domingo

EL JARDINERO FIEL (18) - CLARISSA PINKOLA ESTES


EPÍLOGO (2)

El milagro de la nueva vida que surge en la tierra baldía es un cuento muy antiguo. En la antigua Grecia, Perséfone, la virginal doncella de la tierra, fue raptada y mantenida mucho tiempo bajo tierra. A lo largo de aquel período, su madre, la diosa de la tierra, echaba tanto en falta su dulce espíritu, que se hizo estéril y un frío e infecundo invierno perenne se abatió sobre la tierra.

Cuando Perséfone fue liberada finalmente de las angustias del infierno, regresó a la tierra tan rebosante de alegría que todas las pisadas de sus pies descalzos sobre el yermo suelo dieron lugar al nacimiento instantáneo de toda suerte de plantas y flores.

A través de este pequeño bosque urbano contemplo a mi familia adoptiva de refugiados, los fieles que hace ya tanto tiempo, y por obra del destino, se convirtieron en mi propia familia.

El hecho de que una niña desgarrada en un determinado sentido se uniera a otros seres desgarrados en otro, constituye un destino que pa-rece, tal como decimos nosotros, «designio de Dios y asunto de Dios».

No sé muy bien qué le di yo a mi familia adoptiva, pero sí sé lo que ellos me dieron a mí. Amor, por supuesto, y también sabiduría, y una ininterrumpida y austera severidad que suavizó los cortantes filos de algo que había en mí que cabía la posibilidad de que resultara valioso y mereciera la pena pulir. Me sometieron a duras pruebas de muchas clases y me inculcaron un profundo respeto por la supervivencia, no de los más aptos sino de los más sabios, de los más leales defensores de la vida y la tierra, de los propios seres queridos, incluidos aquellos a quienes más cuesta amar, y de aquellos que necesitan amor por encima de todo.

Gracias a la vida que vivimos aprendí la lección-ofrenda más dura de aceptar y también la más poderosa que conozco: el conocimiento, la certeza absoluta de que la vida se repite y se renueva por muchas veces que se la apuñale, se la despoje de todo, se la arroje al suelo, se la dañe y ridiculice, se la desprecie y se la mire por encima del hombro, se la torture o se la deje indefensa. (16)

Aprendí de mis seres queridos tantas cosas acerca del sepulcro, del enfrentamiento con los demonios y del renacimiento como las que he aprendido a lo largo de toda mi formación psicoanalítica y de mis veinticinco años de práctica clínica. Sé que aquellos que han estado en cierto modo y durante algún tiempo privados de la fe en la vida son en último extremo los que mejor llegarán a comprender que el Edén se encuentra bajo el campo baldío, que la nueva semilla se desplaza primero hacia los espacios vacíos y abiertos, incluso cuando ese espacio abierto sea un corazón afligido, una mente torturada o un espíritu quebrantado.

¿Qué son este fiel proceso espiritual y esta semilla que cae en terreno yermo y 10 vuelve fecundo? No tengo la pretensión de comprender su mecanismo de actuación. Pero sé que cualquier actividad a la que entreguemos nuestros días podría ser lo menos importante que hagamos si no comprendemos al mismo tiempo que hay algo que permanece a la espera de que le abramos el camino, algo que está a nuestro la-do, algo que ama y espera a que preparemos el terreno apropiado para que manifieste su presencia en toda su plenitud.

Estoy segura de que, mientras cuidemos con esmero de esta poderosa fuerza, aquello que parecía muerto ya no lo estará, lo que parecía perdido dejará de estarlo, lo que algunos consideraban imposible será claramente posible y cualquier terreno en barbecho estará simplemente descansando... descansando y a la espera de que la bendita semilla sea venturosamente llevada por el viento."

Y lo será.


Plegaria

Niégate a caer.
Si no puedes negarte a caer, niégate a permanecer en el suelo,
eleva tu corazón hacia el cielo
y, como un mendigo hambriento, suplica que te lo llenen,
y te lo llenarán.
Puede que te empujen hacia abajo.
Puede que te impidan levantarte.
Pero nadie puede impedirte elevar tu corazón
hacia el cielo...
sólo tú.
Es justo en medio de la desdicha cuando muchas cosas se aclaran.
El que dice que nada bueno se ha conseguido con ello
es que aún no está prestando atención.

C. P. ESTÉS


Notas

(16) De los muchos miembros refugiados de mi familia que me criaron, adquirí, invirtiéndolos por completo, muchos conocimientos acerca del alma y la psique: sus heridas, sus sufrimientos y su recuperación definitiva. En mi calidad de única niña de la familia en aquella época descubrí no sólo los aspectos más oscuros y más susceptibles en lo que a recuperación de la vida se refiere, sino también la constante proximidad de la muerte de una manera y con una profundidad por lo general reservadas a los muy viejos.

(17) El viento de los tiempos antiguos del que hablaba mi tío se llama Ruach. Mi tío me explicaba que el Ruach es el viento hebreo de la sabiduría, el viento que une a los seres humanos con Dios. Ruach es el aliento de Dios que desciende a la tierra para despertar una y otra vez las almas.

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