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EL VIENTO DE LA DESGRACIA (SIDA + VIDA) - DANIEL BENTANCOURT (20)


1ª edición / Caracol al Galope 1999
1ª edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes 2018

PARTE 1

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Esperaba que los otros cuatro se fueran, aunque eso lo hiciera llegar tarde a todos lados, incluso hasta a las clases, para desnudarse y mirarse en el espejo, antes de bañarse. De vez en cuando se miraba como si todavía no lo pudiera creer y veía su propio asombro rebotando, yendo y volviendo desde sus ojos, y pensaba: “No, no puede ser. No. No”. De tanto mirarse llegaba al convencimiento de que debía haber un error, porque a pesar de estar un poco más flaco veía el mismo rostro de siempre, los mismos ojos grandes y los dientes, blancos y fuertes. Pero pasaban unos minutos y volvía a enfrentarse al espejo y ahora sí la veía a la Maldita, estaba ahí, girando absoluta en la circunferencia de los iris oscuros, parecía no haber otra cosa que Ella. Y entonces sentía los huesos cansados, se veía el cuerpo descarnado y huesudo y confirmaba que el mal estaba en él. “Esto es lo que quedó de mi cuerpo” decía. “Y el alma. Lo poco que se sabe de ella, el lugar en que se esconde y en el que guardamos nuestra mínima expresión de vida”.

Hasta que un día descubrió la mancha sobre el hombro derecho. Trató de doblar el cuerpo para verla mejor, pero siempre se observaba lo mismo. Al tacto no sentía ninguna diferencia porque parecía algo subcutáneo, y después de un rato se olvidó de ella. Cuando se fue a bañar al día siguiente se acordó de la mancha negra y esta vez no la pudo encontrar en el espejo, por más que se contorsionó. Pero dos días después apareció en el lado interno del brazo izquierdo, casi frente al sobaco. La contempló sorprendido y sin poder entender cómo ella había cambiado de lugar con tanta rapidez y sin que él lo advirtiera. Y sin embargo era la misma mancha ovalada, casi una marca que hubiese sido dibujada con precisión, idéntica, por lo que recordaba, a la que había antes sobre el hombro. A partir de ese momento la mancha siguió dislocándose y cambiando de lugar cada 24 horas, incomprensiblemente. Hasta que en una de las búsquedas en el espejo creyó verla moverse, deslizarse lentamente, y verificó asombrado que ella parecía poder desplazarse con tranquilidad por un sector que estaba abierto debajo de la piel para sus patas invisibles, cambiando de lugar agazapada como a la búsqueda de nuevos dobleces donde meter su sombra, como buscando algo que ni siquiera ella parecía saber lo que era, tal vez un agujero, pensó con terror: “No, no sólo un agujero para poder esconderse y desaparecer, no. Lo que está buscando es un agujero para poder penetrar, introducirse en la oscuridad de órganos indefensos donde deslizarse y crecer, poder ir dominándolos de a poco como en una guerra casa por casa, puerta por puerta, cuarto por cuarto, y poder seguir adelante con la ciega determinación de dejar atrás sólo lugares desolados, inertes para siempre, frágiles y vencidos, como quien va atravesando una casa solitaria y apagando las luces”.

Probó con agua caliente y jabón y después con una lija para la piel y con una piedra para la planta de los pies, pero lo único que logró fue irritar la zona de la mancha. Con una aguja al rojo vivo y una tenaza trató de agujerearse la piel para extirpar aquello que parecía una mancha de sangre, pero por más que se pinchó sólo obtuvo dolor al atravesarse la carne. Entonces empezó a soñar con ella como si pudiera avanzar con la fuerza de una marea incontrolable e inflexible que se extendería en camadas subcutáneas sin que él pudiera hacer nada para evitarlo, siendo sólo un espectador pasivo e indefenso de su silencioso reptar sin escrúpulos, consideraciones ni vacilaciones, y que ni siquiera esbozaba el menor indicio de cautela o duda como si supiera que nada ni nadie la detendría. En el sueño ella también iba cambiando de lugar y de forma al mismo tiempo, y a veces era oval y de límites tan precisos que hubieran podido delinearse como un dibujo, y otras veces simulaba diluirse como restos de una nube en el espacio o parecía una mancha gelatinosa que mientras andaba tenía una parte desprendida en otra dirección, y él colocaba un dedo sobre su pecho y apretaba con fuerza hasta que podía ver con total claridad cómo ella iba sobresaliendo por debajo de la piel comprimida, sin detener ni variar en absoluto la trayectoria y la velocidad de su movimiento. Y por un momento, mientras seguía manteniendo el dedo sobre el límite traspasado por la mancha, se descubrió considerando la posibilidad de que ella lo invadiera por completo, desde el cuero cabelludo hasta las plantas de los pies, convirtiéndolo apenas en una mancha única con pies.  Y cuando despertaba y esperaba que los otros cuatro se fueran para ir al baño se miraba largamente la mancha, como si esa fuera la única forma de entenderla mejor o saber algo más sobre ella. “Entonces es así” se dijo. Por primera le veía la cara al mal. Ahora sabía que tenía forma, color, sustancia y movimiento. Se quedaba mirándola, calculando, sopesándola y tratando de prever cuál sería su próximo paso, la estrategia o la técnica adecuada para defenderse o atacar al enemigo. Por otro lado, ella, la mancha, tenía un aspecto pacífico y estaba tranquilamente extendida por debajo de la piel, sin que pudiera hacerse nada por el momento.

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