EPÍLOGO (2)
El milagro de la
nueva vida que surge en la tierra baldía es un cuento muy antiguo. En la antigua
Grecia, Perséfone, la virginal doncella de la tierra, fue raptada y mantenida
mucho tiempo bajo
tierra. A lo largo de aquel período, su madre, la diosa de la tierra, echaba
tanto en falta su dulce espíritu, que se hizo estéril y un frío e infecundo
invierno perenne se abatió sobre la tierra.
Cuando Perséfone
fue liberada finalmente de las angustias del infierno, regresó a la tierra tan
rebosante de alegría que todas las pisadas de sus pies descalzos sobre el yermo
suelo dieron lugar al nacimiento instantáneo de toda suerte de plantas y
flores.
A través de este
pequeño bosque urbano contemplo a mi familia adoptiva de refugiados, los fieles
que hace ya tanto tiempo, y por obra del destino, se convirtieron en mi propia
familia.
El hecho de que una
niña desgarrada en un determinado sentido se uniera a otros seres desgarrados en
otro, constituye un destino que pa-rece, tal como decimos nosotros, «designio de
Dios y asunto de Dios».
No sé muy bien qué
le di yo a mi familia adoptiva, pero sí sé lo que ellos me dieron a mí. Amor,
por supuesto, y también sabiduría, y una ininterrumpida y austera severidad que
suavizó los cortantes filos de algo que había en mí que cabía la posibilidad de
que resultara valioso y
mereciera la pena pulir. Me sometieron a duras pruebas de muchas clases y me inculcaron un
profundo respeto por la supervivencia, no de los más aptos sino de los más sabios, de los más
leales defensores de la vida y la tierra, de los propios seres queridos, incluidos
aquellos a quienes más cuesta amar, y de aquellos que necesitan amor por encima
de todo.
Gracias a la vida
que vivimos aprendí la lección-ofrenda más dura de aceptar y también la más
poderosa que conozco: el conocimiento, la certeza absoluta de que la vida se
repite y se renueva por muchas veces que se la apuñale, se la despoje de todo,
se la arroje al suelo, se la dañe y ridiculice, se la desprecie y se la mire
por encima del hombro, se la torture o se la deje indefensa. (16)
Aprendí de mis
seres queridos tantas cosas acerca del sepulcro, del enfrentamiento con los demonios y del
renacimiento como las que he aprendido a lo largo de toda mi formación psicoanalítica
y de mis veinticinco años de práctica clínica. Sé que aquellos que han estado
en cierto modo y durante algún tiempo privados de la fe en la vida son en
último extremo los que mejor llegarán a comprender que el Edén se encuentra
bajo el campo baldío, que la nueva semilla se desplaza primero hacia los
espacios vacíos y abiertos, incluso cuando ese espacio abierto sea un corazón
afligido, una mente torturada o un espíritu quebrantado.
¿Qué son este fiel
proceso espiritual y esta semilla que cae en terreno yermo y 10 vuelve fecundo? No tengo
la pretensión de comprender su mecanismo de actuación. Pero sé que cualquier actividad
a la que entreguemos nuestros días podría ser lo menos importante que hagamos
si no comprendemos al mismo tiempo que hay algo que permanece a la espera de que
le abramos el camino, algo que está a nuestro la-do, algo que ama y espera a
que preparemos el terreno apropiado para que manifieste su presencia en toda su
plenitud.
Estoy segura de
que, mientras cuidemos con esmero de esta poderosa fuerza, aquello que parecía
muerto ya no lo estará, lo que parecía perdido dejará de estarlo, lo que
algunos consideraban imposible será claramente posible y cualquier terreno en
barbecho estará simplemente descansando... descansando y a la espera de que la
bendita semilla sea venturosamente llevada por el viento."
Y lo será.
Plegaria
Niégate a caer.
Si no puedes
negarte a caer, niégate a permanecer en el suelo,
eleva tu corazón
hacia el cielo
y, como un mendigo
hambriento, suplica que te lo llenen,
y te lo llenarán.
Puede que te
empujen hacia abajo.
Puede que te
impidan levantarte.
Pero nadie puede
impedirte elevar tu corazón
hacia el cielo...
sólo tú.
Es justo en medio
de la desdicha cuando muchas cosas se aclaran.
El que dice que
nada bueno se ha conseguido con ello
es que aún no está
prestando atención.
C. P. ESTÉS
Notas
(16) De los muchos
miembros refugiados de mi familia que me criaron, adquirí, invirtiéndolos por
completo, muchos conocimientos acerca del alma y la psique: sus heridas, sus
sufrimientos y su recuperación definitiva. En mi calidad de única niña de la
familia en aquella época descubrí no sólo los aspectos más oscuros y más
susceptibles en lo que a recuperación de la vida se refiere, sino también la
constante proximidad de la muerte de una manera y con una profundidad por lo
general reservadas a los muy viejos.
(17) El viento de los
tiempos antiguos del que hablaba mi tío se llama Ruach. Mi tío me explicaba que
el Ruach es el viento hebreo de la sabiduría, el viento que une a los seres humanos
con Dios. Ruach es el aliento de Dios que desciende a la tierra para despertar
una y otra vez las almas.
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