Con el escritor Daniel Abelenda sobre ficción
política, poesía y escribir desde el Interior
por M.A.B.
Nacido en Salto en 1962, el escritor
Daniel Abelenda reside desde hace años en Carmelo (Colonia). Con envidiable
soltura, practica la novela, el cuento y la poesía, además de desempeñarse como
docente de Historia y haber ejercido el periodismo. La publicación de su novela
‘El americano discreto’ fue la excusa para que HOY CANELONES dialogara con este
hacedor de la palabra sobre diversos temas.
En ‘El
americano discreto’, su última novela, la historia reciente del país está muy
presente en la trama. Algo similar ocurre con otra de sus novelas, ‘El día de
plomo’. ¿Cómo trabaja el abordaje de la historia o la historia política en este
caso, desde la ficción?
El lugar y peso de la
trama es muy diferente en ambas novelas. En ‘El día de plomo’, es
preponderante, siguiendo los sucesos y sobre todo las consecuencias del 14 de
abril de 1972, un día que merece ese trágico nombre en nuestra Historia, con 12
muertos en menos de 24 horas. Y todos por la violencia política, ideológica,
ese es el punto. En esa nouvelle, que es una ucronía, pensé cada capítulo con
un hecho histórico concreto, y para no hacerlo tan tedioso, inventé tres líneas
de tiempo de otros tantos personajes: el Inspector Bermúdez y su joven
ayudante; el Teniente del FUSNA y el Luis, el camera, único testigo del
francotirador saliendo del Salvo luego de ejecutar al ministro de Defensa.
Luego estas paralelas se van juntando hacia el desenlace, en los últimos
capítulos.
Es
interesante eso que señala, porque en ‘El americano discreto’ se aprecia otro
abordaje de la historia…
Claro, es más
autobiográfica y hay más invención literaria. Trato de ficcionar situaciones,
hechos y lugares. La trama es pura ficción: el asesinato de un médico famoso y
la investigación a cargo del Inspector Cáceres, es pura invención, y está en
los límites de la verosimilitud: casi no había asesinatos así en 1983 en el
Interior. La parte de ‘no ficción’, es mínima: la presencia de Mitrione en
cuarteles o comisarías del Interior entre 1969 y 1970. Él es el único personaje
histórico. Todos los demás los construyo a partir de vivencias de mi
adolescencia y juventud en un lugar que queda, como dice el texto, en el
departamento de Colonia, a dos horas de Montevideo, y sobre la Ruta 1. Algunos
amigos que la leyeron, me han dicho que los ha transportado a esos lugares, lo
cual es un buen síntoma. Soy una persona muy ‘geográfica’ y las escenas se me
aparecen siempre en un lugar específico, que trato de pintar después en la
novela.
En las dos
novelas aparecen dos investigadores que son herederos, en cierto punto, de la
tradición noir, aunque cada uno con sus particularidades. ¿Cómo trabaja el
género?
Sí, desde mi juventud
me ha gustado el género policial noir o policial a secas: Poe, Conan Doyle,
Agatha Christe. Ya más grande me topé con Raymond Chandler, Hammet y,
recientemente, con Henning Mankell y su Wallander. Me atrae la figura del
detective o investigador, privado o de la Policía. En mi primera novela,
‘Secretos de Estado’ (Nota: Mención en Premios MEC, 2003), que nunca se
publicó, había uno que remitía a ‘Detective Jack’, como decían los avisos de
los diarios de Montevideo en los setenta. Supe que el tipo hacía sobre todo,
casos de maridos o esposas infieles. El Inspector Bermúdez tiene que ser
necesariamente de Inteligencia y trabajar en San José y Yí, por la trama de
1972, y en ‘El americano…’ aparece Washington Oscar Cáceres, de Homicidios, 50
años, divorciado, que es el protagonista que más he profundizado. Y como me
gustó el desempeño del personaje en esa novela, lo hago repetir en otra que ya
terminé, y está buscando editor: ‘Morir es poca cosa’, donde Cáceres persigue a
un asesino serial que mata prostitutas en Bulevar Artigas, y además se mete a
novelista…. Está situado en el Montevideo de principios de los noventa y no
tiene componentes ni personajes históricos. Es 100 % ficción. Así que creo que
voy por buen camino: el escritor está primando sobre el periodista y el
profesor de Historia.
¿Cómo
conviven el narrador con el poeta y el docente?
Han convivido estos
tres roles que he desempeñado desde muy joven, aunque surgieron
progresivamente: primero fue el periodista de pueblo, con 15 pirulos, luego el
docente de Historia en liceos, el historiador regional (de Colonia), y recién
después, a los cuarenta, el novelista. Trato de que los tres oficios y técnicas
sumen y no resten. El riesgo ya lo vio Papá Hemingway cuando dijo: ‘Mi carrera
de periodista está arruinando mi carrera literaria’. Creo que apuntaba al hecho
que son géneros distintos y, en un punto, excluyentes por opuestos. Es decir:
el periodista y el historiador informan, le cuentan una versión de la historia
a un lector que, se supone, no sabe nada de ella. Y cuanto más completa, con
más datos, mejor. Y el tema es que la literatura es esencialmente otra cosa.
