por Andrés Pinzón-Sinuco
Para escribir sobre Joaquín
Sabina (Úbeda, Jaén, 1949) no es necesario haber bebido quince o veinte
copas, pero ello tampoco resulta un impedimento.
Sabina es de los pocos cantantes y compositores que guarda legiones de
cómplices a uno y otro lado del Atlántico. Cada vez más fieles e
incorruptibles. No les ofrece nada, salvo unas cuantas canciones que para
muchos lo son todo, no por reveladoras, sino por comunes. Canciones que les
hablan de sí mismos, de su endiablada manera de ser. De lo contradictorio que
habita entre el deseo y la norma.
Podemos abrigar los lugares comunes. Decir que su música, y sobre todo
sus letras, son sinónimo de la noche, de la melancolía y del alcohol. Podemos
decir que se ha empeñado en reescribir la canción de las noches perdidas, que
se canta al filo de la madrugada. Una madrugada que casi nunca tiene
corazón.
Y sería sencillo citar su biografía: exiliado en Londres, durante el
régimen franquista; hijo pródigo que vuelve a casa una vez muerto el dictador;
uno de los protagonistas de la movida madrileña, aquel movimiento
contracultural surgido durante la etapa de la transición posfranquista (aunque para
Sabina, él y Javier Krahe más bien eran unos after-hippies con
barbas nazarenas). Luego un modesto éxito con el álbum La Mandrágora, grabado en el extinto bar del mismo
nombre; después sobrevendría el Sabina querido comercialmente, escuchado por
las masas; entonces el salto a Latinoamérica…; en fin, quienes lo siguen saben
estas cosas.
Al fin y el cabo
hubo 19 días y 500 noches de un galán de tres pesos adicto a fracaso y al
tabaco
Casi un iconoclasta con paraguas -por si llueve-, dispuesto a todo,
incluso a defraudarte, y cuya única religión es el cuerpo de mujer.
Descreído, en fin, de cuanta autoridad o dios se ponga por delante. Esa es la
caricatura que él, no sin la ayuda de sus fanáticos, ha construido. Sin
embargo, en la senectud, como él mismo la llama, admite estar harto de ser «el
profeta del vicio». Ha declarado negarlo todo.
Sabina es tantas cosas para tantos hispanohablantes que definirle es una
generalización abyecta. En casi todos los lugares que he visitado habita alguna
persona cautivada por su oficio de componer canciones inteligentes, sentidas,
demagógicas, puntillosas, descorazonadas (como deben ser), que desentrañan lo
más banal o lo más profundo, o que simplemente, como dice él, aportan un hombro
para llorar. Cada quien le aporta su propio significado a las cosas, ¿no?
La parte noticiosa es que nació hace 70 años. Se dice pronto, pero son
muchos. Y sin embargo, para él puede que sean muy pocos. La vida sigue como
siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Como lo dice él mismo en Donde
habita el olvido.
Atrás quedan los
años en los que invitaba a las jovencitas a descuidar su disciplina y lo que se
consideraba moralmente correcto
Pero al mismo tiempo nos ha trazado un panorama a los demás, a los que
venimos detrás acumulando tiempo y experiencias, sumando lunas y dejando la
bolsa y la vida.
Joaquín Ramón Martínez Sabina, el hijo de un policía de provincias y de
una ama de casa, ha sido fundamental para que algunos entendieran su propio
devenir, porque como pocos fue también el punto de contacto de muchísima gente
con la poesía y la literatura. Necesitamos del arte para entendernos, pero
también para expresarnos.
En una entrevista concedida a Javier Menéndez Flores, con quien
firmó el libro En carne viva, Joaquín admite que «sin el arte
muchos seríamos asesinos en serie». Gracias a él, otros han conocido la
obra de César Vallejo o de Pablo Neruda, de Luis
Cernuda y de Quevedo.
No en vano, según
el poeta Luis García Montero, Sabina ha si omás que todo un poeta metido a
cantante, y no un cantante metido a poeta
Es sabido que su primera conexión con Latinoamérica fue a través de la
poesía de nuestra literatura encarnada en Gabriel García
Márquez, Alfredo Bryce Echenique, Jorge Luis Borges y Julio
Cortázar, entre otros muchos. Luego América Latina lo respaldaría llenando los
escenarios en los que se presentaba, «con éxito de crítica y público».
De múltiples maneras ha explicado la complicada relación entre hombres y
mujeres. Nos ha indicado que se puede vivir de las profesiones que van por
dentro, aportando la banda sonora de muchas relaciones, que en su mayoría
terminan mal y tarde. Y que hay que ser tozudo con lo que se quiere en serio.
Hablar de Sabina es un asunto sencillo. Basta con hacer memoria
sentimental. No hace falta sino echar mano de las veces en las que bellas
mujeres que antes dijeron que sí, luego dijeron que no. Normal. Nos pasa a
todos. Pero Joaquín lo ha sabido explicar mejor que nadie. Sin machismos, sin
cursilerías, o con la mínima de esta última.
*Ruleta Rusa agradece las facilidades de la revista Otras Inquisiciones para la publicación de este
artículo.
Periodista y escritor colombiano. Participante del Pen Club Colombia de
Escritores. Trabajó durante ocho años como editor y periodista en el periódico
El Universal, de Cartagena de Indias. Además, desarrolló el programa de UdeC
Radio 'Trovadores' de la Universidad de Cartagena, especial musicalizado del
cual es director y realizador. Fue ponente en 2015 de la Tercera Edición de la
Conferencia Internacional de la Ética en la Comunicación, de Sevilla, España,
con la comunicación escrita titulada 'El concepto de la ética en la obra de
Gabriel García Márquez'. Trabajó en 2014 como Asesor de Prensa en la
Universidad Internacional de Andalucía (UNÍA), de España. Tiene un diplomado en
Formación Pedagógica de la Universidad de Cartagena, institución de la cual es egresado
del programa de Comunicación Social y Periodismo. Actualmente reside en
Alemania, país del cual estudia su cultura e idioma. Es el Director General de
Otras Inquisiciones.
(RULETA RUSA / 14-3-2019)
(RULETA RUSA / 14-3-2019)
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