domingo

EN PIEZAS / LA TERRORÍFICA MANIPULACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS (33) - FEDE RODRIGO


1º edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

DEL BARRIO 7


El Oficial Raúl Brazas recién terminaba sus tareas en la comisaría. Había pasado un buen rato llenando papeles y más papeles que nunca nadie iba a leer. En su mente daba vueltas el sobre blanco con letras doradas que había recibido su compañero, Diego. ¿Estaría enfermo? No pudo preguntárselo porque la comunicación se había cortado.

El oficial recogió su abrigo del respaldo de su silla y salió. Aprovechó a sacar la basura y llevarla hasta el contenedor. Ni bien cruzó la puerta, lo recibió un intenso olor a perro mojado. Aun así caminó despacio, como disfrutando cada cuadra. Disfrutó viendo una pelota que esperaba en el jardín a que los niños la vinieran a buscar, disfrutó la adrenalina de las baldosas flojas capaces de quebrar un tobillo, disfrutó de un perro libre que vagabundeaba alborotando a todos los demás y disfrutó los carteles escritos a mano (algunos con faltas de ortografía) de vecinos ofreciendo sus oficios: modista / se corta el pelo / mato gente / hago arreglos de sanitaria / se tiran las cartas.

El olor a perro le volvió a recordar su culpa. Como policía le había tocado disparar muchas veces antes y alguna vez había matado. Pero esto era completamente diferente: esto era homicidio. Y aunque nadie le fuera a reprochar nada él lo sabía perfectamente. (Y su culpa lo sabía también.)

Ayer, como a esta misma hora, había recibido un mensaje diciendo que alguien más iba a querer vender Delirio en el desfile. Si Darío se entera, va a saltar otra guerra en el barrio. Raúl recordaba lo violenta que había sido la guerra hace años cuando Darío se había adueñado de la venta de drogas. No podía permitir que esto volviera a pasar. No quería que su hija Lupe viviera lo mismo que ellos habían vivido. “Matar a Morales había estado bien” se repitió, pero la culpa y el olor a perro mojado no desaparecían.

El juez Justo Cortez lo había dejado a él como principal encargado de capturar a los criminaluchos sin importancia para ir desarmando desde abajo la red que Darío y su droga construyeron. Por eso, cuando el policía llamó a su “superior” en el juzgado, el juez no hizo ningún cuestionamiento sobre el asesinato de Morales. Por el contrario, le pidió al oficial Brazas que se protegiera un par de días en su casa para evitar represalias.

Raúl Brazas estaba cuatro pasos del contenedor: como hacía siempre, llenó sus poderosos pulmones con una bocanada amplia de aire “limpio” y levantó la tapa para tirar la basura. Hizo la maniobra con una destreza sincronizada aunque todo el aire se le escapó de pronto al escuchar un quejido dentro del contenedor. El Zurdo estaba metido de lleno ahí adentro buscando alguna mugre para cambiar por monedas en el Colador.

-Disculpame, buen hombre. No vi que estabas aquí adentro.

-No te preocupes. Son los riesgos del oficio.

-¿Cómo viene la jornada? ¿Se saca algo?

-Cada vez está más difícil. La gente ya no tira ni lo que no le sirve.

-Sí, En casa está cada vez más bravo también.

-Me imagino. Encima, después de lo que tuvo que hacer de noche en el desfile seguro que no ha podido trabajar con normalidad.

-Lo que hice fue necesario. Este hombre iba a desatar una guerra entre narcotraficantes.

-No se preocupe. Lo he visto, oficial, y confío en su criterio. Sólo digo que su trabajo no debe ser nada fácil. Tener que andar eligiendo quién vive o quién muere para que los demás podamos vivir en paz.

-Ya no lo aguanto, buen hombre. Me tocan una cicatriz y me duelen todas.

-Lo importante es mantenerse con la tranquilidad de que uno está haciendo las cosas correctas: trabajando con honestidad, llevando comida limpia a casa y educando a los hijos con los valores que sirven.

-Sí, pero todo eso no alcanza. Es como en un puzle: algunos tenemos un lado recto y somos piezas del borde. Condenadas siempre al borde. Sólo al borde.

Los dos hombres compartieron un silencio hediondo entre la basura del barrio. El oficial Brazas todavía estaba tomado por la culpa.

-Yo por un par de días no voy a ir pero en el juzgado estamos haciendo una limpieza a fondo. No paramos de tirar cosas obsoletas. Si querés podés venir y te llevás lo que te sirva.

-Por supuesto. Termino estas cuadras y voy para ahí. Mil gracias.

El Zurdo terminó de hablar saliendo del contenedor como vomitado. Se subió al carro a medio llenar y sólo con hablarle, el hermoso caballo negro comenzó a caminar con desgano.

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