron el enorme living de carcajadas. La mujer
completamente desquiciada los mataba con los ojos una y otra vez.
-Ya fuiste demasiado lejos. Con Bautista no, ¿me escuchaste?
-¿De qué hablás, Lucía?
-De que te voy a matar: de eso hablo.
-¡Bueno, dale!
Darío gritó cambiando completamente el color del aire. Agarró la pistola
que tenía el Mancuerna y se la tiró a los pies a Mamá Lucha. (Darío siempre le
había dado armas a todo el mundo y esa tarde no parecía ser la excepción.)
-Dale, matame. Así todos vamos a estar mejor ¿no? Como si en un par de días
no fuera alguien más a vender droga en el barrio.
-Aparte esta mina no puede matar a nadie.
Mancuerna reía cuando de pronto un balazo hizo que la risa no le saliera
más por la boca sino desde las costillas. En medio de la confusión no sintió
dolor. Sólo cuando se vio el agujero en el costado del pecho tosiéndole sangre
sin parar fue que empezó a sufrir: es que gran parte del dolor es miedo (y
viceversa). Quiso reír pero su sonrisa ya estaba toda embadurnada de sangre así
que se calló y cayó.
Mamá Lucha quedó temblando con los dos brazos extendidos y el arma todavía
apuntando a donde había estado parado el Mancuerna. Darío supo que había
subestimado a su “hermana mayor”
Interrupción de magnates
-¿Dónde estás?
-¿Otra vez? Estoy trabajando. No me podés llamar así.
-Tranquilo viejito. ¿Para qué seguís trabajando si igual sos el dueño de
todo?
-Por no ir a trabajar vos vas a terminar fundiendo las plantas de energía
hippie esas que tenés. Bueno ¿para qué me llamaste? Otra vez estás cagado por si
no termina la partida.
-No, no. Todo lo contrario. Me tengo que ir a una reunión con el ministro
de energía y no voy a poder ver cómo te gano la flor.
-Estás equivocado, amigo, Hoy gano yo.
-¿Ah sí? ¿Y entonces por qué está mi reina apuntándole al pecho con un arma
a tu rey justo después de volarte la torre de un balazo?
-¿Cómo?
-Eso. Te dije que no subestimaras el poder de una madre herida.
-Puta madre. Todo por ese peón del orto.
-Me parece que tu asesina llega tarde.
-Ni me digas. Ineficiente de mierda.
-¿No hay manera de ver el futuro con este software, viejito?
-Estamos trabajando en eso pero aun no lo hemos logrado con precisión.
-Uh, qué lástima. Vamos a tener que juntarnos mañana a ver el final,
entonces.
-Dale. A primera hora.
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