lunes

EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (55) - JOSEPH CAMPBELL


4 / LA RECONCILIACIÓN CON EL PADRE (4)

La necesidad de que el padre sea muy cuidadoso, y de que admita en su casa sólo a aquellos que han sido completamente probados, queda ilustrada por la desgraciada experiencia del joven Faetón, descrita en una famosa fábula griega. Nacido de una virgen en Etiopía y azuzado por sus compañeros para que buscara a su padre, atravesó Persia y la India para llegar al palacio del Sol, porque su madre le había dicho que su padre era Febo, el dios que guiaba el carro del Sol.

“El palacio del Sol estaba en las alturas sostenido por elevadas columnas, lleno de reflejos de oro y de bronce que brillaban como el fuego. Los techos estaban coronados de marfil pulido; irradiaban las puertas dobles de plata bruñida. Y lo artístico del trabajo superaba la belleza de los materiales.”

Faetón subió por el camino y llegó hasta la casa. Allí descubrió a Febo sentado en un trono de esmeraldas, rodeado de las Horas y de las Estaciones, del Día, el Mes, el Año y el Siglo. El atrevido joven se detuvo en el umbral, pues sus ojos mortales no podían soportar la luz; pero el padre, gentilmente, le habló a través del vestíbulo.

“¿Por qué has venido? -preguntó- ¿Qué buscas, oh Faetón, hijo que ningún padre negaría?”

El joven respondió respetuosamente: “Oh padre mío (si me dais el derecho de llamaros así)) ¡Febo! ¡Luz del mundo entero! Dadme una prueba, padre mío, por la cual todos sepan que soy vuestro verdadero hijo.”

El gran dios se quitó su corona deslumbrante y dijo al joven que se acercara. Lo tomó entre sus brazos. Luego le prometió, sellando la promesa con un juramento, que cualquier prueba que deseara le sería concedida.

Lo que Faetón deseaba era el carro de su padre, y el derecho de guiar los caballos alados por un día.

“Esta petición” -dijo el padre- demuestra que he prometido con demasiada prisa”. Hizo alejar un poco al muchacho y trató de disuadirlo. “En tu ignorancia -le dijo- pides más de lo que puede darse, no sólo a ti sino a los dioses. Cada uno de los dioses puede hacer lo que desee, sin embargo, ninguno, salvo yo, puede guiar mi carro de fuego; no, ni siquiera Zeus.

Febo razonaba, pero Faetón no cedía. Incapaz de retirar su juramento, el padre retardaba el cumplimiento tanto como el tiempo se lo permitía, pero finalmente se vio forzado a conducir a su obstinado hijo al carro prodigioso: el carro tenía los ejes y las barras de oro, las ruedas adornadas de oro y con su anillo de clavos de plata. El yugo estaba afianzado con crisolitas y joyas. Las Horas sacaron a los cuatro caballos de los altos establos y los caballos respiraban fuego y habían comido aliento ambrosíaco. Los colocaron en las resonantes bridas y los grandes animales pateaban las barras. Febo frotó la cara de Faetón con un ungüento para protegerlo contra las llamas y luego colocó en su cabeza la radiante corona.

“Si, por lo menos, quisieras obedecer las advertencias de tu padre -aconsejó la divinidad-, procurarías no usar del látigo y tirar de las riendas fuertemente. Los caballos van siempre muy de prisa sin necesidad de apurarlos. No sigas el camino directamente a través de las cinco zonas del cielo, en la bifurcación vuélvete a la izquierda, te será fácil ver las huellas de mis ruedas. Además, para que el cielo y la tierra tengan igual calor, cuida de no subir ni bajar demasiado; si subes mucho quemarás los cielos y si bajas demasiado incendiarás la tierra. El camino de en medio es el más seguro.

Pero, apresúrate. Mientras hablo, la noche ha llegado a su meta en la playa de occidente. Nos llaman. Mira, brilla el amanecer. Muchacho, que la Fortuna te guíe y te conduzca mejor de lo que lo harías tú mismo. He aquí las riendas.”

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+