domingo

RICARDO AROCENA - EL GRITO / VERSIÓN COMPLETA Y DEFINITIVA (3)


(Una historia de amor, pasión y muerte, nacida en tiempos de la Patria Vieja)

Promedia el mes de enero. El sol cae a pique, agobia. Los vecinos buscan refugio bajo los aleros de las casas, en las arboledas o en el monte virgen que rodea al Río Negro. Otros, más osados, se sumergen en el río, caminan por las inmaculadas arenas color tiza, o entretienen su ansiedad recurriendo a las artes de la pesca. Si tienen suerte pueden hacerse de alguna tararira, de una boga, de algún pejerrey, aunque lo que predomina en verano son los dorados. Pero para conseguirlos, los circunstanciales pescadores deben batallar con imposibles nubes de mosquitos, que feroces caen sobre sus curtidos rostros. También Correa debe enfrentar aquella caballería voladora mientras cruza los montes de algarrobo plagados de espinosos nidos de cotorras. Viera lo alcanza cuando está llegando a su casa. Está alterado.

-Ya tengo más de cincuenta hombres. ¿Cuándo es el día?

Correa nota la decisión que embarga a Viera y solamente atina a decir, como la vez anterior:

-No es tiempo aun, continúe acopiando más gente.

Ya no puede sostener la situación y por eso le promete que inmediatamente comenzará a convocar a sus seguidores, para que estén listos a su llamado. Palpa diariamente que los ánimos de los vecinos están sobrecargados. Podían decidir no esperar más y pasar por encima de las recomendaciones y cualquier error apeligra costar caro. Entonces rumbea hasta el rancho de Jacinto Gallardo. Y le dice:

-Llame al Comisionado del Cololó, don Félix Rodríguez. Es preciso llevar adelante la obra…

***

Félix y Correa tienen casi la misma edad y son viejos amigos, por eso el encuentro desborda de regocijo y picardías, hasta que el Alférez baja a su antiguo compinche teatralmente a la realidad.

-Ha llegado el momento que usted demuestre con denuedo su amor a la patria.

Don Félix lo mira expectante. Algo trascendente lo espera.

-Pa´ lo que usted mande…

-Se alarma porción de gente, con Pedro Viera a la cabeza.

No hay que explicar más. Los dos saben de qué se trata.

-Para atacar estos pueblos y sujetarlos al gobierno de Buenos Aires, es preciso que usted convoque todo su vecindario, para que cuando les avise Viera, corra con su gente a la reunión.

El Comisionado se despide embargado por la emoción. Inmediatamente Correa manda a llamar a Sebastián Cornejo, Basilio Cabral y Francisco Bicudo, en los que deposita la mayor confianza.

Ni bien llegan, les impone de qué se trataba.

-Cada uno de por sí, como cabezas de división, convoquen a todos los que puedan en los partidos de Coquimbo y Sarandí, para cuando Viera les avise.

Entusiasmado Bicudo responde por los tres.

-¡Hay que abajar la cerviz y el orgullo de los españoles, de quienes merecimos tantas injurias!

Correa los mira perderse entre los montes. El camino ha sido iniciado.

***

De cuando en cuando el ardor del sol incendia algún pastizal. Principios de febrero es de preparativos. Ahora la expectativa es más concreta, tiene nombre y apellido. Pero la espera continúa y para aliviarla corren las pencas o en el bar, las partidas de naipes y taba. Hay que ajustar detalles y por eso Viera visita de nuevo a Correa.

-Ya tengo más de ochenta hombres -simplemente informa, dejando caer, como que ya está todo pronto para el levantamiento.

-Aún no es tiempo, continúe reuniendo gente…-lo contiene Correa.

Y agrega:

-Yo contribuyo con tres armamentos completos y suficientes municiones, puramente míos. Cuando sea ocasión, pase aviso a Francisco Bicudo, Sebastián Cornejo y Basilio Cabral, que están encargados de reunir partidarios de Coquimbo, Cololó y Sarandí.

Indirectamente le está diciendo que confíe, que también ha estado actuando. Y no solamente con palabras.

Por su parte Reyes ha continuado yendo y viniendo a pedido de Correa. Ha recorrido pago tras pago y ha traído muchas noticias, pero no la que todos esperan. Pocos días después vuelve Viera para entrevistarse con Correa. Está exasperado:

-¡La gente se manifiesta descontenta por lo que se retarda el avance!

Lo peor que puede ocurrir es que la población estalle en forma desorganizada y sin control. Un error puede ser fatal.

-¡Contenga! ¡Contenga un poco! Aguardo noticias de Gualeguay, el fin es asegurar una obra de tanto bulto -casi suplica el Alférez.

Los vecinos los ven pasar y para muchos más que un augurio, es un mandato. Por más faenas de campo que cualquiera pueda tener encima es imposible sustraerse al colosal espectáculo. La yeguada es enorme. Han recorrido grandes distancias y lejos de huir de la presencia humana, los baguales se acercan a los que miran, para luego continuar desfilando. Sus cuerpos elásticos, nunca sometidos, infunden el libre albedrío. Su presencia y su andar de por si convoca a la liberación.

***

Promedia febrero. El pequeño grupo de hombres cruza como una ráfaga. Viene de Colonia. Son criollos conocidos y respetados. Los que los ven nada dicen, pero sospechan, adivinan. Por algo van hacia el norte. Uno de ellos es venerado en la campaña. Era Blandengue. ¿Lo seguirá siendo? Simplemente verlo alborota los ánimos, infunde seguridades. Y así, por lo menos entre los que asisten a aquella pequeña cruzada, llueven las especulaciones, algo trascendente está ocurriendo. Algo incontenible. ¿Será un símbolo de lo que vendrá, una clarinada de la historia?

A esta altura todos en Capilla de Mercedes complotan. Unos reclutan a otros, y a su vez estos intentan reclutar a los que reclutan. La región es un manojo de intrigas. El vecino de Mercedes y Sargento de Milicias de Colonia, Don Martín Brocal, es un hombre de prestigio, tiene gran partido en toda la jurisdicción y es un apasionado de Buenos Aires. Por eso, confiado, Correa en persona le cuenta en lo que anda. Y agrega:

-Entusiasme a cuantos pueda… Actúe como un verdadero apóstol, para toda laya de gente.

El sargento cumple con creces el encargo, pero no con discreción. La noche del veintiuno de febrero nunca se borrará de su memoria, porque ese día, aquel período turbulento, desintegra a su familia. El error fue confiar en su hermano, Alférez de su misma compañía. Deseoso de traerlo a su partido, mientras matean, le cuenta sus planes, pero resulta ser adicto a los españoles. El Alférez se muestra indeciso y ni bien se despiden, corre a precaver a su concuñado, un portugués, para que oculte sus bienes, porque están por atacar al pueblo. Y el portugués corre a informarle a otro portugués, llamado Don Pedro, quien inmediatamente da parte al Alcalde. Todo ocurre con extrema rapidez, en ese momento no son más de las diez de la noche. Y, como no puede ser de otra manera, se alarman los españoles, que colocan en las bocacalles cinco plazas de artillería y lanzan sus patrullas por las calles de Mercedes.

Por la infidencia, no será posible tomarlos por sorpresa.

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