4 / LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE (6)
La idea tradicional de la
iniciación se combina con una introducción del candidato a las técnicas, deberes
y prerrogativas de su vocación, con un reajuste radical de sus relaciones
emocionales con las imágenes paternas. El mistagogo (el padre o el sustituto
del padre) debe confiar los símbolos del oficio sólo a un hijo que ha sido
purgado en forma efectiva de todos los inapropiados lastres infantiles, y para
quienes el ejercicio impersonal, y justo de los poderes no habrá de ser impedido
por motivos inconscientes (o tal vez conscientes y racionalizados) de engrandecimiento
del yo, de preferencia personal o de resentimiento. Idealmente, el investido ha
sido despojado de su humanidad y representa una fuerza cósmica impersonal. Es
que ha nacido dos veces: ahora se ha convertido en el padre. Y ahora tiene el
poder, en consecuencia, de jugar él mismo el papel del iniciador, el guía, la
puerta del sol, al través de la cual se puede pasar de las iluminaciones
infantiles del “bien” y del “mal”, a una experiencia de la majestuosa fuerza
cósmica, purgada de la esperanza y del temor, y en paz con el entendimiento de
la revelación del ser.
“Una vez soñé -dice un
niño pequeño- que era yo capturado por balas de cañón (sic). Todas ellas empezaron a brincar y a aullar. Me sorprendí
cuando vi que estaba en la sala de mi casa. Había un fuego, y una olla sobre
él, llena de agua hirviendo. Me echaron en ella y de vez en cuando el cocinero
venía y me daba un pinchazo con el tenedor para ver si ya estaba cocido. Finalmente
me sacó y me sirvió el dueño de la casa, que se disponía a darme el primer
mordisco cuando me desperté”. (52)
“Soñé que estaba sentado
a la mesa con mi esposa -declara un caballero civilizado-. Durante el curso de
la comida estiré la mano y tomé a nuestro segundo hijo, un bebé, y fríamente
procedí a ponerlo en una sopera verde, llena de agua hirviendo o de algún otro
líquido caliente; de allí salió completamente cocinado, como un pollo a la
fricasé. Puse la vianda sobre la mesa en una rebanada de pan y la corté con mi
cuchillo. Cuando lo hubimos comido todo excepto una pequeña parte como una molleja
de pollo, levanté la cara preocupado y le pregunté a mi esposa: ‘¿Estás segura
de haber querido que yo hiciera esto? ¿Querías que nos lo comiéramos en la cena?’
Ella contestó, con ceño de sirvienta: ‘Después de haberlo cocinado tan bien, no
podíamos hacer otra cosa’. Me iba a comer el último pedazo cuando desperté.”
(53)
Esta pesadilla
arquetípica del padre ogro se actualiza en las pruebas de iniciación primitiva.
Los muchachos de la tribu australiana Murngin, como hemos visto, son aterrorizados
primero, y corren a sus madres. El Gran Padre Serpiente pide sus prepucios.
(54) Esto coloca a las mujeres en el papel de protectoras. Se toca un cuerno
prodigioso, llamado Yurlunggur, que se supone es la llamada del Gran Padre Serpiente
que ha salido de su agujero. Cuando los hombres vienen a buscar a los
muchachos, las mujeres se arman con lanzas y fingen no sólo luchar sino también
gritar y llorar, porque los pequeños van a ser alejados de ellas y “comidos”.
La pista de baile triangular de los hombres es el cuerpo del Gran Padre
Serpiente. Allí se exhiben a los muchachos, durante muchas noches, numerosas
danzas simbólicas de los diversos antepasados totémicos, y se les enseña los
mitos que explican el orden que existe en el mundo. También se les envía en una
larga jornada a los clanes vecinos y distantes, en imitación de los viajes
mitológicos de sus antepasados fálicos. (55)
De esta manera, “dentro”
del poder del Gran Padre Serpiente, son introducidos a un interesante mundo
nuevo objetivo que los compensa de la pérdida de la madre, y el falo masculino,
en vez del pecho femenino, es convertido en el punto central (axis mundi) de la imaginación.
Notas
(52) Kimmins, op. cit., p. 22.
(53) Wood, op cit., pp. 218-219.
(54) Supra, p. 18)
(55) W. Lloyd Warner, A Black Civilization (Nueva York y Londres, Harper and Brothers,
1937), pp. 260-285.
No hay comentarios:
Publicar un comentario