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/ LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE (7)
La instrucción en la
larga serie de ritos culmina, en la liberación del pene-héroe del muchacho se
la protección de su prepucio, a través del terrorífico y doloroso ataque del
circuncidador. (56) Entre los Arunta, por ejemplo, el bramido del toro se oye
por todas partes cuando ha llegado el momento de romper con el pasado en forma
decisiva. Es de noche, y bajo la luz sobrenatural del fuego, aparecen de pronto
el circuncidador y su ayudante. El bramido de toro es la voz del gran demonio
de la ceremonia y los dos cirujanos son su aparición. Con las barbas metidas en
la boca, queriendo decir furia, con las piernas bien abiertas y los brazos
extendidos hacia adelante, los dos hombres se quedan perfectamente quietos, el
que va a hacer la operación al frente, sosteniendo en la mano derecha el
pequeño cuchillo de pedernal con el cual ha de llevarse a cabo la operación, y
su ayudante parado muy cerca detrás de él, de manera que los dos cuerpos se
toquen. Entonces un hombre se acerca a través de la luz del fuego, con un
escudo en equilibrio sobre su cabeza al mismo tiempo que chasquea el pulgar y
el índice de cada mano. Los bramidos de toro sigue haciendo un escándalo
tremendo que pueden escuchar hasta las mujeres y los niños en su distante
campamento. El hombre que lleva el escudo en la cabeza se inclina sobre una de
sus rodillas frente al que hace la operación, e inmediatamente uno de los
muchachos es levantado del suelo por un grupo de sus tíos que lo llevan con los
pies hacia adelante y lo colocan sobre el escudo, mientras que en tonos hondos
y fuertes se escucha un canto de todos los hombres. La operación se lleva a
cabo con rapidez y las temibles figuras se retiran inmediatamente de la zona
alumbrada; el muchacho más o menos aturdido, recibe los parabienes y las
felicitaciones de los hombres cuya condición ha alcanzado ahora. “Te has
portado bien -le dicen- no gritaste”.
Las mitologías de los
nativos australianos enseñan que los primeros ritos de iniciación se hacían de
tal manera que todos los jóvenes murieran. (58) Ese ritual aparece, entre otras
cosas, como expresión dramatizada de la agresión de Edipo de la generación
mayor, y la circuncisión como una castración mitigada. (59) Pero el rito
suministra también el impulso caníbal y parricida del más joven y creciente grupo
de varones, y al mismo tiempo revela el aspecto benigno y generoso del padre
arquetípico; pues durante el largo período de la instrucción simbólica, hay un
momento en que los iniciados son forzados a vivir sólo de la sangre recién
extraída del cuerpo de los hombres mayores. “Los nativos -se nos dice- están
particularmente interesados en el rito de la comunión cristiana, y habiéndolo
escuchado de los misioneros lo comparan a sus rituales en que beben sangre”.
(60)
Notas
(56) “El padre (el que
realiza la circuncisión) es quien separa al hijo de la madre -escribe el Dr.
Róheim-. Lo que se corta al muchacho es en realidad la madre… El bálano en el
prepucio es la creatura de la madre.” (Géza Róheim, The Eternal Ones of
the Dream, pp. 72-73.) Es interesante anotar la continuación
hasta el día de hoy del rito de la circuncisión en los cultos hebreo y mahometano,
donde el elemento femenino ha sido escrupulosamente purgado de la mitología,
oficial y estrictamente monoteísta. Dice el Corán (IV. 116, 117): “En verdad,
Alá no perdona que se asocie con él…” “No invocan fuera de él sino hembras. En
verdad, no invocan sino al Schaitán protervo.”
(57) Sir Baldwin Spencer y F.J.Gillen, The Arunta (Londres, Macmillan and Co.,
1927), vol. I, pp. 201-203.
(58) Róheim, The
Eternal Ones of the Dream, pp. 49 ss.
(59) Ibid., p.
75.
(60) Ibid., p.
227, citando a R. y C. Berndt, “·A preliminary Report of Field Work in the
Ooldea Region, Western South Australia”, Oceania,
XII, p. 323 (1942).
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