domingo

JAMES GEORGE FRAZER - LA RAMA DORADA (24)


SIMPATÉTICA *

2. MAGIA HOMEOPÁTICA O IMITATIVA (14)


Hay una rama prolífica de la magia homeopática que obra por medio de los muertos: del mismo modo que un muerto no puede ver, oír ni hablar, así es posible, conforme a los principios homeopáticos, dejar a la gente ciega, sorda y muda mediante el uso de huesos de difuntos o de cualquier otra cosa que esté contagiada por la corrupción de la muerte: por ejemplo, entre los galelareses, cuando un mozo va a galantear por la noche, coge un poco de tierra de una tumba y la esparce sobre el techo de la casa de su novia exactamente sobre el lugar donde duermen sus padres. Cree que así evitará que se despierten, mientras él habla con su amada, puesto que la tierra de la tumba les dará un sueño tan profundo como el de la muerte. Los salteadores, en todos los tiempos y en muchos países, han patrocinado esta clase de magia usándola con mucha frecuencia en el ejercicio de su profesión. Así, un esclavo del sur, asaltante en ocasiones, principia sus operaciones arrojando sobre la casa el hueso de un muerto y diciendo con hiriente sarcasmo: “Que despierte esa gente cuando este hueso pueda despertar”. Hecho esto, nadie en la casa podrá mantener los ojos abiertos. De modo semejante, en Java, el asaltante coge tierra de una tumba y la esparce alrededor de la casa que intenta robar: así sumerge a los moradores de la casa en un profundo sueño. Con iguales intenciones, un hindú esparce cenizas de una pira fumeraria a la puerta de la casa; los indios del Perú desparraman el polvo de los huesos de personas fallecidas, y los asaltantes rutenos quitan la médula de una tibia de muerto, ponen sebo en su lugar, lo encienden y con esta antorcha alumbran su triple ronda a la casa, lo que causa a sus habitantes un pesado sueño semejante al de la muerte; o construirán una flauta del hueso de la pierna de un muerto y tocarán con ella: todas las personas que le oigan quedarán abrumadas por el sopor. Unos indios de México empleaban con este propósito maléfico el antebrazo izquierdo de una mujer muerta en su primer parto, pero el miembro debía ser robado. Con él golpeaban en el suelo antes de entrar en la casa que proyectaban saquear, lo que hacía que todos los que estaban dentro perdiesen el movimiento y el habla: estaban como muertos aunque todo lo oían y veían, pero absolutamente inmóviles; algunos de ellos realmente dormían y hasta roncaban. En Europa se asignaron propiedades parecidas a la “mano de gloria”, que no era otra cosa que una mano de ahorcado, curtida y amojamada. Haciendo una vela con la grasa de un malhechor que también hubiera muerto en el cadalso, encendiéndola y colocándola en la mano de gloria a modo de antorcha, quedaban paralizadas todas las personas a quienes se presentaba: no podían mover un dedo, como si estuviesen muertos. En ocasiones la misma mano de muerto era usada como una vela o, mejor dicho, como manojo de velas, pues se encendían los descarnados dedos. Podría ser que algún miembro de la familia estuviese despierto, y en ese caso alguno de los dedos no ardería. Estas luces nefandas no pueden apagarse más que con leche. Con frecuencia se recomienda que la vela de ladrón sea hecha con el dedo de un recién nacido, o todavía mejor, de un feto; en ocasiones se cree necesario que el ladrón tenga una de estas bujías por cada persona de la casa, pues si tiene una vela demasiado pequeña, algunas de ellas podría despertar y capturarle. Cuando estas candelas empiezan a arder, solamente la leche podrá apagarlas. En el siglo XVII los ladrones mataban mujeres embarazadas para extraer bujías de su matriz. Un antiguo griego ladrón o escalador pensaba que podría silenciar y poner en fuga a los perros guardianes más fieros si llevaba un tizón recogido en la pira funeraria. También algunas mujeres servias y búlgaras, disgustadas con las restricciones de la vida doméstica, recogen las monedas de cobre puestas sobre los párpados de un cadáver y las lavan con vino o agua y dan después a beber el líquido a sus maridos. Después de tragarlo, los maridos quedarán tan ciegos para los pecadillos de sus mujeres como el muerto de cuyos ojos se tomaron las monedas.

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