domingo

EL TALLER DE LA VIDA / confesiones (29)


HUGO GIOVANETTI VIOLA

Primera edición: Caracol al Galope / elMontevideano Laboratorio de Artes (2009)
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes (2018)
Retrato de portada: Horacio Herrera.

TRES: LA SOLEDAD DEL PARAÍSO

19 / ARTIGAS


Cuando estaba en quinto año de escuela le pedí a mi maestra para recitar mi propio poema sobre Artigas en una fiesta patria y a Ángela Vigorito le pareció muy bien. Ella nació para respetar las intuiciones de los niños. Y yo siempre supe que en las entretelas de aquel héroe hervía una patria alta y prácticamente secreta y con el tiempo se me transformó en un tesoro dificilísimo de buscar y descifrar, porque en realidad ya lo había encontrado cuando mi viejo me leía el sermón de la montaña en el tallercito de Punta Gorda.

La cultura oficial uruguaya, en cambio, me lo escondió sistemáticamente con la violencia simbólica de su laicismo positivista. Y ese chaleco te lo sacás o perdiste. Artigas les ordenaba ser libres a los jefes de las provincias. Quiere decir: pensar y elegir. Lo demás es servidumbre.

El quijotismo utopista del imperio español no logró cosmizar con vuelo lo que seguimos llamando el caos americano. Pero los jesuitas, después olímpicasmente barridos por el despotismo ilustrado que manipulaba a la misma Roma, supieron empastar lo gótico y lo ctónico, el ser sagrado latente tanto en el supuesto civilizador como en los indios y los esclavos con sed de divinidad, para obtener el símbolo unificador, per crucen ad rosam, del Aurum Philosophorum. Nuestra alquimizada estrella dorada y esencialmente mestiza. Pero teísta y no deísta.

En el estadio arcaico, señala Jung, la experiencia numinosa del proceso de individuación atañe al chamán y al hechicero, más tarde, al médico, al profeta y al sacerdote, y en el estadio civilizado, finalmente, a la filosofía y a la religión. Las vivencias de enfermedad, tortura, muerte y curación propias del chamán entrañan en un estado superior las ideas del sacrtificio, del restablecimiento total, de la transustanciación y de la elevación que culmina en el hombre pneumático o, dicho en una palabra, la idea de la apoteosis.

Y Artigas, que tuvo una formación franciscana de impronta universitaria jesuítica y un adiestramiento salvaje in situ, captó visionariamente esta potencialidad integrada y vertebradora y ya al entrar a los Blandengues empezó a defender el territorio del futuro Axis Mundi purificado y redimido y crístico, en un sentido evolutivo, que planificaría y organizaría desde su aislamiento rabioso en Arerunguá, cuando entendió que con los jefes porteños no se podía ir ni a misa.

Los “conquistadores” españoles y portugueses tomaban posesión en nombre de Jesucristo, ironiza Mircea Eliade, de las islas y de los continentes que descubrían y conquistaban. La instalación de la Cruz equivalía a una “justificación” y a la “consagración” de la religión, a un nuevo “nacimiento”, repitiendo así el bautismo (acto de creación).

Pero Artigas ya había sido suficientemente humillado por los múltiples lenguajes encubridores de los egos monárquicos y masónicos y napoleónicos y tuvo que inventar una toldería de cuero para instalar la sede directriz de una Liga Federal verdaderamente libre.

Hubo que refundar. ¿Cuántos casos se conocen como el de Purificación? Allí todo fue sagrado pero de verdad. Y al servicio de la conjunción milenaria de lo cultural multiétnico.

Hay dos maneras, entonces, de ser artiguista. La primera es ejemplarizar el Protector asumiendo que fue un jefe absolutamente impar en la modernidad, republicano, antimperialista, católico y profético, capaz de matrizar una comunidad destinada a la consumación de un arquetipo celeste. La segunda es manipularlo como un referente mítico que podemos resignificar desde cualquier óptica deformante y maquiavélica, siempre que la invocación papagayeante, fática, contribuya a que el paisito y la culturita sobrevivan, nada más. Y para esta última opción, lamentablemente, sigue sobrando quórum.

Y ojo que lo del arquetipo celeste es una denominación aplicada al remoto horizonte de la espiritualidad arcaica que propone modelos hacia la perennidad del ser, más allá de que coincida con la emblemática camiseta uruguaya. Una dulce coincidencia. Una de las más imborrables canciones de Silvio Rodríguez termina clarinando: Mi amor, / el más enamorado / es del más olvidado / en su antiguo dolor / mi amor / abre pecho a la muerte / y despeña su suerte / por un tiempo mejor / mi amor / este amor aguerrido / es un sol encendido / por quien merece amor.

