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EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (56) - JOSEPH CAMPBELL


4 / LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE (7)

La instrucción en la larga serie de ritos culmina, en la liberación del pene-héroe del muchacho se la protección de su prepucio, a través del terrorífico y doloroso ataque del circuncidador. (56) Entre los Arunta, por ejemplo, el bramido del toro se oye por todas partes cuando ha llegado el momento de romper con el pasado en forma decisiva. Es de noche, y bajo la luz sobrenatural del fuego, aparecen de pronto el circuncidador y su ayudante. El bramido de toro es la voz del gran demonio de la ceremonia y los dos cirujanos son su aparición. Con las barbas metidas en la boca, queriendo decir furia, con las piernas bien abiertas y los brazos extendidos hacia adelante, los dos hombres se quedan perfectamente quietos, el que va a hacer la operación al frente, sosteniendo en la mano derecha el pequeño cuchillo de pedernal con el cual ha de llevarse a cabo la operación, y su ayudante parado muy cerca detrás de él, de manera que los dos cuerpos se toquen. Entonces un hombre se acerca a través de la luz del fuego, con un escudo en equilibrio sobre su cabeza al mismo tiempo que chasquea el pulgar y el índice de cada mano. Los bramidos de toro sigue haciendo un escándalo tremendo que pueden escuchar hasta las mujeres y los niños en su distante campamento. El hombre que lleva el escudo en la cabeza se inclina sobre una de sus rodillas frente al que hace la operación, e inmediatamente uno de los muchachos es levantado del suelo por un grupo de sus tíos que lo llevan con los pies hacia adelante y lo colocan sobre el escudo, mientras que en tonos hondos y fuertes se escucha un canto de todos los hombres. La operación se lleva a cabo con rapidez y las temibles figuras se retiran inmediatamente de la zona alumbrada; el muchacho más o menos aturdido, recibe los parabienes y las felicitaciones de los hombres cuya condición ha alcanzado ahora. “Te has portado bien -le dicen- no gritaste”.

Las mitologías de los nativos australianos enseñan que los primeros ritos de iniciación se hacían de tal manera que todos los jóvenes murieran. (58) Ese ritual aparece, entre otras cosas, como expresión dramatizada de la agresión de Edipo de la generación mayor, y la circuncisión como una castración mitigada. (59) Pero el rito suministra también el impulso caníbal y parricida del más joven y creciente grupo de varones, y al mismo tiempo revela el aspecto benigno y generoso del padre arquetípico; pues durante el largo período de la instrucción simbólica, hay un momento en que los iniciados son forzados a vivir sólo de la sangre recién extraída del cuerpo de los hombres mayores. “Los nativos -se nos dice- están particularmente interesados en el rito de la comunión cristiana, y habiéndolo escuchado de los misioneros lo comparan a sus rituales en que beben sangre”. (60)


Notas

(56) “El padre (el que realiza la circuncisión) es quien separa al hijo de la madre -escribe el Dr. Róheim-. Lo que se corta al muchacho es en realidad la madre… El bálano en el prepucio es la creatura de la madre.” (Géza Róheim, The Eternal Ones of the Dream, pp. 72-73.) Es interesante anotar la continuación hasta el día de hoy del rito de la circuncisión en los cultos hebreo y mahometano, donde el elemento femenino ha sido escrupulosamente purgado de la mitología, oficial y estrictamente monoteísta. Dice el Corán (IV. 116, 117): “En verdad, Alá no perdona que se asocie con él…” “No invocan fuera de él sino hembras. En verdad, no invocan sino al Schaitán protervo.”
(57) Sir Baldwin Spencer y F.J.Gillen, The Arunta (Londres, Macmillan and Co., 1927), vol. I, pp. 201-203.
(58) Róheim, The Eternal Ones of the Dream, pp. 49 ss.
(59) Ibid., p. 75.
(60) Ibid., p. 227, citando a R. y C. Berndt, “·A preliminary Report of Field Work in the Ooldea Region, Western South Australia”, Oceania, XII, p. 323 (1942).

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