por Sergio Ramírez
Viejo
revolucionario, poeta místico y sacerdote popular, Ernesto Cardenal acaba de
ser rehabilitado por el Papa en sus funciones clericales, de las que había sido
apartado por Juan Pablo II debido a su adscripción a la Teología de la
Liberación. Hoy, el poeta nicaragüense que fuera ministro de cultura de la
Revolución Sandinista, es uno de los más acérrimos críticos del gobierno de
Daniel Ortega. Esta es la historia de Ernesto Cardenal contada por su amigo y
compañero de luchas, el escritor Sergio Ramírez.
Ernesto Cardenal ha sido mi vecino
calle de por medio durante cuarenta años en Managua. Se cruzaba a la hora del
desayuno a dejarme lo que había escrito, aún quizás esa misma mañana, y cuando
yo terminaba una novela iba a dejársela también, recién salida de la impresora.
Es uno de mis maestros de la prosa, porque en su poesía aprendí mucho del arte
narrativo y de la cadencia de las palabras.
Lo conocí en 1960, cuando recién
regresaba de Medellín donde se había hecho sacerdote, y acababa de decir su
primera misa en Managua, aunque desde antes su poesía había marcado no sólo mi
rumbo literario, sino el de toda mi generación. Maestro mío, compañero de
luchas en la Nicaragua siempre convulsa, un hermano mayor a quien siempre he
tenido al lado.
Su huella es muy profunda y visible
en la gran poesía latinoamericana. Esa naturaleza narrativa de su poesía que me
marcó y me sedujo desde la adolescencia, es lo que fue bautizado como
exteriorismo, un término que puede prestarse a confusiones pues parecería negar
su dimensión íntima.
Que la prosa se trasiega en la poesía
lo aprendió Ernesto de Whitman y Sandburg, quienes le enseñaron una lírica
terrenal y cotidiana, y a mi generación él le descubrió también a T.S. Elliot y
Ezra Pound, a quienes tradujo. Así hizo que la poesía nicaragüense siguiera
siendo moderna, como empezó a serlo desde Rubén Darío.
Narrativa es la poesía de Hora
0, de 1957, un relato de las dictaduras tropicales de Centroamérica y de
las intervenciones militares que lejos de tener nada panfletario funciona como
una evocación doliente. Y desde ese registro pasará a Gethsemani Ky,
de 1960, donde pone en contrapunto sus turbulentos años de juventud en Managua
con su vida de novicio trapense en Kentucky, donde se encontró con Thomas
Merton, su maestro de novicios.
Luego vendrán sus Epigramas,
de 1961. Entre ellos figuran algunos de sus poemas más populares, los de tema
amoroso, de ingeniosa precisión, alimentados por sus lecturas académicas de
Catulo y Marcial mientras estudiaba humanidades en la Universidad Autónoma de
México.
La muerte de Marilyn Monroe en 1962,
inspiró su elegía a la muchacha que como toda empleadita de tienda soñó ser
estrella de cine, una profunda reflexión sobre la fabricación de los ídolos del
espectáculo a costa de los propios seres humanos elevados a los altares de la
fama. Es uno de sus poemas más difundidos y celebrados.
En 1966 vendría El estrecho
dudoso. Apegándose a la letra de las crónicas de Indias, revive episodios
de la conquista alrededor de la obsesión por el Estrecho Dudoso, el paso hacia
la mar del Sur buscado tan afanosamente desde entonces, y que ha tenido tanto
que ver hasta hoy con la ambición por el canal interoceánico, el último de eso
episodios protagonizado por el aventurero Wang Ying, quien a pesar del engaño
urdido, un canal que nunca se construirá, sigue siendo dueño de una concesión
que le entrega por cien años la soberanía del país.
Ordenado sacerdote en 1965, Ernesto
fundó en el mismo año la comunidad cristiana de Solentiname, en el Gran Lago de
Nicaragua; una comunidad que primero iba a ser contemplativa, ideada con
Merton, y donde se suponía que vendría a vivir al lado de su discípulo. La
muerte se lo impidió y la comunidad se volvió campesina. Allí floreció una
escuela de pintores y escultores primitivos que llegó a adquirir fama
internacional. En Solentiname lo visitaría Julio Cortázar en 1976, de lo cual
quedó memoria en su cuento Apocalipsis de Solentiname.
De ese mismo año son los Salmos,
surgidos de sus lecturas de los del Antiguo Testamento, pero llevados a la vida
moderna: la opresión, los sistemas totalitarios, el genocidio, los campos de
concentración, las amenazas del cataclismo nuclear, la sociedad de consumo
desbocada. Fue un libro de trascendental influencia para los jóvenes alemanes y
de otros países europeos.
Tras el triunfo de la revolución
sandinista en 1979, fue nombrado Ministro de Cultura, un puesto que aceptóa
pesar de su reticencia frente a la burocracia. Llevó adelante un proceso
transformador rodeado de jóvenes cineastas, escritores, artistas plásticos,
cantautores. Al mismo tiempo, su hermano Fernando, sacerdote jesuita, tomaba el
timón de la Cruzada Nacional de Alfabetización.
Vivió circunstancias amargas en esos
años, cuando fue empujado a renunciar a su cargo por intrigas de la primera
dama Rosario Murillo, quien quería para ella todas las atribuciones culturales,
sin atender que se atropellaba a una de las figuras literarias claves de la
lengua. En su libro de memorias La revolución perdida, publicado en
2004, puede leerse su juicio implacable sobre quienes malversaron la revolución
en la que él se comprometió a fondo desde su fe cristiana.
El Vaticano lo suspendió ad
divinis, por su adhesión a la Teología de la Liberación y por negarse a
renunciar a su cargo de ministro, y cuando Juan Pablo II visitó Nicaragua en
1983, se hizo célebre la fotografía del momento en que, con el dedo alzado
reprende a Ernesto, quien se halla de rodillas con su boina vasca en la mano.
El Papa Francisco le hizo llegar en febrero
de este año una carta en la que anulaba esas sanciones y restablecía su
condición sacerdotal. En su cama del hospital en Managua el Nuncio Apostólico
le impuso la estola y ambos concelebraron una misa de gloria.
Su escritura dio un vuelco trascendental
con el Cántico Cósmico, de 1989. Su comunicación mística con la
divinidad se convierte en una relación de pleno erotismo, el alma que se acopla
con su creador en el más exaltado de los gozos, tal como en la poesía de San
Juan de la Cruz y Santa Teresa.
La exploración de los cielos en ese
libro es también la de los recuerdos de su pasado, la vieja Granada de su
infancia, las muchachas que amó en la adolescencia, su juventud de cantinas,
fiestas banales y burdeles, como si volteara el telescopio hacia dentro de sí
mismo.
Un gran final de fiesta de su obra y
de su vida donde se funden los misterios de la creación y los de la existencia,
de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y
donde su mirada mística busca en el Creador la explicación del todo, amor,
muerte, poder, locura, pasado y futuro, formas de la eternidad.
Fuera ahora del hospital, adonde ha
recurrido varias veces en los últimos meses, ha reemprendido de nuevo la
escritura, algo que se ha vuelto consustancial a su vida. Su oficio para
siempre.
(NUEVA SOCIEDAD / 3-2019)
(NUEVA SOCIEDAD / 3-2019)
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