domingo

JORGE LIBERATI especial para elMontevideano - LA AVISPA Y LA ARAÑA



Estaba sentado y contemplativo en el porche de mi casa, cuando una sombra sobre el rabillo del ojo me desconcentró; era el vuelo de una avispa, de las que llaman arañera, que van en busca de una clase de bicho que espantados solemos matar sin piedad. Ella lo caza para suministrar el alimento a la prole, y lo inmoviliza sin matarlo con su terrible aguijón anestesista. Justamente, pensaba yo de manera artesanal y fortuita en las formas de alimentarse del hombre, en cómo aprovecha la energía y medra con la riqueza del planeta. La producción y sus relaciones con el destino humano fue el objeto de estudio de Karl Marx, cuyas ideas aparecen hoy bajo otra vestimenta y diferente ideología en Ian Morris, quien pone en el lugar de las relaciones de producción “la manera concreta de capturar la energía del mundo que nos rodea”[i].

Aparece sin menoscabo la apropiación de la vida ajena para favorecer la propia, porque ¿qué moral o qué derecho artrópodo le dio a la avispa el derecho de inmolar a la araña? Todo responde a la necesidad de menguar el hambre de unos en detrimento de los demás, que en buen castellano quiere decir ¡que gane el mejor!, ¡que sobreviva el más fuerte!, proclama equívoca atribuida a Darwin. Se trata de la vieja lucha por la supervivencia, de la que surge la tendencia a remitir todo lo que pasa en el mundo al mito que entre nosotros fascinó a Carlos Reyles: la metafísica del oro. El encanto de los patrimonios y rentas, la producción de bienes y el poder que conduce al culto de la materia, animada o inanimada y que satisfacen inmejorablemente las filosofías correspondientes, utilitarismos y neoliberalismos, fascismos y comunismos, mecanicismos y fenomenismos.

Parece que todo queda allí, en la eterna lucha que sólo conoce el desenlace del perdedor y el ganador. ¿Cómo se llega a esta situación? Para la naturaleza no hay valores ni moral, asuntos inherentes al hombre. ¿Qué hay tras la escena de la avispa que arrastra a su víctima con obstinación? De hechos como este, ¿se origina todo lo demás, la ecología, las leyes de la biología, entre los humanos la conciencia, la sociedad, la cultura y los sentimientos? El brutal arrastre de la avispa esparce la superestructura; no la que se corresponde con la paz y la dicha sino la que supura angustia, horror y muerte. Todo en aras de la supervivencia. Somos una entelequia: el resultado de la vieja amistad entre la vida y la feracidad de la tierra, la existencia consciente y la energía acumulada a través de los eones, vuelta gas y petróleo.

Hoy se quiere trazar esta pintura con los colores de la época, el algoritmo, el circuito integrado y el sensor que actualiza los cómputos a la medida de la circunstancia[ii]. La avispa ha sido reemplazada por un dispositivo autopoiético que responde a las necesidades de la supervivencia sin que medie araña alguna y, entre los humanos, el dispositivo funciona sin que genere (¿?) superestructura ideológica ni creencia. La escena es helada y en ella la conciencia es sólo rastro, huella inútil, fósil para estudio de la antropología. Si la cultura era un fleco desprendido de la economía, para los materialistas actuales es un fleco desprendido del algoritmo, que desplaza la fe, las ideas y el espíritu. Que el cuadro haya sido mil veces contemplado con otros colores, pero efectos igualmente predecibles, no disminuye el interés de los observadores que caen ante él rendidos y deslumbrados. El desborde de curiosidad y el asombro produce un subliminal sentimiento de abandono: ¿qué se va a hacer si ya está todo hecho en el genoma y evolucionará solo? He aquí la nueva filosofía, el descubrimiento de los pirrónicos del siglo XXI, el neomaterialismo y la ética posmoderna.