Y esa proclama define casi insuperablemente a José Gervacio Artigas. Lástima que la palabra amor le parezca tan inoperante a la clase política.


20 / LOS CAPITANES

En setiembre de 2003 se realizó en Montevideo el Primer Encuentro Cultural Bolivia-Uruguay, organizado por la Fundación Patiño (Suiza-Bolivia) y el Ministerio de Cultura y la Facultad de Humanidades y Ciencias del Uruguay.

Y en esos días, la escritora y licenciada Alejandrina da Luz, con quien compartimos la responsabilidad del diseño del simposio a nivel de integración de las mesas redondas, coordinación de los tópicos de las ponencias y desarrollo de los debates, me hizo una entrevista por escrito para ser publicada en las revistas El entrevero de México y Porte des Poetes de Francia.

El talento y la postura border-line de Alejandrina transformó el cuestionario en un profundo desafío autoinvestigativo, y una de las preguntas me obligó incluso a programar un folleto ensayístico que edité en 2004.

Fue la sexta pregunta: ¿Cuál es la montaña de la literatura uruguaya? Desde Julio y sus éxtasis aparecen montañas, como si las mismas fueran capaces de saltar tranquilamente de la orografía a la ortografía.

Y la respuesta terminó escapándose irremediablemente de lo específico literario hasta ablocarse así:

En este caso preferiría hacer una lista de 10 CAPITANES DEL VUELO, ya que nuestra montañosa poesía femenina es una cordillera que se define sola.

1) Julio Herrera y Reissig: primer genio post-lautréamontiano (en el sentido de la inciática especificidad idiomática) rampante y tallador de un modernismo hermético que alimentó a Vallejo más que el pater Darío.

2) Eduardo Fabini: primer gran narrador del cielazo criollo (Lezama Lima dixit) con espuelería barroca. Un legítimo par de José Hernández.

3) Carlos Gardel, grano de oro intemporalizador de un hierogasmos quilombero que hizo bailar al mundo.

4) Felisberto Hernández: pianista de tranvía, falso llorón y peleador a solas por nuestro primer riel verbal contemporáneo. Abismal fluorescencia.

5) Joaquín Torres-García: actual monarca ordenador del viento en la Peatonal Sarandí. Tuvo un trono de barro prehistórico que la gran mayoría de los morfadores de asadito junaban como a un curioso tacurú bostero.

6) Juan Carlos Onetti: fundador de un megafalo novelesco latinoamericano. Niño con la ñata apoyada en el sexo de la Dios.

7) Obdulio Jacinto Varela: único capitán posterior a Pepe Artigas que se sintió responsable de nuestra felicidad simbólica. La negrura divina.

8) Manuel Espínola Gómez: máximo espiralador renacentista de la cultura matrera. Matador suprahumano de cualquier cornamenta que amenazara a la Fonte de la suave patria.

9) Alfredo Zitarrosa: voz que lloró por el Uruguay entero cuando entendimos lo lejos que estábamos del vuelo planetario.

10) Álvaro Pierri: único agregador de LUZ soberanamente uruguaya a la completud azul. Vive en Viena y Mozart se despierta desmelenado por su guitarra y sonríe: Este salvaje de Pan de Azúcar apedrea a la Academia con diamantes, carajo!!!!

Y ahora, en febrero de 2008, sería bueno precisar que lo del capitanato implica la concreción de una síntesis con injerencia prospectiva, un salto tensional del discurso que reordena empujando. Gente con vuelo hqay mucha, pero capitanes no. También quiero completar la lista de varones con dos trovadores: Gastón Ciarlo “Dino” y Eduardo Darnauchans.

Y esta vez voy a arriesgarme con la enumración de ocho Capitanas: las ya nombradas Olga Pierri, Amalia de la Vega y Cristina Fernández, la bailarina carnavalera Martha Gularte, la juglar multimediática Vera Sienra y las poetas Delmira Agustini, Susana Soca y Marosa di Giorgio.

En la contratapa del folleto ensayístico sin valor comercial que edité en 2004 con el título de 10 CAPITANES DEL VUELO retratos para desarmar, se agrega una especie de proclama border-line, además, de esas que ignora prolijamente el oficialismo cultural que trasciende desde siempre a cualquier bandería política. Esta muestra va dedicada a todos los uruguayos que amaron y aman la cultura con desinterés, y pretende recordar -tan humildosa como tajantemente- que si la bandera no aspa con mucho vuelo es boleta, señores dirigentes que se despiertan pensando en las urnas. Y para eso debemos rearmar con cabeza propia y grandeza comulgante lo inevitable de nuestra época, aunque frente a cada crisis-pozo (made in el materialismo moderno) del mal llamado paisito nos aturda esa murga antiheroica que se podrñia llamar la reina de la queja.