Contar la versión del escritor, en forma parcial y fragmentada, incompleta, de
tal forma que el lector debe llenar los huecos, complete la historia con sus
propios recuerdos, imaginación, ideas, etc…
¿Qué cambia
en la disposición ante la escritura al momento de escribir un poema, un cuento
o una novela?
Depende de aquello
que deseo comunicar. La poesía siempre es más íntima y confesional. En la
narrativa, esta parte autobiográfica puede ser sólo una fracción de lo que
cuento. Pero hay grados. Los cuentos los extraigo de vivencias personales,
reales. En las novelas, me puedo nutrir de la Historia, la época que vivía la
comarca o el mundo, o de hechos reales, extraídos de la crónica periodística, o
los recuerdos que me quedaron de una foto o un artículo en un diario. Alcancé a
vivir la época en que en una casa se recibían uno o dos diarios por día. Mi
viejo era adicto a la tinta, compraba todo papel impreso que cayera en sus
manos y lo traía a casa. Y yo los devoraba. Esa fue mi primera universidad…
¿Siente que,
como autor, forma parte de alguna generación o grupo dentro de la literatura
uruguaya?
No. Supongo que tiene
que ver con mi biografía. Soy nacido en 1962, y por ello debería formar parte
de la ‘Generación del 80’ en Uruguay, esto es, aquellos que empezaron a
publicar en esa década e iniciaron una carrera en las letras a partir de ahí…
Como dije antes, comienzo a publicar recién a los 40, mi primer libro fue un
tomo de Historia Regional de Colonia; luego, en la década del 2000, me
relaciono con Roberto Bianchi, que me publica cuentos y relatos cortos y
poesía. Recién en 2003 obtengo un premio por una novela, y empiezo a ser,
lentamente, conocido en ‘el ambiente’ que, como tú sabes, está centrado en
Montevideo, con algunas editoriales chicas que se interesan por los autores
nacionales, y una media docena de críticos o periodistas culturales de otros
tantos diarios o semanarios. No es fácil entrar a esos círculos si vivís en el
Interior. Así que estoy algo desfasado de mi generación del 80, aunque
encuentro algunos elementos o sensibilidades con ciertos autores de esa época.
Usted nació
en Salto pero vive desde hace años en Carmelo. ¿Percibe como autor el tan
mentado centralismo montevideano?
Tenés que correrla de
atrás. Aún con la accesibilidad que nos han brindado las redes sociales y todo
la tecnología actual. El contacto cara a cara, sigue siendo fundamental, y en
el Interior, no son muchas las personas que hagan literatura en forma regular,
como actividad profesional, aunque no sea su medio de vida, que es algo utópico
en Uruguay (o casi). En Colonia, por ejemplo, no hay prensa cultural, no existe
la figura del crítico literario. Hay periodistas generales que cubren desde
fútbol hasta política… Entonces, hay que recurrir a una editorial de Montevideo
que te saque el libro prolijo, y luego mandárselo a todos los nombres que
conozcas, a ver si alguno te hace una reseña o un nota.
Todo
escritor es antes que nada un lector. Cuénteme de sus primeras experiencias de
lectura…
De chico fui un gran
lector, omnívoro. Los libros de cuentos de Quiroga, que me leía mi vieja
(profesora de Idioma Español), fueron la primera fascinación por la aventura.
Luego revistas de historietas argentinas, ‘D´ Artagnan’, ‘El Tony’, etc., que
en Colonia se conseguían por la cercanía con Buenos Aires, y en la adolescencia
todo Salgari, Verne, la ‘Serie amarilla’ de Robin Hood, Tarzán y otros héroes. En
la juventud apareció la poesía, pero de la mano de la música, antes que los
libros de los clásicos que nos daban en el liceo, que me aburrían
soberanamente. Y alguna sorpresa local, como Líber Falco, que me parece un
fenómeno en su simplicidad y que fue ninguneado en su tiempo, Idea Vilariño,
Circe Maia, el Bocha Benavides (con canciones de Darnauchans). Las novelas
‘serias’, tipo ‘Rayuela’, de Cortázar, o las de Onetti, las agarré recién
después de los 30. Un par de autores que considero maestros del cuento son
Milton Fornaro y Delgado Aparaín. Después de los 40 me puse al día con los
novelistas famosos: Vargas Llosa, García Márquez, Alejo Carpentier…
¿Qué anda
escribiendo por estos días?
Estoy completando una
veintena de poemas que irán en un volumen titulado ‘Calendario poético’, que
gentilmente ha decidido editar Diego Techeira con Solazul Ediciones. Planeamos
sacarlo en su colección Portal de Poesía, en una entrega a suscriptores, durante
el segundo semestre de este año.
(Hoy Canelones / 8-3-2018)
(Hoy Canelones / 8-3-2018)
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