Pero se ha omitido un fragmento del cuadro. Corresponde a lo desplazado por la fuerza de las ideas, los efectos indeseados que saltan como viruta y se infiltran solapados permitiendo que aparezcan los fantasmas del sistema: los sentimientos, las emociones, la pasión. Los ingenieros ponen en los parlantes de sus robots, antes que nada, el reconocimiento de que no pueden sentir emociones; en ellos el fantasma es una aspiración superior. Al mismo Marx se le apareció este fantasma y, aunque se haya dicho, creyendo explicarlo, que “para estudiar la sociedad no se debe partir de lo que los hombres dicen, imaginan o piensan, sino de la forma en que producen los bienes materiales necesarios para su vida”[iii], sin embargo, no hizo eso exactamente el autor del más famoso materialismo, cuya inteligencia iba más allá de lo que han supuesto panegiristas y detractores. “Marx hace en su libro exactamente lo contrario: parte justamente de lo que los hombres ‘dicen, imaginan o piensan’. No olvidemos que la obra se titula, justamente, Contribución a la crítica de la economía política y no es otra cosa que la lectura crítica del discurso (en cierto modo científico y, a partir de cierto punto, ideológico) de la economía política.”[iv]

Horacio Tarcus ha observado que esa “lectura en clave de determinismo económico irritaba a Marx (‘Todo lo que sé es que yo no soy marxista’, declaró) y llevó al viejo Engels a ciertas matizaciones. En las cartas de los últimos años advirtió que el proceso de determinación económica no es directo, sino mediado por instancias diversas, que las superestructuras también reaccionan sobre la estructura económica, que debe estudiarse cada proceso histórico y no aplicar modelos abstractos, y que los ‘factores’ en juego en los procesos sociales son muchos, de modo que lo económico sólo es determinante ‘en última instancia’”[v].

En la Introducción al libro de Marx La lucha de clases en Francia, edición de 1895, Federico Engels se refirió a la “concepción materialista” de Marx, que parte “de la situación económica dada”. Añade que “se trataba de demostrar en el curso de un desenvolvimiento causal interno, es decir, en el espíritu del autor, de reducir los acontecimientos políticos a los efectos de las causas, en último análisis, económicas”[vi]. Aquí, ya Engels se refiere a las causas, “en último análisis, económicas”, admitiendo con esa expresión que puede haber otras. En realidad, y refiriéndose a los acontecimientos de 1848 en Francia, dice Marx que “dos acontecimientos económicos mundiales precipitaron la explosión del malestar general y maduraron el descontento hasta la rebelión”. Estos acontecimientos fueron “la enfermedad de la papa y las malas cosechas de 1845 y 1846”, así como “la carestía de la vida en 1847”, causas que causaron “conflictos sangrientos”[vii].

Seguramente, la pérdida del alimento y las malas cosechas debieron causar el malestar de los campesinos y el malestar general, así como la carestía de la vida y otros inconvenientes. Si bien es clara esa causa del descontento, ¿es la principal causa de la rebelión? Lo principal, ¿es lo primero que aparece? ¿Cuántas veces se pudrieron las cosechas y encareció la vida sin que nadie se levantara en armas ni en nada variara la historia? Eso sí: se interpuso la voluntad de los hombres, la elección que los llevó a rebelarse, a manifestar en los hechos el malestar y disponerse a hacer algo. De poco sirve apelar a la casuística cronológica. Lo económico es una causa y está detrás de la rebelión, de los hechos decisivos, incluso de la historia, como quiso Engels. Pero están también las otras causas y los otros factores de parecida y determinante importancia.

Febrero de 2019.    

(1) Ian Morris, Cazadores, campesinos y carbón. Historia de los valores de las sociedades humanas, Barcelona, Ático de los Libros, 2016.
(2) Yuval Noah Harari, Homo Deus. Breve historia del mañana, Barcelona, Debate, 2016.
(3) Ian Morris, Cazadores, campesinos y carbón. Historia de los valores de las sociedades humanas, Barcelona, Ático de los Libros, 2016.
(4) Yuval Noah Harari, Homo Deus. Breve historia del mañana, Barcelona, Debate, 2016.
(5) Marta Harnecker, citada por Horacio Tarcus.
(6) Horacio Tarcus, “Leer a Marx en el siglo XXI”, introducción en Karl Marx, Antología, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014, traducción de Pedro Scaron, p. 16.
(7) Horacio Tarcus, obra y lugar citados.
(8) Friedrich Engels, Introducción a Karl Marx, La lucha de clases en Francia, Buenos Aires, Claridad, 2007, traducción de Tristán Suárez, p. 7.
(9) Karl Marx, La lucha de clases en Francia, obra citada, p. 58.




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