1º edición WEB:
elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018
DEL BARRIO 10
El juzgado era una vieja construcción (de cuando el barrio no estaba hecho
una mierda) a la que habían dividido con escritorios, bibliotecas y gente
corrupta. Pero el juez Cortez estaba haciendo una limpieza a fondo y muchas de
estas cosas ya se estaban yendo.
Un caballo negro con dientes blancos que llevaba a un tipo negro con las manos
aun más negras paró en un costado del juzgado. El Zurdo se bajó y ya estaba
revisando la basura, buscando mercadería para llevar al Colador. (Este dinerito
extra iba a servir para comprarles algún regalo a sus hijas.)
Con su mente ya proyectada en la sonrisa de las niñas empezó a cargar
papeles, cartones y plásticos. Los ásperos bolsones de arpillera ya estaban
embarazados de mugre cuando un cono naranja asomó desde atrás de unas cajas.
Los párpados blancos del Payaso Carcajada y los párpados negros del Zurdo se
arremangaron en silencio: uno de ellos había sido traído hasta ahí por la
muerte (para matar).
-¿Qué hace aquí entre la basura, Payaso?
-Trato de hacerla reír un poco. Veo que usted la convierte en algo
provechoso. Qué gesto tan generoso: la salva de su muerte.
-En el estado en el que está el barrio, cada vez es más difícil salvar a
algo de la muerte.
-Usted lo ha dicho, buen hombre. ¿Necesita una mano con todo esto?
-No, No se preocupe. Trabajar me da salud.
-Y lo respeto por eso: nos vemos en la vuelta. Tengo que seguir con mi
trabajito.
-Mucha suerte. Ojalá tengo éxito.
-Mejor que no, buen hombre. Mejor que no.
El Payaso agarró un par de cajas, las puso al lado de la puerta principal
del juzgado y se metió adentro. Al Zurdo no le llamó la atención. Ya estaba
acostumbrado (igual que todos los demás vecinos del barrio) a las
intervenciones delirantes del Payaso. Una lucecita roja iba a asomarse ni bien
el hombre de cara tatuada lo dejara de mirar.
Sin perder más tiempo, el Zurdo volvió a su tarea de engordar las bolsas de
arpillera con la basura que soñaba convertir en un regalo para sus hijas. Sin
embargo, volvió a interrumpirse al ver a una hermosa mujer arrimándose con la
cara tapada por un pañuelo violeta. Sus pasos eran firmes y sus rulos rubios desplegados
la perseguían a loa saltos. Perdido en verla caminar, el Zurdo apenas si
escuchó el tercer grito del juez Cortez que salía del juzgado.
-Caballero. ¿Me ayuda o no a sacar unas cajas que acabo de llenar? Acá ya
se fue todo el mundo pero con su ayuda seguramente liquidamos el laburo en un
viaje solo.
La mujer con el pañuelo violeta le clavó sus hermosos ojos grafiteados: los
clavó tan profundamente como el arma que iba a terminar matándola.
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