21 / LA NEGRA JEFA

El Día del Patrimonio de 2007 fue dedicado a las legendarias vedettes Martha Gularte y Rosa Luna, que a partir de la década del 50 iconizaron un carnaval lubolo que en realidad había empezado a brillar celestemente cuando el Uruguay ganó dos Olimpíadas y dos Campeonatos Mundiales de fútbol en menos de treinta años: 24, 28, 30 y 50. Allí nuestros jugadores negros bailaron por el mundo sin necesidad de tambores, y en la final de Maracaná Obdulio Jacinto Varela, el Negro Jefe, capitaneó a un equipo que ganó la batalla más importante de la historia de los deportes.

Y vuelvo a Mircea Eliade: A veces ocurre, raramente, que se tiene la ocasión de presenciar en vivo la transformación de un acontecimiento en mito. Eso pasó en Maracaná, y fue una victoria literal de la garra celeste del alma cimarrona cosmizando simbólicamente a una comunidad todavía hoy muy caótica, en cualquier sentido que se la mire.

A Martha Gularte tuve el honor de reportearla en el 89, cuando ella tenía más de setenta pirulos y seguía desfilando con las comparsas como si fuera la encarnación del mismísimo arquetipo de la Gran Madre uruguaya, despelotada y pintarrajeada y borracha desde siempre y dueña de una explosividad y una indecencia poética asombrosas.

Y me enamoró, por supuesto. En cuatro años armé un díptico novelesco vertebrado por una ella casi copiada y recién lo publiqué completo conel título de LA NEGRA JEFA / Sexo, Momo & Yemanjá en 2005, después que reorganicé el Caracol asociándome con mi compañero del alma Raúl Turri, otro factótum de generosidad inconcebible que merecí conocer.

Y la segunda esposa de Raúl, la actriz María Isabel Espinosa, reunía a tal punto las condiciones para escenificar a la rebautizada diosa Luz Adrogué, que terminé proponiéndole co-guionar un espectáculo unipersonal de café-concert acompañado por tres tambores y las fantasmales apariciones de su hija, la actriz y vedette carnavalera Leticia Acosta.

Fue un desafío sabroso y muy endiablado que pudo concretarse, antes que nada, por el talento incondicional que aportó el actor y director Horacio Lapuriz, y hubiera sido ideal estrenarlo donde se soñó, en el Almacén del Hacha, una pulpería del siglo XVIII que todavía funciona como pub a pocas cuadras de donde nació el indómito niño José Artigas, que seguramente compraría allí algún sorbete a escondidas de sus amas de crianza, más allá de la enchalecada imaginación del mecanicismo sociologista reinante en nuestros institutos formativos.

Luz Adrogué, define Alejandrina da Luz en el prólogo de la novela La Negra Jefa al personaje que María Isabel Espinosa logró con una gracia de verosimilitud y un calado simbólico suprahistórico, nos presenta una de las tantas formas omitidas de la “uruguayeidad”, mujer y negra (…) excelente alumna de las letras de tango y por tanto indiferente a los vanos triunfos pasajeros en las manos de un otario. La protagonista se convierte en una diosa extraña y envolvente, presencia permanente cual patrona de conventillo cuando los otros, los de-más necesitan consuelo, consejo o límite a los excesos. Porque desde las escasas palabras de la diosa y de los personajes femeninos en general, el único exceso posible, lícito y hasta necesario, es el exceso de Amor, ese amor mesiánico que establece su modo de ejercicio: “amar al otro como a sí mismo”.

El espectáculo se estrenó en 2003, con la producción de Raúl Turri y el auspicio del Primer Encuentro Bolivia-Uruguay, en el pub Orígenes de Alejandro Sánchez, y se repuso, entre el 04 y el 07, en el Espacio Guambia, el restaurante La Yerra de Julio Frade, el pub Intramuros y el escenario cerrado del teatro barrial Alfredo Moreno gestionado por La Gozadera Cultural, una comparsa-escuela que alterna desde hace años en el primer nivel carnavalero.

Y en octubre de 2006 fue presentado un adelanto del largometraje que reestructuró Álvaro Moure Clouzet a partir de LA NEGRA JEFA, en el evento Musiques Populaires de l’Uruguay realizado en el Amphiteatre Richelieu de La Sorbonne, con el auspicio del Séminaire de l’Amérique Latine – Paris Sorbonne.

Mirá, si tenés garra celeste te bancás cualquier cosa, ¿comprendiste?, sentencia al final de la obra la vedette-numen, arrancándose una pluma del tocado para clavársela en la entrepierna: Esto te lo dice la Lucecita Adrogué y la Luz con mayúscula. Y te lo firmo con una tinta china más negra que corazón de banquero.

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