1ª edición / Caracol
al Galope 1999
1ª edición WEB /
elMontevideano Laboratorio de Artes 2018
PARTE
1
9
(1)
Esperaba que los otros
cuatro se fueran, aunque eso lo hiciera llegar tarde a todos lados, incluso
hasta a las clases, para desnudarse y mirarse en el espejo, antes de bañarse.
De vez en cuando se miraba como si todavía no lo pudiera creer y veía su propio
asombro rebotando, yendo y volviendo desde sus ojos, y pensaba: “No, no puede
ser. No. No”. De tanto mirarse llegaba al convencimiento de que debía haber un
error, porque a pesar de estar un poco más flaco veía el mismo rostro de
siempre, los mismos ojos grandes y los dientes, blancos y fuertes. Pero pasaban
unos minutos y volvía a enfrentarse al espejo y ahora sí la veía a la Maldita,
estaba ahí, girando absoluta en la circunferencia de los iris oscuros, parecía
no haber otra cosa que Ella. Y entonces sentía los huesos cansados, se veía el
cuerpo descarnado y huesudo y confirmaba que el mal estaba en él. “Esto es lo
que quedó de mi cuerpo” decía. “Y el alma. Lo poco que se sabe de ella, el
lugar en que se esconde y en el que guardamos nuestra mínima expresión de vida”.
Hasta que un día
descubrió la mancha sobre el hombro derecho. Trató de doblar el cuerpo para
verla mejor, pero siempre se observaba lo mismo. Al tacto no sentía ninguna
diferencia porque parecía algo subcutáneo, y después de un rato se olvidó de
ella. Cuando se fue a bañar al día siguiente se acordó de la mancha negra y
esta vez no la pudo encontrar en el espejo, por más que se contorsionó. Pero
dos días después apareció en el lado interno del brazo izquierdo, casi frente
al sobaco. La contempló sorprendido y sin poder entender cómo ella había
cambiado de lugar con tanta rapidez y sin que él lo advirtiera. Y sin embargo
era la misma mancha ovalada, casi una marca que hubiese sido dibujada con
precisión, idéntica, por lo que recordaba, a la que había antes sobre el
hombro. A partir de ese momento la mancha siguió dislocándose y cambiando de
lugar cada 24 horas, incomprensiblemente. Hasta que en una de las búsquedas en
el espejo creyó verla moverse, deslizarse lentamente, y verificó asombrado que
ella parecía poder desplazarse con tranquilidad por un sector que estaba abierto
debajo de la piel para sus patas invisibles, cambiando de lugar agazapada como
a la búsqueda de nuevos dobleces donde meter su sombra, como buscando algo que
ni siquiera ella parecía saber lo que era, tal vez un agujero, pensó con
terror: “No, no sólo un agujero para poder esconderse y desaparecer, no. Lo que
está buscando es un agujero para poder penetrar, introducirse en la oscuridad
de órganos indefensos donde deslizarse y crecer, poder ir dominándolos de a
poco como en una guerra casa por casa, puerta por puerta, cuarto por cuarto, y
poder seguir adelante con la ciega determinación de dejar atrás sólo lugares
desolados, inertes para siempre, frágiles y vencidos, como quien va atravesando
una casa solitaria y apagando las luces”.
Probó con agua caliente y
jabón y después con una lija para la piel y con una piedra para la planta de
los pies, pero lo único que logró fue irritar la zona de la mancha. Con una
aguja al rojo vivo y una tenaza trató de agujerearse la piel para extirpar
aquello que parecía una mancha de sangre, pero por más que se pinchó sólo
obtuvo dolor al atravesarse la carne. Entonces empezó a soñar con ella como si
pudiera avanzar con la fuerza de una marea incontrolable e inflexible que se
extendería en camadas subcutáneas sin que él pudiera hacer nada para evitarlo,
siendo sólo un espectador pasivo e indefenso de su silencioso reptar sin
escrúpulos, consideraciones ni vacilaciones, y que ni siquiera esbozaba el
menor indicio de cautela o duda como si supiera que nada ni nadie la detendría.
En el sueño ella también iba cambiando de lugar y de forma al mismo tiempo, y a
veces era oval y de límites tan precisos que hubieran podido delinearse como un
dibujo, y otras veces simulaba diluirse como restos de una nube en el espacio o
parecía una mancha gelatinosa que mientras andaba tenía una parte desprendida
en otra dirección, y él colocaba un dedo sobre su pecho y apretaba con fuerza
hasta que podía ver con total claridad cómo ella iba sobresaliendo por debajo
de la piel comprimida, sin detener ni variar en absoluto la trayectoria y la
velocidad de su movimiento. Y por un momento, mientras seguía manteniendo el
dedo sobre el límite traspasado por la mancha, se descubrió considerando la
posibilidad de que ella lo invadiera por completo, desde el cuero cabelludo
hasta las plantas de los pies, convirtiéndolo apenas en una mancha única con
pies. Y cuando despertaba y esperaba que
los otros cuatro se fueran para ir al baño se miraba largamente la mancha, como
si esa fuera la única forma de entenderla mejor o saber algo más sobre ella. “Entonces
es así” se dijo. Por primera le veía la cara al mal. Ahora sabía que tenía
forma, color, sustancia y movimiento. Se quedaba mirándola, calculando,
sopesándola y tratando de prever cuál sería su próximo paso, la estrategia o la
técnica adecuada para defenderse o atacar al enemigo. Por otro lado, ella, la
mancha, tenía un aspecto pacífico y estaba tranquilamente extendida por debajo
de la piel, sin que pudiera hacerse nada por el momento.
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